33. La crema de los juanetes

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La mañana siguiente finjo dormir más de la cuenta. Realmente llevo despierta desde las diez de la mañana, habiendo dormido solamente cuatro horas y media, pero no puedo dormir más. Carlos sigue sin contestar a mis mensajes y no quiero enfrentarme hoy a un nuevo día en el restaurante. No quiero ver a Héctor, simplemente.
Nuestro mutuo acuerdo de ignorarnos porque no podemos ni tan siquiera ser compañeros de trabajo, hace que se me encoja el estómago. Es imposible que pueda ignorarlo lo suficiente como para que no me afecte.
Doy varias vueltas en la cama apartando lo máximo posible la fina sábana de color morado, que ni sé por qué me tapé esta noche con el calor que hace.
Miro el colchón de la cama de abajo y me fijo en que no está Bea, pero en cambio hay una nota en su almohada.
"Estoy en la playa con el innombrable. Mira el móvil. Te quiero."
¿En serio? ¿Se ha ido a la playa con Héctor? ¿Cuándo ha sucedido? ¿Ha dormido algo esta noche?
No quiero reconocerlo y probablemente nunca lo diré en voz alta, pero me da mucha rabia que se haya ido con él, puesto que anoche básicamente acordó que me ignoraría lo máximo posible, pero en cambio a mi mejor amiga sí que la quiere ver. Probablemente esté siendo una inmadura irracional, porque Héctor conoce a Bea desde mucho antes que yo, por lo que realmente, tiene sentido.
Vuelvo a meterme en el chat de Carlos y nada. Última conexión a las diez y media, ignorando el patético mensaje de "buenas noches" que le envié a las cinco y media de la mañana, cuando tenía el sueño suficiente como para no darme cuenta de lo que hacía y romper mi norma de darle espacio. Soy la reina en hacerlo todo MAL.
Me meto en el chat de Bea y leo su mensaje. Prácticamente dice que necesita tener una charla con Héctor en condiciones y que estaba tan plácidamente dormida que no quería despertarme, pero que no me preocupe porque sobre las doce y algo volverá a casa para almorzar conmigo.
En el fondo me siento incluso aliviada de poder estar en la soledad de mi vieja habitación sin tener que fingir una sonrisa. Estoy modo depresiva y me da igual.
Mi padre abre repentinamente la puerta de mi habitación buscando algo con el ceño fruncido. Pego tal bote del susto que estoy a punto de caerme de la cama.
—¿Has visto la crema de los juanetes?
Esto es increíble. Sumamente increíble.
—¡Llama antes de entrar! ¡Podría estar desnuda!
Sé que me estoy quejando por puro placer, porque que mi novio me ignore los mensajes está llegando al punto de enfadarme y mi padre es la pobre criatura que acaba de meterse en medio de mi guerra emocional con tendencia depresiva.
—Te he parido Abril. Tampoco me iba a asustar.
Vaya. Parece que hoy no soy la única en esta casa con un humor de perros. ¿Se está escuchando?
—Tú no me has parido. ¿Saco un libro de biología?
—¡Carmen! —gira el cuello y llama a mi madre— ¡Tu hija me está hablando muy mal!
Abro la boca de par en par. ¿Alguien me explica que está pasando hoy en esta casa?
Mi madre aparece por detrás de mi padre y nos mira a ambos y alza una ceja interrogativa, por lo que antes de que mi padre diga nada, cojo el relevo. Me niego a quedar mal por apuntar un simple dato biológico.
—Papá ha dicho que me ha parido.
—¿Disculpa? —se dirige a mi padre— ¿Me he pasado yo treinta y seis horas de parto para que tú te lleves el mérito de cinco minutos de trabajo?
Ay no. ¿Acaba mi madre de hacer una referencia sexual a mi padre de lo más asquerosa? ¿Confirmamos? CONFIRMAMOS.
Me encanta el comienzo del día. Duermo una mierda, mi mejor amiga se va con mi ex el que no he superado del todo, mi novio me ignora desde hace un día, mi padre invade mi privacidad y para rematar, tengo que escuchar como fui un milagro gracias a los cinco minutos que mi padre se dedicó a... ¡NO! El día de hoy es horrible.
—¡Las mujeres de esta casa sois insoportables! Si no fuese porque tienes la menopausia pensaría que se os ha sincronizado el periodo.
Y para poner la puntita: el tópico de la regla.
Se va de forma dramática dejándonos a mi madre y a mí solas con perplejidad. ¿Qué bicho le ha picado hoy?
Mi madre me mira interrogante y me encojo de hombros. Simplemente le digo que buscaba la crema de los juanetes y eso parece ser suficiente para que ella diga que todo tiene sentido. Pues que lo explique porque yo ando demasiado perdida.
Se acerca a mí con una pequeña sonrisa y me susurra.
—¿Le doy un poco más de caña? —se burla.
—Por favor —le suplico.
Mi madre sale remangada de la habitación a grito pelado.
—¡Paco Mendoza! ¡Ven aquí que te voy a hablar yo de menopausia!
Mi madre consigue sacarme por fin una sonrisa. En el fondo estas pequeñas peleitas me animan lo suficiente, porque pese a todo acaban riendo y pasándolo bien. Me recuerda a mi y a Héctor.
Mierda. Me tenso al pensar en la persona equivocada.
Un vórtice de culpabilidad se instala en mi pecho y no puedo evitar que la tristeza me vuelva a inundar y que vuelva a manifestarse de forma que rasco los laterales de mis dedos con preocupación. Desde que lo he vuelto a encontrar tengo cada vez los dedos peor, todos llenos de pieles muertas y arañacitos que consigo disimular con crema hidratante, culpando a que tengo las manos secas cuando es todo lo contrario.
No puedo seguir así.
Decido hacer una pequeña locura en el nombre de lo que se supone que es el amor.
Le escribo a Bea que no me espere para comer. Tengo planes.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora