81. Rehacer

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Héctor me pide amablemente que salga para cambiarse de ropa. Se acerca a la taquilla y comienza a sacarla lentamente mientras lo miro perpleja. Me quedo en el asiento a la espera de que reaccione, pero cuando más pasa el tiempo y finge buscar algo en su taquilla, más idiota me siento.
—¿Cuánto te va a durar esto?
—¿El qué? —dice sin ápice de emoción.
—Hacer como si no fuese nada.
Cierra la taquilla de un portazo que me sobresalta. Los músculos de su espalda se tensan de forma notable marcando cada silueta en su piel. Apoya sus manos en la taquilla y se da la vuelta con el rostro más sereno. Su rostro y su cuerpo no están en sintonía.
Me vuelve a pedir que le de unos minutos para vestirse antes de hablar.
—¿Crees que voy a ver algo que no haya visto antes?
—No lo sé, pregúntaselo a tu novio, que espera fuera.
Una oleada de vergüenza me quema en las mejillas y la culpabilidad de su mirada no sirve para calmarla. Cojo mi bolso rápidamente y me apresuro a salir de allí.
¿Qué estaba pensando? ¿Cómo se me ocurre bromear con ello estando Carlos a unos metros? Quizá al fin y al cabo, por mucho que me niegue a reconocerlo, soy una persona despreciable.
Avanzo a grandes zancadas por el local con las pisadas de Héctor cerca de las mías y el sonido de los pantalones subiéndose a toda prisa. Coge mi muñeca cuando casi llego al salón.
—Héctor, suéltame —digo sin apenas mirarlo.
—Lo siento, escúchame... No tendría que...
—Suéltame.
—No me refería a...
—Por favor —se me quiebra la voz—, suéltame de una maldita vez —el sollozo sale finalmente.
Aparto la mirada avergonzada cuando él me suelta y pasa las manos por su cabello aún húmedo. Consigo que las lágrimas sean silenciosas y las seco con rabia contenida.
Miro a un punto fijo en el suelo. El silencio me está matando y solo quiero volver a casa y refugiarme bajo las sábanas.
—Abril...
—No quiero saberlo.
Si Héctor ha decidido hablar de forma tan pausada no quiero saber por qué es. No puedo enfrentarme a lo que tenga que decir porque no estoy dispuesta a que desaparezca de mi vida.
—Tenemos que hablar —repite de forma pausada.
—No tenemos que hablar de nada. Está todo bien. Estamos bien.
Su mirada es la confesión que necesitaba. Su arrepentimiento me traspasa y noto como las piernas me tiemblan y las pulsaciones se vuelven erráticas. Hablo de forma atropellada antes de que pueda decir algo de lo que se pueda arrepentir.
—Vamos, Héctor, siento el comentario de antes. Somos amigos, ¿no?
Silencio.
—¿Acaso quieres que también seamos ex amigos? Con lo mucho que insististe para serlo —bromeo.
Más silencio.
Lo miro con ojos expectantes, pero aparta la mirada y se muerde el labio sin ser capaz de hablar. La presión aumenta en mi pecho, y aunque trato de mantenerme serena, exploto finalmente sin poder remediarlo.
—¿En serio? Metieron a ese hijo de puta en la cárcel y nada, Héctor. Ni una llamada, ni un mensaje. ¡Me dejaste en leído! ¿Y ahora me vienes con estas? Eres increíble.
—Abril, tienes que entender que...
—No, Héctor, entiende tú que tienes los cojones de venir a mi casa, poner a prueba mi relación con Carlos, competir contra él delante de MIS padres y de repente, desapareces en el momento que más lo necesito.
—Abril, mírame por favor —se acerca a mí e intenta coger mi rostro.
—Te necesitaba.
Cuando me abraza, rompo a llorar contra su pecho sin poder controlarlo. Sus manos acarician mi espalda y sus brazos me estrechan de una forma tan dulce que solo hace que llore aún más sin poder remediarlo.
—No lo digas —le suplico.
—Lo siento, pero esto tiene que terminar —me dice con dulzura.
Aparta el pelo de mi rostro y lo sujeta para que lo mire en todo momento. Sus ojos verdes resplandecen y unas lágrimas salen de ellos mientras una sonrisa lo acompaña. Es la primera vez que lo veo así, y es tan hermoso y terrorífico que me quedo con cada detalle guardado para jamás poder olvidarlo.
—Necesitamos rehacer nuestras vidas, y mientras sigamos fingiendo que somos solo amigos, nunca vamos a poder sanar.
—Dijiste que podíamos serlo —sollozo mientras agarro su camiseta con desesperación.
—Creía que era lo correcto, estar en la vida del otro, porque me importas tanto que quiero que estés de la forma que sea, pero... No podemos. Al menos, yo no puedo. Tú necesitas volver a creer en el amor. Yo necesito comprender qué conlleva estar enamorado.
—Héctor, somos solo amigos —trato de convencerlo.
—Tú y yo nunca vamos a poder ser solo amigos.
Da un pequeño beso en mi frente y se aleja unos pasos con su rostro empapado de lágrimas que apenas se distinguen por la penumbra de la habitación. Mi llanto se intensifica y se disculpa antes de coger su mochila y salir por la puerta trasera dejándome completamente sola.
Me siento en el suelo totalmente agotada y con un dolor en el pecho que no soy capaz de explicar. Creí que podíamos tener esa complicidad, esas risas ocasionales y esos pequeños momentos en los que parecía que podíamos ser dos simples amigos que pasaban el rato juntos, pero una vez más me equivoco. Parece que es mi especialidad.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora