133. Un par de smoothies y confesiones

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Llego a casa con los latidos metidos en los oídos y me esfuerzo todo lo posible por reprimir las lágrimas, pero cuando mis padres me esperan en silencio, lo sé. Estaban en la ventana. La culpabilidad me arrasa y rompo a llorar avergonzada de que hayan visto eso.
Mi madre me abraza mientras repito una y otra vez cuanto lo siento, aún con el ramo de tulipanes en la mano.
—Mi niña, tranquilízate. Vamos al cuarto —aparta las flores y las pone sobre le mesa caoba del salón.
Mi padre se apoya contra la pared y evita mi mirada sin saber qué hacer, cosa que me hace llorar aún más. No quería decepcionarles. Metí a Carlos en casa para después hacerle esto. Al recordar el rostro de Carla y el tono frío de él, me abrazo a mí misma para tratar de quitar el frío que atraviesa mi cuerpo. Soy una persona horrible.
Una vez en mi habitación, consigo relajar la respiración y mi madre se sienta a los pies de m cama mientras acaricia mi pierna, con el pelo rubio recogido en un moño bajo y la vista perdida en mi escritorio.
—No quería que pasase así. ¿Soy una mala persona? —digo en voz baja.
—¿Querías hacerle daño?
—No.
—Pues eso es lo que te diferencia de una mala persona.
—Pero aún así...
—Te dije que tenías que aprender de tus errores. Y para bien o para mal, creo que con esto has aprendido una lección importante. ¿Me equivoco?
—Nunca te equivocas —intento sonreír.
—Cuando te equivocas mucho, aprender a no hacerlo —me tranquiliza.
He jugado con los sentimientos de Carlos de forma egoísta. Sabía que me quería y yo ansiaba ser querida, aunque no pudiese corresponderle de la forma que merecía. Ha sido más un amigo con el que me he acostado, y no me gustaría que me odiase, pero soy consciente de que es lo único que me merezco.
—Soy una egoísta —aparto la mirada.
Me tumbo de espaldas a la puerta de mi habitación y me centro en la pared malva. Mi madre se tumba a mi lado y me abraza con ternura. Mece mi cuerpo con el suyo y noto como apoya su frente en mi hombro.
—El amor nos hace serlo.
—¿Y si me vuelvo a equivocar?
—La cosa es —la voz de mi padre irrumpe en la sala—, que no le querías. Si pretendías estar en una relación solo porque te trataba bien, no es el camino. Así solo estás alargando lo inevitable.
Muerdo mi labio inferior sin atreverme a mirarlo.
Con mi madre, siempre tuve la confianza de poder hablar de todo, pero con mi padre es distinto. Quiero que me vea triunfar y ser una persona adulta, no que me vea en esta patética versión. Quiero ser tan fuerte como lo es él.
—Pedro, cariño, creo que la plancha tiene más contacto que tú.
—La niña lo hizo mal. Muy mal.
Me encojo sobre mí misma y tapo mi cara con las manos. El colchón se hunde con un nuevo peso.
—Pero —continúa—, te has dado cuenta de ello y seguro que sabes lo que debes hacer —su tono de voz se vuelve más amable.
Mi madre y yo nos reincorporamos. Mi padre, con su polo azul marino, me mira con un cariño tan especial que hace que mis lágrimas vuelvan.
—Me disculparé.
—El mayor orgullo de un padre, es ver que sus hijos pese a tropezar, hacen lo correcto, aunque eso les sea difícil.
Cuando me atrae hacia él para abrazarme, mis lágrimas se borran. Soy consciente del daño que hice y que solo depende de mí intentar arreglarlo, o al menos, ser totalmente sincera.
Me levanto como un resorte y cojo las llaves de mi coche ante la mirada preocupada de mis padres.
—Necesito un smoothie y un par de confesiones a mi mejor amiga.
—¿Te marchas?
—Vuelvo en un par de días. ¡Os quiero!
Cojo mi bolso y me marcho.

En la ciudad hace menos frío que en mi pueblo, por lo que al llegar a la cafetería, puedo quitarme el abrigo para estar más a gusto.
Bea sirve una mesa y no me ve llegar, por lo que me siento en una mesa a la espera de que me vea.
Tiene su cabello anaranjado recogido en una coleta alta y su uniforme, con un polo de manga larga marrón junto a unos pantalones negros, le queda a la perfección, aunque ella insista en que lo odia.
Cuando lo hace, salta emocionada hacia mí, aunque soy incapaz de de devolverle el entusiasmo.
—Vale, aquí pasa algo —se separa preocupada.
—Le he puesto los cuernos a Carlo y este lo ha visto.
Hace un gesto para hablar, pero vuelve a callarse. Cuando lo repite un par de veces entro en pánico. Si la persona que nunca se queda sin palabras lo hace, es peor de lo que me temía.
—Un segundo, reina mía. ¡Aiden! —hace un gesto para que se acerque. Este suspira y suelta el paño de forma perezosa en la barra. Bea se sienta en la silla frente a mí —. Dos smoothies con extra de sirope de fresa —le sonríe de forma angelical.
—Adivino. ¿Necesitas cinco minutos? —entrecierra sus ojos grises.
—¡Sí! ¡Eres el mejor!
—No he dicho que acepte.
—¿Vas a negarle el favor a un pivonazo?
—Cuando veas al "pivonazo", me avisas.
Aiden se da la vuelta y Bea le muestra su dedo corazón, aunque este no lo ve.
—A veces querría estrangularlo —suspira—. Bueno, ¿me puedes repetir eso de que te has cepillado a Héctor?
—¿He dicho que me lo haya montado con él?
—Digamos que cuando se habla de ambos, no tenéis punto medio. O la cagáis hasta el fondo u os reprimís como si hubieseis firmado un voto de castidad.
—O sea, soy una guarra —muerdo mi labio inferior.
—Solo estás muy, pero que muy enamorada.
Aiden trae las bebidas y echa una última mirada a Bea que no me pasa desapercibida. Ella mira de reojo hasta hasta que se va. Solo entonces, continúa.
—Estaba su hermana delante —araño mis dedos nerviosa.
—Mierda —hace mueca.
—Mierda —asiento.
Damos un par de sorbos a nuestra bebidas. Por mucho que lo intente, no puedo evitar que mis lágrimas vuelvan a salir. Las limpio con frustración.
—Ey, Abril —acerca su silla a la mía—. Llevo viendo durante más de un año como luchas constantemente contra ti misma. Es hora de que te des un respiro —apoya su mejilla en mi hombro.
Dejo caer mi cabeza para apoyarme en la de ella y nos quedamos así unos instantes. Su mano se entrelaza con la mía.
—Esta vez todo podría ser distinto.
—Créeme, lo sé —levanta la cabeza y saca su móvil del bolsillo—. Hace menos de media hora Héctor nos ha metido a Luis y a mí en un grupo de whatsapp. Ha mandado un audio de diez minutos y se ha salido con la amenaza de que ni se nos ocurra compadecernos ni escribirle algo al respecto —me enseña el grupo y vuelve a guardar el móvil.
—¿Y qué piensas? —doy un nuevo buche a mi smoothie.
—¿Quieres que os de mi bendición o algo así? —bromea, pero al instante se pone seria—. No puedo imaginarme el dolor que ha pasado, y tampoco sé que deberíais hacer, pero de algo sí estoy segura, y es de que os queréis. No sé si de la forma adecuada, pero os necesitáis —me sonríe.
La necesitaba. Su sinceridad, su sonrisa, y sobre todo, sus ganas de vivir. Esa vivacidad que hace que lo malo se vaya.
—Te quiero muchísimo, Bea.
La atraigo contra mi pecho y sonrío con orgullo. Es mi mejor amiga.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora