46. ¿Quieres que te lo explique yo?

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Sara desaparece de la habitación para abrir la puerta y a mí me entra el pánico. Quiero verle, pero a la vez me asusta hacerlo, por lo que me libro del agarre de Bea y me escabullo hacia el baño cerrándole la puerta en las narices. Me pide que le abra y yo le digo que estoy bien, que solo necesito un par de minutos a solas.
Me siento en el inodoro mirando fijamente al suelo, sin saber cómo actuar ante esta situación. El corazón me late con una fuerza abrumadora y mis manos no paran de temblar de forma incontrolada. Me repito una y otra vez que no pasa nada, pero el breve recuerdo de sus labios en mi piel hace que me la quiera arrancar a pedazos. Cuando quiero darme cuenta, mis dientes aprietan el dorso de mi mano con fuerza, para evitar que rompa a llorar o gritar en cualquier momento. El sonido de unos toques en la puerta me sobresalta.
Héctor dice mi nombre al otro lado y me tenso. Ha estado en un maldito calabozo a saber por cuanto tiempo por mi culpa. Héctor insiste por lo que trato de responder con la mayor naturalidad posible.
—¡Un minuto! ¿Una chica no pude hacer pis tranquila? —se me escapa una risa nerviosa.
Me levanto y miro mi reflejo, tratando de contener la respiración mientras Héctor me pide que por favor que abra la puerta.
La imagen que me devuelve el espejo es triste, con la pintura corrida por todos lados y el gesto desencajado. Me siento la pobre víctima de una película y eso me enfurece y me hace odiar a esa imagen que veo. Me enjuago el rostro borrando cualquier rostro de rímel, lágrimas o maquillaje en mal estado. Estoy bien. No ha pasado nada.
Tiro de la cisterna para fingir que estaba en el baño de verdad y con un suspiro final abro la puerta. Los tres me miran preocupados y yo sonrío.
—Madre mía. ¿Queríais escuchar el chorro? Un poco de intimidad madre mía.
Eso es, me gusta bromear. Bromear está bien, porque si soy capaz de bromear es porque lo que ha pasado no es grave, solo un pequeño susto.
El rostro de Héctor muestra emociones que nunca vi en él y eso hace que el pánico vuelva a crecer en mi interior, porque nunca lo he visto asustado. Si él está así por alguien, quiere decir que un mínimo de importancia ha tenido. Más imágenes incompletas. Tengo que irme de aquí.
—Deberíamos irnos a casa. Estamos muertas de sueño, ¿a que sí? —miro a Bea suplicando en mi interior que me siga la corriente.
Bea se muerde el labio nerviosa y mira a Héctor, pero él no retira su mirada de mí, mirando cada parte de mi cuerpo en busca de algo. Me siento desnuda, quiero quitarme esta ridícula ropa y ponerme mi pijama.
Sara se acerca a Bea y le pone la mano en los hombros.
—¿Me acompañas a hacer un poco de tila? A todos nos vendrá bien.
Héctor asiente y Bea cede. No. No quiero quedarme sola con él.
El pasillo se queda en silencio y yo aparto la mirada y retrocedo cuando se acerca.
—Abril, ¿cómo estás?
La preocupación de su voz hace que casi me quiebre. No soporto esto ni un minuto más. Pongo las manos tras mis espaldas y las aprieto para mantener mi papel intacto.
—Sabes que no soy de drogas, pero desde luego, no pruebes la burundanga. Deja dolor de cabeza —susurro la parte final con una sonrisa.
Héctor avanza esta vez más decidido y yo reculo hasta chocar con la bañera a la vez que él cierra la puerta del baño.
—No puedes bromear con eso.
—¿Por? —digo nerviosa.
—No me jodas Abril. ¿Quieres que te lo explique? —dice exasperado.
Siento el baño demasiado pequeño, aunque no lo es.
Está tan solo a unos centímetros de mí y yo no puedo recular más, porque me caería contra la bañera.
Su tono de voz hace que me ponga furiosa.
—¿Quieres que te lo explique yo? —mi voz rezuma sarcasmo.
—Sí Abril, quiero que me lo expliques. Quiero que explotes y grites, llores o lo que cojones quieras hacer, porque dudo que te apetezca hacer bromas.
Héctor consigue lo que quiere, porque su impertinencia hace que pierda los papeles y diga todo lo que he estado tratado de callar.
—¡¿Cómo estoy?! ¡Me han drogado, me han llevado a un puto baño y han intentado abusar de mí! ¿Sabes la parte más divertida? Es la que no recuerdo nada, pero a la vez tengo la sensación de sus manos sobre mi puto cuerpo casi desnudo. Dime Héctor, ¡¿cómo coño quieres que esté?!
No sé en qué momento las lágrimas se han deslizado por mis mejillas, pero Héctor me abraza contra él e intento apartarlo con todas mis fuerzas sin lograrlo. Grito y lo insulto hasta que no puedo más y me abrazo a su camiseta rompiendo a llorar desconsoladamente.
Mis piernas ceden y Héctor se arrodilla junto a mí, estrechándome entre sus brazos. Acaricia mi pelo corto mientras hace pequeños sonidos para que me relaje.
—Eso es, suéltalo todo. Estoy aquí.
Le digo que lo siento sin poder parar de repetirlo. Me siento culpable por demasiadas cosas a las que no le puedo poner nombre y una de ellas es que lleva horas detenido por mí.
—No tienes que sentir nada. No te preocupes princesa.
Acuna mi rostro de forma delicada y besa mi frente. Repitiéndome una y otra vez que está a mi lado.
Cuando consigo calmarme un poco, Héctor se apoya contra la pared y yo contra su pecho mientras me mece lentamente y acaricia mis brazos. Cierro los ojos y me dejo llevar por él, tratando de no pensar en otra cosa que no sea el tacto de sus dedos sobre mi piel. Me quedo levemente adormilada.
—Al final sí que vamos a ser unos apasionados de los baños. Creo que esta es la tercera vez que nos quedamos medio dormidos en uno —suelta una pequeña risita.
—O vomitamos —me río también.
—Esta vez no hemos vomitado.
—Habla por ti. Tu váter ha tenido el placer de conocerme.
No sé como acabamos con un pequeño ataque de risa breve, pero tranquilizador.
Héctor me pregunta si quiero la tila que debe estar ya fría y asiento. Me gustaría seguir con él toda la noche, pero Bea y su novia nos están esperando. Héctor ya hizo suficiente.
—No quiero molestar más, pero —hago una breve pausa avergonzada— necesito quitarme esta ropa y ducharme. Necesito ducharme —digo con voz temblorosa.
—No tienes ni que pedírmelo. Estás en tu casa.
Me ayuda a levantarme y acaricia mi rostro una vez más. Nos miramos por unos segundos y su mano tiembla en mi mejilla antes de separarla.
—Te traigo ropa. ¿Necesitas algo en concreto?
—Lo que sea está bien.
Cuando vuelvo a quedarme sola, el miedo amenaza con volver.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora