69. Un "Carmen" en toda regla

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Creo que "nerviosa" no es una palabra suficiente para describir cómo me siento. El autobús de Carlos se ha adelantado y yo espero a que mis padres vengan de trabajar para adelantarles la noticia de que viene a almorzar. La parte positiva, es que mi madre anoche decidió cocinar comida para tres familias, por lo que no tengo que intentar cocinar y poner mi integridad física y esta casa en peligro.
Termino de limpiar la casa y preparar la habitación justo cuando escucho el timbre.
Mierda, ha llegado un poco más pronto de la cuenta. Al menos, tenemos la la casa sola, porque su hermana viene el fin de semana y ya sí que sí no tendremos ni un momento de intimidad.
Abro la puerta con el corazón acelerado y se me detiene unos segundos. Unos ojos verdes me miran con el ceño fruncido y una botella de vino entra en mi visión.
—No sabía que traer —dice avergonzado.
—¿Traer?
Nos quedamos perplejos mirándonos el uno al otro. Afina sus labios mientras mis ojos vuelven a bajar hacia la botella.
—Esto está siendo jodidamente incómodo. ¿Está tu madre?
—¿Para qué quieres a mi madre?
—Me invitó a almorzar. Bueno, me obligó de forma indirecta más bien —se toca el pelo visiblemente incómodo.
No me lo creo. Para eso quería el maldito número de Héctor. Todo lo que quiere agradecer lo soluciona con comida. Por supuesto que lo iba a invitar a comer, pero ¿tenía que ser hoy?
—¡Claro! Que tonta, se me ha olvidado. Pasa —pongo la mejor de las sonrisas.
—Tu madre se ha marcado un "Carmen" en toda regla, ¿verdad? —dice con una sonrisa nostálgica.
—Efectivamente —suspiro.
Mi madre siempre ha sido propensa a las encerronas y a no avisar de los momentos incómodos hasta que se presentan. Puede que haya sacado de ella el retrasar lo inevitable.
Héctor pasa y deja la botella encima de la encimera. Mira de reojo la puertecita que aún sigue algo descolgada y sonríe sin poder evitarlo.
—¿No hubo arreglo?
—No —intento aguantar la sonrisa.
Recuerdos tórridos de nosotros desnudos en mi cocina hace medio año, hacen que el calor se instale en mi vientre. Recuerdo gemir su nombre mientras me agarré del pomo de la puerta sin poder evitarlo hasta que la echamos abajo. Cómo olvidarlo.
Se apoya contra la encimera y nos quedamos en un silencio sepulcral. Esto está en mi top diez momentos más incómodos, aunque muy por debajo de cuando fingí perder el colgante inexistente. Me llevo sin poder remediarlo la mano al cuello, siendo consciente de que ya no está ahí, sino en una caja metido en mi escritorio.
—¿Lo tiraste?
Lo miro sin poder creerlo. ¿En serio piensa que he sido capaz de hacer algo como eso?
—¿Cómo puedes pensar eso de mí? —digo a la defensiva.
Salgo de la cocina hecha una furia y me dirijo hacia mi habitación. Dice mi nombre por el pasillo, pero le ignoro e intento cerrar la puerta sin éxito.
—¿Me explicas qué cojones te pasa?
—¡Que no me puedo creer que me hagas esa pregunta! Se supone que me conoces.
Su ceño se frunce y se cruza de brazos observándome con atención.
—Pues no lo sé. Cada vez que creo que te conozco, me doy cuenta de que estoy muy lejos de hacerlo.
¿Está de coña? Debe de estarlo.
—Venga, di qué cosas hice mal. Ilumíname —río con sarcasmo.
—Venir aquí ha sido una pésima idea.
Se da la vuelta y saco sin pensarlo la caja escondida bajo mi cama y se la lanzo a los pies.
—He guardado cada maldito recuerdo tuyo, incluso después de tus mentiras e incluso después de muchas más mentiras, las sigo manteniendo —me acerco a él y pongo un dedo en su pecho.
Héctor mira la caja para después mirarme a mí.
—Así que dime querido Héctor. Dime una sola cosa que hice mal.
Ahora es él quien se acerca un paso que me hace retroceder hasta que topamos con mi cama. Tropiezo con ella y acabo sentada a la vez que él baja sus brazos y se pone a mi misma altura, apoyado en ella.
—No me informaste de nuestro trabajo en ningún momento. Ese viaje, ese proyecto, era de ambos.
—¿Eso es lo que te importa? Un puto proyecto. ¡Me eligieron a mí!—reprimo las lágrimas.
—¡Y tú me elegiste a mí! O eso se suponía.
Noto como el corazón se me encoge y lo miro sin saber qué decir. No sé en qué contexto habla, pero no puede exigirme que me quedase a su lado. No después de aquello. Prometimos una sinceridad que nunca llegamos a cumplir.
El sonido del timbre retumba en la casa y me levanto hacia el pasillo.
—Por cierto, mi novio come con nosotros.
No me da tiempo a ver su reacción porque me marcho.
Un "Carmen" en toda regla.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora