61. Hermanas

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—Te echo de menos —miro el techo de mi habitación con el teléfono sujeto por el hombro.
—Y yo a ti, Mayo. Ya queda menos —intuyo su sonrisa al otro lado.
Llevo días enfocada en mi relación. Se acabó pensar en la persona equivocada. Tengo al chico ideal que me quiere y no para de repetirlo, no pienso desaprovechar mi oportunidad de ser feliz.
—¿Crees que le caeré bien a tus padres? —ríe nervioso.
—Oh por favor, ¿a quién no podría caerle bien? —se burla Bea desde los pies de la cama.
Me arranca un pequeño ataque de risa y Carlos bromea sobre que es una cotilla.
—¡Estáis tonteando! No respetáis que una está soltera y le creáis envidias innecesarias —se defiende entre risas.
Bea sabe que Luis está en la ciudad y desde entonces, está un poco más nerviosa de lo habitual. Creo que el tema lo tiene bastante superado, o al menos, no le condiciona su vida como antes, pero sigue esa pequeña chispa que me sigue demostrando que le importa.
Ojalá pudiese coger un mínimo de su personalidad. Me iría muchísimo mejor.
—Volviendo al tema... Les caerás genial —lo tranquilizo.
—¿Y estás segura que quieres que vaya mi hermana? Podría quedarse en...
—¡Ni se te ocurra! —la voz de Carla se escucha al otro lado— Abril sabe  que de los dos, yo soy la guay de la familia. No pienso dejarla con un muermo como tú.
—¡Adoro a esa cría! —ríe Bea.
Se escuchan ruidos al otro lado y asumo que Carlos forcejea por echarla de la habitación.
Cuando vuelve a ponerse al teléfono, no puedo evitar sonreír.
—Perdona, ha puesto de moda espiarme cada vez que te llamo.
—Me alegra muchísimo escucharla así de animada.
Desde que le pasó aquello, ha estado bastante apagada y no sabe cuánto la entiendo.
—Sí, ya es la misma que siempre... Y tú lo serás —su tono dulce hace que sienta una calidez agradable.
Noto como los ojos se me empañan ligeramente y asiento sin decir ninguna palabra más, porque si dijera cualquier cosa, estoy segura de que me pondría a llorar. No quiero preocuparle más, sé que lo está pasando mal por no poder estar en estos momentos a mi lado.
Miro la hora con desgana y me pongo en pie. Es hora de irme a trabajar, así que vuelvo a decirle que lo echaré de menos una última vez.
—Te quiero, Mayo.
Me parece increíble que después de todo, lo siga diciendo sin una pizca de duda, pese a que yo nunca le haya dicho esas palabras.
Pienso en Héctor brevemente y decido dar un pequeño paso. Elegí esto, tengo que ser consecuente.
—Y... Y yo a ti —digo en voz baja.
No es un "te quiero", pero es un gran avance para nosotros. Bea me mira perpleja y asumo que esa es la cara que debe tener Carlos al otro lado de la línea,  porque se hace un silencio incómodo que no me gusta nada.
Mierda.
—Vaya.
—¿Vaya? —pregunto incómoda.
—Ay, no, o sea... Es que quiero besarte, pero estás lejos, y ahora mismo, solo quiero besarte.
Sonrío sin poder evitarlo y Bea hace como si le diese una arcada.
—Sois tan adorables que me quiero morir —se burla tirándose a la cama.
Cuelga finalmente la llamada y busco mi uniforme de trabajo.
La suerte que tengo, es que Héctor sigue de baja, aunque me dé pena, pero ha sido suficiente para que vuelva a tener tiempo para recomponerme. La foto con Sara se ha enquistado en mi cabeza al igual que el recuerdo de sus manos sobre mi cintura en su sofá.
Saco mis pantalones y veo en el reflejo del espejo, como Bea afina los labios. Miro de nuevo al pantalón y sé perfectamente en qué está pensando. Su mirada de culpabilidad lo dice todo, pero ella no tuvo la culpa de ir tan borracha como yo. Ninguna la tuvimos.
Guardo el pantalón y saco con nerviosismo la falda. Reprimo el ataque de ansiedad que está a punto de darme y recuerdo las técnicas de Héctor. Respiro y expiro a la vez que voy endureciendo y soltando cada músculo de mi cuerpo. Solo es una estúpida falda, y además, la llevo como mallas por debajo. Es imposible que se me vea nada.
A Bea se le ilumina la mirada cuando me ve con mi uniforme habitual, pero trata de comportarse con normalidad.
Mi madre pega en la puerta y se asoma con una pila de ropa doblada y planchada. Mira mi falda y sonríe.
—Ese uniforme te favorece más —coloca la ropa en el escritorio y me abraza.
—No exageres, los pantalones son más cómodos para trabajar —miento.
—No sabes lo orgullosa que estoy de ti —da un breve beso en mi frente y me guiña un ojo—. Y de mi segunda hija también —le da otro beso en la frente a Bea y esta se ruboriza.
La relación con sus padres no es demasiado buena y con mi madre ha congeniado muy bien. Me siento demasiado feliz que mi mejor amiga ahora sea como mi hermana. Se siente demasiado bien.
Bea me regala una preciosa sonrisa y como si me leyese el pensamiento lo dice.
—Oficialmente, somos hermanas.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora