90. Soy modesto

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Héctor:

Camino lo suficiente como para perderla de vista y sentarme en la orilla con un cabreo monumental.
"Sí, Héctor, métete en una relación, te vendrá bien para superar tus movidas". Y una soberana mierda. No quiero problemas. ¿Tan difícil es vivir tranquilo? ¿O tengo predilección por chicas que me sacan de quicio?
Juego con la arena y la amontono en una esquina con el objetivo de distraer la mente cuando una pala de color amarillo entra en mi visión.
Un crío de unos seis años me mira con el ceño fruncido mientras me roba toda la arena que había acumulado.
—¡Ey! ¿Sabes que antes de coger algo, debes pedir permiso?
—La playa no es tuya.
Parpadeo varias veces sorprendido. El chico se sienta frente a mí y sigue cavando en el agujero que yo había hecho. Su gorra celeste oculta su pelo rubio y sus ojos castaños se concentran totalmente en sacar más arena para amontonarla en una esquina.
—¿Y quién te dice que no soy el dueño de la playa?
Me mira un segundo y oculta una pequeña sonrisa molesta.
—Mi hermano mayor tiene ese bañador y no es rico. Si lo fueses vestirías más guay.
—A lo mejor soy modesto.
—¿Tu mamá no te dice que no te puedes decir cosas malas? No eres molesto —me dice con repentina seriedad.
Me da un pequeño ataque de risa que hace que frunza el ceño aún más. Casi le digo que mi madre hace mucho que no me da ningún consejo, pero decido callarme y continuar jugando.
Hago un trato con Jaime, que me cuesta un rato que me diga su nombre, en el que le ayudó a cavar para hacer una fortaleza. La madre se acerca a nosotros, pero le indico que estoy bien y que no me está molestando.
—Es mi nuevo amigo —le contesta a su madre
—¿Ah, sí? ¿Ya somos amigos? —le sonrío.
—Si me ayudas a hacer un mega castillo, sí.
Desde luego, este niño no va a tener problemas en el instituto. Un chantaje en toda regla.
La madre me dice que si en cualquier momento me molesta no dude en decírselo, pero le indico que todo está bien y me centro en nuestra pequeña fortaleza.
—¿Qué haces solo? —me pregunta mientras da con sus manos forma a lo que se supone que es una torre.
—Esa misma pregunta te puedo hacer yo a ti.
—Estoy con mis papás —me mira como si fuese idiota.
Claro, es que lo soy. Me está hablando un crío y yo lo trato como si fuese mi colega de toda la vida. Soy jodidamente gilipollas.
—Y yo estoy con mi novia, pero me he ido a dar una vuelta.
Abre la boca de par en par y suelta la pala a un lado con total indignación. Lo miro sin entender qué pasa y se levanta para ponerse delante de mí y dar pequeñas vueltas mientras habla.
—¿Y te vas solo? Eres un poco tonto.
Y no lo sabe bien.
—A veces los mayores necesitan estar a solas —me encojo de hombros.
—Pues cuando mi amiga Sol viene a la playa, estamos todo el día juntos.
Levanto las cejas con diversión y le pregunto si es solo su amiga, a lo que se pone rojo y me echa arena en los pies a modo de venganza, cosa que hace que me ría aún más.
Le ayudo a dar forma a su horrible castillo que gracias a mí, cada vez parece algo más aceptable. No sé de qué manera, acabamos hablando sobre nuestras "amigas" de forma sutil.
—¿Pero por qué no quieres ser más amigo de la otra chica? ¿Crees que eres molesto?
—Sí, algo así.
—No eres molesto. Mis amigos no lo son —me sonríe.
Al cabo de unos minutos, cuando tenemos gran parte del forte construido, un pie pisa nuestra construcción y la destruye. Jaime y y yo nos quejamos a la vez, al tiempo que una disculpa conocida llega a mis oídos.
Carlos me mira con el ceño fruncido y Jaime le tira una bola de arena que hace que reprima una carcajada.
—¿Qué haces aquí? —pregunta confundido.
—Con mi colega Jaime.
Mira al chico que me ofrece su puño para chocarlo y Jaime comete el error de preguntar si somos amigos.
—Sí, claro —me tenso.
Carlos le sonríe de vuelta, pero se le nota igual de incómodo que a mí.
—Bueno... me voy —hace una seña-
—¡¿Qué?! —dice Jaime indignado— ¿Tu mamá no te ha enseñado nada? Tienes que ayudarme a rehacer el castillo —se cruza de brazos.
Carlos nos mira con una fina línea por labios, y decido, pese a que me es como una patada en los huevos tenerlo a mi lado, hacerle un pequeño spoiler de lo que se va a encontrar al volver.
—O construyes una fortaleza, o vas con nuestras novias que han decidido jugar a ser las mejores amigas —sonrío incómodo.
Suspira de forma sonora y mira en la dirección que estaba andando unos segundos más largos de la cuenta.
—Construyamos el mejor castillo del mundo.
Al pequeño le brillan los ojos y me dejo guiar por Carlos, al fin y al cabo, él es el arquitecto.
En relativo silencio, cubierto por las charlas sobre el colegio de Jaime, creamos una fortaleza con castillo, murallas, lago e incluso un laberinto que es una pasada, aunque me niego a admitirlo en voz alta. Carlos se ve concentrado puliendo las figuras geométricas con la pala amarilla. Parece que le gusta de verdad.
La gente se para a nuestro lado y nos mira con ternura y muchos otros con burla, ya que un crío está haciendo con nosotros todo lo que quiere y más.
Carlos se sienta agotado mientras Jaime decora la torre con conchas y piedras que ha recogido en la orilla.
—Si has venido con tu novia... —comienza.
—Estoy cabreado con ella y me he ido. ¿Te suena?
—Algo —me contesta serio.
Pasan unos segundos eternos y decido ser yo el adulto funcional de la relación, aunque mi primer instinto sea hundirle la cabeza en la arena.
—¿Quieres hablar?
—Oh, no fastidies. No finjas que eres así, porque desde luego no lo eres —ni me mira.
—Preguntaba por educación.
—Tú no sabes el significado de esa palabra.
—Eres inaguantable —sonrío en todo momento para que Jaime no sospeche.
—¿Pero sabes que me alivia? Que por mucho que me esfuerce, jamás llegaré a tu nivel.
Es un gilipollas con todas las letras. Voy a soltar cualquier clase de improperio y marcharme cuando la imagen de Leticia se me mete en la cabeza. Es como si pudiera verla juzgando mi comportamiento mientras apunta en su hoja y se reajusta las gafas.
No. Llevo muchos meses intentando ser mejor persona, no puedo echarlo todo a perder porque Carlos haya decidido ser un gilipollas. Y sí, sé que me lo merezco, pero eso lo apuntaré de nuevo en mi lista de "cosas que no reconoceré".
—Mira, lo siento. Me comporté como un capullo. ¿Quieres saber porque estoy enfadado con mi novia? Porque le dije que no quiero saber nada más de Abril y al encontrársela, ha decidido invitarla a jugar a las cartas.
—Claro, por eso montaste ese numerito en casa de Abril.
—Te he dicho que lo siento. No pienso volver a repetirlo —lo fulmino con la mirada.
—Bien. Espero que mantengas tu palabra.
Pongo los ojos en blanco y decido callarme por fin. Me limito a observar al crío estropear todo el trabajo que habíamos hecho.
Me sorprende cuando es Carlos quien empieza la conversación.
—¿Rechazarías una plaza en el país de tus sueños por tu novia?
—No me jodas. ¿Has hecho eso? —digo boquiabierto.
—¿Qué?
—Menuda cagada. Abril tiene que estar al borde de un síncope —sigo más para mí mismo que para él.
—¡¿Qué tiene de malo?!
—Si has rechazado una plaza a estas alturas del curso, debe ser en un lugar serio y de prestigio. No has terminado la carrera, por lo que siento informarte, que acabas de lapidarte.
—Estupendo —masculla entre dientes.
—No te he dicho que yo no hubiese hecho lo mismo. Solo que es una cagada —me encojo de hombros.
Una vocecita estridente nos interrumpe, y vemos como una cría se lanza en los brazos de Jaime con el pelo largo castaño recogido en dos trenzas.
Por la cara de mi nuevo amigo, deduzco que su nombre es Sol y no puedo evitar que se me escape una risa que hace que me fulmine con la mirada. Carlos me mira sin entenderlo y le hago un leve gesto para que entienda que le gusta.
—Son Héctor y Carlos —nos presenta Jaime—, y están peleados con sus novias.
Vaya, es la mejor presentación que me han hecho en mi vida.
—Normal. Si no estáis con ellas es normal que se enfaden. Yo lo estaría. Mi madre siempre dice que no hay que estar enfadados más de diez minutos.
Se agacha a recoger piedras y Jaime se despide de nosotros con la mano.
—¿Nos abandonas por una chica? —me burlo.
—Lo siento, no quiero ser tan tonto como vosotros. ¡Nos vemos otro día!
No puedo creerme que me haya dado una lección un crío de seis años.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora