54. Iré más tarde a casa

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No puedo sacar de mi cabeza la maldita conversación de la playa. Analizo cada frase, cada gesto y cada pequeño detalle buscando respuestas que no llegan. No puedo engañarme a mí misma. Vi como miraba  Sara y sé que le gusta, o al menos lo suficiente para haberse aventurado en una relación. La forma en la que una pequeña sonrisa le salía, la confianza depositada en ella, el brillo risueño que convierte su verde en esmeraldas.
El estómago se me revuelve al pensar en la palabra "novia". No es sexo, es algo con etiqueta y la parte más oscura de mí, me susurra al oído que lo he perdido para siempre, aunque fuese mi elección. La parte racional me repite que tengo un novio que me quiere y lo daría todo por mí. Me centro en alimentar esa parte.
Son las una de la mañana cuando entro al vestuario para cambiarme.
Mario está junto a Isa con el ceño un poco fruncido y cuando me ven entrar, le da un pequeño toque en el hombro para que me mire. Isa me da una sonrisa incómoda y se acerca a mí con su larga cabellera castaña recogida en una cola de caballo.
—Eh, siento lo de ayer. Intentaré no juzgarte.
¿Eso era una disculpa? Si lo era, era la peor disculpa de la historia de las disculpas.
"Hola, siento haberte intentado matar. Intentaré no hacerlo". Sencillamente impresionante.
—He cagado mojones mejores que esa disculpa —masculla entre dientes.
Isa y yo fruncimos el ceño a la vez y lo miramos asqueadas.
—Muy gráfico —aguanto la risa.
—Yo diría más bien que asqueroso —le mira Isa de arriba abajo.
—También —me río.
—¡Oh! Me alegro que mis heces os unan en una preciosa amistad momentánea contra mí.
Isa y yo nos miramos. Le sonrío de forma amistosa, pero ella aparta la mirada incómoda. Genial. Bueno, si al menos no va a tirarme más mierda encima de la que ya llevo, con eso me conformo.
—Encantadora escena —dice Mario de forma sarcástica—. Ahora si me disculpáis, necesito que os deis prisa chicas.
—¿Necesitas hacer de vientre? —bromeo.
—Querida Abril, sabes que no tengo ninguna clase de problema en gritar a los cuatro vientos que me estoy cagando y hacerlo —me echa los brazos por encima.
Mi cuerpo se tensa de forma instantánea y tengo que hacer acopio de toda mi fuerza para no apartarlo de forma brusca. Me digo mentalmente que es solo Mario, mi compañero de trabajo gracioso y divertido, que no es un violador en potencia. Agarro mis manos como si eso fuese suficiente para protegerme.
Isa nos mira con el ceño fruncido y bufa antes de pasar por nuestro lado.
—No entiendo como Paco te ha dejado como responsable —lo fulmina con la mirada y sale de la sala.
—¡Porque si te dejara a ti, absorberías el local con el agujero negro que tienes por corazón! —grita para que la escuche.
—No tenéis remedio —Nerea sale de la ducha con una toalla sobre la cabeza.
—No tiene remedio —matiza Mario.
—A ti te encanta molestarla —le sonríe mientras abre su taquilla para coger su ropa limpia. 
Mario hace caso omiso y saca el móvil. Teclea algo y lo vuelve a guardar.
—Chicas, ¿os falta mucho?
—Yo me ducho en casa.
—¿Tienes una cita? Siempre quieres ser de los últimos en salir —le sonríe Nerea antes de encerrarse en el baño con su ropa.
—Uy sí, una cita maravillosa con un morenazo de metro ochenta de ojos verdes divinos que tiene diarrea. Una maravilla.
—¡Oh! Creía que te gustaban las chicas. En concreto una —dice Nerea al otro lado.
Mario ríe por lo bajo y niega con la cabeza antes de contestar. 
—No vayas por ahí Nerea. Me gustan las mujeres, pero cuando tienen alma. Le he pegado a Héctor el virus y me ha pedido que le lleve medicación. Por lo visto no es capaz ni de bajar a la farmacia —me dice esto último a mí.
Me quedo en silencio unos segundos y acto seguido cojo mi bolso y me despido de de Mario.
—Yo le llevo las medicinas. Buenas noches.
Sonríe brevemente y se despide con la mano. Salgo del local y veo el coche de mi padre aparcado al lado del mío, a la espera de escoltarme a casa.
Sonríe al verme y me da un pequeño abrazo antes de que me de tiempo a decir nada.
—Papá, iré más tarde a casa.
—¿Qué? Ni hablar —dice tajante.
—Héctor está muy enfermo y necesita medicamentos —digo con cautela.
—Pues vamos juntos o me pasas su dirección. No vas a ir sola.
Su sobreprotección me agota y me demuestra una vez más lo frágil que pude llegar a ser. No necesito su protección las veinticuatro horas, no quiero a un escolta. Quiero actuar con la normalidad que debería ser, intentando hacer caso a Héctor y no dejar que una mala situación me generen miedos que controlen mi vida.
Insisto una vez más y con su nueva negativa exploto sin poder evitarlo.
—¡Me tenéis cansada! Estoy tratando de recuperar la puñetera normalidad y me tratáis como si en cualquier momento pudiese pasarme lo peor. ¡Necesito libertad!
Mi padre frunce el entrecejo y su rostro se tiñe de rojo antes de explotar como yo.
—¡¿Cómo crees que me siento?! ¡Soy tu padre! Apenas puedo dormir pensando en que no he podido hacer nada para proteger a mi única hija —sus ojos se enrojecen y yo aguanto las lágrimas— Si te pasa algo, me muero —acaricia mi mejilla con ternura.
—Papá—pongo mis manos encima de las suyas—, pero no a costa de asfixiarme. Por favor, déjame ir a verle —le suplico.
Mi padre aparta la mirada para acto seguido abrazarme contra su pecho. Me dejo mecer por él y sonrío. Le quiero tanto que me duele el pecho de pensar en lo que está sufriendo por mí. Me he centrado tanto en mi dolor, que no he visto el dolor que se ha ocasionado en ellos, en su preocupación excesiva, o en el simple hecho de que se tiene que levantar a las siete para ir a trabajar y está a las una y veinte de la mañana esperándome para asegurarse de que llego a casa.
—Llámame al llegar, por favor—me susurra en un último abrazo.
—Te lo prometo.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora