130. Salir corriendo

572 57 8
                                    

Héctor:

Esto es demasiado. Mi cabeza me grita que dé media vuelta y lo olvide, que olvidar a Abril es mucho mejor que recordar el peor error de mi vida, pero si de algo me ha servido este año de terapia, es para darme cuenta que me miento constantemente y soy un cobarde. Hoy dejaré de serlo. Cueste lo que cueste.
Aparco el coche a pocos metros de la entrada principal y noto como Abril se tensa, y no es para menos. Los ojos me escuecen y ya tengo la garganta seca y ni tan siquiera he pisado el camino de piedra y tierra.
Apago el motor y un pesado silencio nos envuelve. Intento controlar el temblor de mis manos y las ganas de volver a arrancar el coche.
—Héctor, creo que no quiero saberlo —le tiembla la voz.
—Si tienes ganas de salir corriendo, yo más, te lo aseguro.
Bajo del coche sin esperar su respuesta y miro hacia los cipreses que rodean las verjas a la espera del sonido de la puerta al cerrarse.
Aquella parte que odio de mí me dice que si en cinco segundos no se baja, se acabó. Será motivo suficiente para abandonar este acto de valentía y volver a la soledad de una casa en la que ya no me esperará nadie.
Dos, tres, cuatro... La puerta se cierra y Abril se cobija en su abrigo de lana marrón, con la vista fija en los barrotes con adornos florales.
Con su cabello castaño, su rostro se ve más blanquecino, aunque seguramente parte sea por los nervios. A nadie le gusta estar en un sitio como este.
Con un asentimiento de cabeza, entramos. Sus tacones resuenan y se mezclan con el canto de los pájaros y el sonido de las hojas marchitas que rasgan la tranquilidad del lugar.
Conforme nuestros pasos se acercan, el corazón tapona mis oídos de forma que no puedo oír nada más y la vista comienza a nublarse. Abril coge mis brazos y me mira preocupada. Me centro en sus ojos avellana, pero son los mismos que aquel día y solo hace que tenga ganas de vomitar al verme reflejado en sus iris.
—¿Estás bien? Podemos volver.
Niego con la cabeza y trago la bilis que sube por mi garganta. Encamino la marcha a paso ligero, porque a cada segundo que nos aceramos tengo más ganas de huir, y cuando por fin llegamos, mis ojos leen la inscripción.

Cristina Garrido Oliva
(1973-2016)
Amiga, vecina, conocida, pero, sobre todo, madre.
Tu muerte deja un gran vacío entre todos los que te han amado.

Las flores frescas son el indicativo que pese a que yo no haya vuelto a aquel horrible lugar, hay gente que se sigue preocupando por ella. Siguen haciendo mucho más que yo, incluso ahora.
Los ojos de Abril están fijos en la lápida. Aprovecho su silencio para comenzar, o al menos, intentarlo.
—La llamada de esa noche... Me comunicaron... —toso para tratar de recomponerme en un intento absurdo de no romper a llorar—. que había muerto —las lágrimas salen solas.
Es demasiado. Me siento frente a su tumba y rompo a llorar sin poder controlarlo. Cuando Abril me envuelve en sus brazos, me siento un niño patético que no sabe afrontar sus problemas. Me odio, me odio tanto que quiero gritar hasta quedarme afónico. Me odio tanto que en este momento, querría morir.
—Lo siento, Héctor. Lo siento muchísimo. Dios... —su voz de quiebra.
—No-no. Lo siento yo. Siento haberte culpado todo este tiempo.
Hundo mi rostro en su cuello. Jamás he estado tan vulnerable ante nadie y me avergüenza mirarla a los ojos antes de decirle todo lo injusto que fui.
—¿Culpado? No lo entiendo —sus brazos acarician mi espalda.
—Cáncer de páncreas. Estaba muy mal, Abril. Esa noche me tocaba. Debería haber estado a su lado y me fui. La...
Un nudo en el pecho me corta las palabras y el llanto las sustituye. Su novio Andrés y yo nos turnábamos para cuidarla, pero los últimos meses me eran insoportables. Su piel había perdido el color, su precioso cabello rubio se había desvanecido y los huesos eran tan evidentes, que a veces me daba miedo verla, como si su esqueleto tratase de atravesar la poca piel que le quedaba.
De nuevo las nauseas. Agarro mi estómago y reprimo las ganas de vomitar. Abril intensifica el abrazo y susurra cosas tranquilizadoras, aunque la noto temblar contra mí.
—Era más fácil echarte la culpa que asumir que... —retengo el aire—, la había dejado morir sola. He dejado morir sola a mi madre.
Por fin soy capaz de decirlo. Por fin alguien más sabe la escoria que soy. Ya no hace falta que me odie en el espejo o finja que todo va bien. Le acabo de dar las herramientas para marcharse y dejarme de forma definitiva. ¿Quién estaría con alguien como yo?
Abril me aparta e intenta que la mire, pero me niego. Tapo mi rostro para que no vea mis lágrimas. No quiero su compasión.
—Por favor, mírame. Héctor, necesito que me mires a los ojos. Quiero que me creas.
Sus manos acarician mis nudillos y pasa sus dedos por mis anillos. Su delicadeza hace que me sienta bien, y no debería sentirme bien. No tengo derecho.
—¿Eran de tu madre?
Asiento. Los llevé a una joyería para implementarlos con toques masculinos y así poder llevarlos siempre junto a mí. Mi recuerdo permanente del mayor error de mi vida.
—Siempre me han gustado. Y el coche también —desliza sus dedos por mis antebrazos y aparta las manos de mi rostro.
Sus ojos me sonríen, al igual que sus labios. Acaricia mi mejilla de forma suave y me apoyo levemente en ella sin dejar de mirarla. Es la chica más preciosa que existe. No tengo ninguna duda.
—Escúchame, Héctor. Le estás pidiendo a un chico de 16 años que vea morir a su madre día a día. Estoy segura de que ella no lo querría y pondría la mano en el fuego, porque se alegra de que no lo hayas visto. No sabes lo orgullosa que estaría de ti, Héctor.
No hay compasión, decoro ni ninguna otra clase de cosa que haga que me arrepienta, solo sinceridad. Su sinceridad me desarma y decido en aquel mismo instante, que pase lo que pase después, voy a amarla por el resto de mi vida, porque si de algo estoy seguro, es de que mi madre la querría casi tanto como yo. Lo único de lo que me arrepiento, es de que no la haya conocido.
"Esta es la indicada. ¿Cierto, mamá?"

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora