63. Algo un poco más afrodisiaco

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Hace 6 meses...

Las bolas de nieve tienen la cualidad de detener el tiempo en un instante concreto. Guardas un paisaje, un retrato, un recuerdo, para la eternidad. Cada vez que agitas la esfera, vuelves a ese lugar en concreto, perdiéndote en los copos de nieves que danzan por dentro hasta acabar de nuevo en el suelo. Después la vuelves a poner en una estantería llena de polvo hasta que tiempo después, te acuerdes de ella. Este es el miedo que tengo, que esta cena y la actitud renovada de Héctor sean temporales.
Terminamos de comer en silencio.
Héctor se ve tranquilo, pero en el fondo de sus pupilas vislumbro algo que conozco a la perfección. Miedo.
Creo que tengo tanto miedo de que me deje, que estoy autoboicoteando esto. ¿Qué está haciendo mal? Nada, pero el miedo a que vuelva el pasado me tiene en una cuerda floja constante que amenaza con tirarme al vacío y yo no quiero caer.
Alargo mi mano y se sorprende cuando entrelazo mis dedos con los suyos. Le regalo la mejor de mis sonrisas y reprimo el ataque de nervios que está a punto de darme.
—Estás siendo el mejor "no novio" del mundo y yo siento ser la peor "no novia" de la historia —río nerviosa.
Héctor estrecha mi mano y me sonríe de esa forma que hace que sienta una calidez tan especial, que parece de otro mundo. Solo con él puedo sentirme de esta manera.
Se levanta para mi sorpresa y mueve su silla hasta sentarse a mi lado. Acaricia mi rostro delicadamente y da un breve beso en la comisura de mis labios.
—Eres la mejor "ex ex novia no novia" que se puede tener.
No puede evitar arrancarme una carcajada. ¿Cómo puede pese a todo, tener siempre la clave para hacerme reír? Incluso cuando juraba que lo odiaba con toda mi alma, no podía resistirme a sus encantos.
—Y yo soy el "ex ex novio no novio" más ex capullo que se pueda tener —vuelve a besarme.
—Estoy totalmente de acuerdo —río contra sus labios.
Alarga el brazo y coloca su plato de comida al lado del mío mientras lo miro con la ceja alzada. Termina de comer con total tranquilidad y veo como algunas mesas nos miran de reojo.
—¿Vas a comer aquí al lado?
Me mira con esa media sonrisa capaz de parar cualquier tipo de guerra y se acerca a mi oído.
—¿Tienes algún problema, princesa?
Su susurro contra mi piel hace que un sin fin de sensaciones me recorran de pies a cabezas.
—Es que la última vez que te tuve en frente —continúa—, no pude evitar propasarme. Así me tendrás más controlado —besa la piel de mi cuello.
Cojo mi copa de vino y bebo mientras escucho su pequeña risa de fondo. Quiero decirle que se propase de todas las maneras habidas y por haber, pero me niego a quedar de desesperada. Prefiero pasar directamente a la acción para que tome de su propia medicina.
—La última vez, fue en el postre —susurro en su oído—, pero esta vez, me apetece algo un poco más afrodisiaco.
Termino mi plato y me levanto en dirección al baño, no sin antes lanzarle una pequeña mirada que me invita a seguirme.
Ando sin darme la vuelta en ningún momento. Abro la puerta y cuando escucho que se cierra demasiado rápido, sonrío de satisfacción con la mirada en las baldosas.
Su mano acaricia el dorso de mi muñeca y se desliza lentamente a lo largo de mi camiseta hasta llegar al inicio de mi escote.
—¿Quién te ha invitado a entrar? —sonrío con socarronería.
—¿Quieres que me vaya? Solo tienes que pedirlo —susurra en mi oído.
Con un movimiento brusco, me doy la vuelta y lo apoyo contra el mármol del lavabo, ejerciendo presión sobre su pecho.
Su mirada se oscurece y sus iris resplandecen en un verde bosque que te hace desear perderte en su oscuridad.
—Quiero muchas cosas, pero que te vayas no es una de ellas —susurro a escasos centímetros de sus labios.
Intenta besarme, pero me aparto antes de que sus labios atrapen a los míos. Muerde su labio de pura frustración. Lo miro con ojos inocentes y bajo las manos a través de su torso hasta pararme en la hebilla de su cinturón negro. Lo desato ante su atenta mirada y se relame los labios cuando lo paso alrededor de su cuello y tiro de él hacia mí, dejándolo a pocos centímetros de mis labios.
—Princesa, si quieres ahorcarme, solo tienes que decirlo —me sonríe de medio lado.
—Quiero que me supliques que no pare —lamo su labio inferior.
Un pequeño gemido escapa de sus labios y aprieto el cinturón levemente contra su garganta, de forma que suspira de puro placer.
Escucho movimiento en la puerta y rápidamente meto a Héctor en uno de los habitáculos mientras pongo un dedo entre mis labios para indicarle que guarde silencio.
Dos señoras comienza a hablar sobre su vida y yo me siento en el regazo de Héctor, notando como está totalmente excitado por la situación.
Muevo mis caderas lentamente sobre él a la vez que vuelvo a pasar la correa por su cuello.
—Al final sí que vamos a tener un problema con los baños —susurra.
—¿Cómo era? Apasionados de los baños —sonrío contra sus labios.
Intenta de nuevo besarme en vano y aplico un poco más de fuerza. Traga saliva con dificultad mientras sigo moviéndome contra él, sintiéndome un poco más cerca del clímax  que está por llegar.
Sus manos se aferran a mis caderas instándome para que vaya más rápido, pero yo solo alargo esta dulce tortura que amenaza con enloquecerle. Muerde sus labios para reprimir sus gemidos. Las señoras siguen hablando ajenas a lo que está pasando aquí dentro, pero estoy segura de que si lo viese, se morirían de envidia.
—Déjame besarte —me ordena
Tiro de la correa hacia mí y lo dejo de nuevo con la miel en los labios.
—Ahora mismo, no estás en condiciones de negociar —beso su mejilla para provocarlo.
Suelto un poco el agarre y esta vez muevo mis caderas más rápido mientras él me empuja más hacia él.
Con un movimiento sencillo, me levanta a horcajadas y me apoya contra la pared con una sonrisa burlesca.
—Ya no soy un capullo redomado, pero eso no significa que te deje tener la última palabra en todo.
Se mueve contra mí de forma que tiene que taparme la boca para que no me escuchen desde fuera. Esto se siente demasiado bien y me encanta que quiera tener la última palabra en este caso.
Mis piernas comienzan a temblar estando a punto de explotar y de pronto para. Lo miro con el ceño fruncido notando como el corazón me tapona los oídos y mi respiración está entrecortada.
—No sabes lo que me encanta hacer que te corras, pero has decidido ponerte vaqueros. Mala suerte, princesa —se burla en mi oído.
Abre la puerta del baño y sale triunfante mientras las señoras reparan en mí.
—Señoras, buenas noches —les saluda como si no hubiese pasado nada.
Avergonzada cierro rápidamente la puerta del baño. Voy a rectificar: ¡lo odio!

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora