8. Diecisiete mensajes

667 59 0
                                    

Ayudo a poner los platos mientras Carlos y yo no paramos de echarnos miradas discretas. Después de acostarnos, salimos de la habitación para que no hubiesen sospechas y desde entonces no paramos de buscarnos con la mirada.
La vajilla celeste contrasta con nuestras mejillas sonrojadas y el mantel blanco impoluto ilumina nuestras miradas. Esto está bien, que todo sea sencillo.
Cuando paso al lado de Carlos no puede evitar rozar sutilmente mi trasero y disimulo una sonrisa. Me gusta ver tanto deseo con su mirada, me da una sensación de poder que funciona como una droga. De pronto, pienso en la frase de Ana y se me quita la sonrisa. Es malo sentir poder, no debería sentirme bien por saber que puedo destrozarlo en cualquier momento.
Nos sentamos en la mesa y comenzamos a comer con el sonido de la tele de fondo. Hablamos sobre nuestra vuelta a la universidad en un par de días y me preguntan sobre el trabajo de verano.
El plan de este verano es volver a mi pueblo y trabajar en la hamburguesería "Burguer's pop" que está a pie de playa. Todos los veranos necesitan una mano y Diego, el dueño que me conoce desde hace años, me dijo que cuando me hiciese falta el dinero, todos los veranos le hacía falta personal. Por ello hace un mes hablé con él y me incorporo el uno de julio.
Mi nivel de ahorros bajó considerablemente y el verano pasado fue el primero que no trabajé y no quiero que mis padres se ocupen de todo. Dos meses no me dan para demasiado, pero si les puedo ahorrar doscientos euros al mes, que así sea.
La idea de este verano se resumen en: trabajar, que Bea se venga dos semanas en sus vacaciones y que Carlos venga a conocer a mis padres.
Pienso en ese momento y se me encoge el estómago. Es el primer chico que les presento después de Héctor y todavía no les he hablado de él. Dios... debo ser lo peor.
—A ver si aprendes de Abril y te buscas un trabajo —se burla Jose.
—Trabajo sacándoos una sonrisa. A mamá no es nada fácil —le guiña un ojo.
—Nunca me han gustado mucho los payasos —se mofa Ana.
Nos reímos hasta que un sonido nos hace pegar un salto. La puerta de la casa se cierra de golpe y aparece Carla con los ojos llorosos.
Jose y Carlos son los primeros que se levantan con instinto de autoprotección y yo me quedo helada en la mesa. Sus ojos lo dicen todo y ese dolor es demasiado conocido para mi.
—¿Qué ha pasado? —habla Carlos nervioso.
—¡Que Abril tenía razón ¡Los hombres son unos malditos cerdos asquerosos hijos de puta que merecen morir en el infierno!
Carla sale corriendo a su habitación y todos se giran hacia mí.
—Os juro que en mi discurso no he utilizado ningún insulto —levanto las manos como una idiota para defenderme.
TIERRA TRÁGAME.
Suben a la habitación de Carla mientras yo me quedo en la mesa sin saber qué hacer. ¿Subo? No es mi familia, solo soy una extraña que está de forma temporal en sus vidas. Joder... ¿Qué estoy pensando?
Agarro mi pelo de impotencia y comienzo de nuevo a contar los colores de los objetos que hay a mi alrededor. Blanco, celeste, marrón, negro...
—¿Abril?
La voz de Carlos interrumpe mi cuenta y me suelto el pelo aparentando normalidad.
—Carla. Solo quiere hablar contigo —se pasa las manos por el pelo.
Los padres bajan las escaleras con mirada triste.
—Lo siento mucho. Yo solo le advertí que si no estaba preparada para tener sexo no lo hiciera, que nadie la presionara —atropello mis palabras con el corazón martilleándome contra el pecho.
—Querida... No has hecho nada malo. Me alegro de que le hayas dicho todo eso a mi hija. Muchísimas gracias —Ana me abraza y yo reprimo las ganas de llorar.
Respiro hondo mientras subo las escaleras. Me recuerdo que esto no es muy distinto a lo que hice con Bea, aunque esto me pone más nerviosa, porque siento constantemente que estoy jugando a ser la chica perfecta y que cualquier movimiento en falso puede significar que me dejen de lado. Es muy importante para mí que a familia de Carlos me acepte. Al fin y al cabo, nunca le importé a nadie lo suficiente.
Carlos besa mi coronilla antes de dejarme delante de la puerta.
Cuando entro, veo una representación muy parecida a lo que era la Abril de dieciséis años. Un mar de lágrimas, el rímel corrido, taquicardias y un horrible llanto que te rompe en mil pedazos.
Me siento a su lado y acaricio su hombro tratando de buscar las palabras adecuadas, pero no las encuentro. Una adolescente puede vivir el desamor mucho más intenso que un adulto.
Carla se abraza a mí de imprevisto.
—¿Quieres decirme que ha pasado? —susurro con cariño.
Se aprieta más contra mí y mi camiseta amortigua su llanto.
—No hemos besado y me ha intentado meter mano —llora más fuerte—. Cuando lo he apartado se ha enfadado y me ha dejado sola en aquel callejón.
Hijo de...
La abrazo con fuerza y la mezo un poco por instinto, haciendo que su respiración se vaya relajando.
—¿Te ha llegado a tocar?
—No. Me he apartado corriendo, pero creo que he insinuado algo que no quería. No tendría que haberlo besado —tiembla.
—No Carla. Un beso no es una invitación a que toquen tu cuerpo, sobre todo en una primera cita. No has hecho nada malo.
Ante esta situación no pienso andarme con pies de plomo. Nadie le debe sexo a nadie.
—Fui una idiota por pensar que me quería.
—No, el que es un idiota y una escoria humana es él. Mejor haberlo descubierto a tiempo —acaricio su mejilla.
Carla se apoya contra mi pecho y nos quedamos abrazadas un par de minutos. El llanto consigue cortarse y se queda adormilada contra mi.
—Abril... ¿Y si no puedo confiar en nadie más? Quizá no estoy preparada para acostarme con nadie.
—La persona que te quiera, esperará. Acuéstate con alguien solo cuando tú quieras. Da igual si es por amor o diversión, el factor es que a ti te apetezca —acaricio su cabello.
—Gracias —hunde su cara en mi cuello.
Carlos me manda mensajes preocupado y le contesto que todo va bien, que espere un poco antes de entrar.
—Deberías hablar con tu hermano.
—No... No quiero que se preocupe, me da vergüenza.
—Carla... No puedo no contárselo a tu hermano, así que por favor, te pido que se lo cuentes por mí. Te quiere mucho y está muy preocupado. No para de mandarme mensajes como un psicópata.
—¿En serio?
Le enseño los mensajes y suelta una bonita risa que consigue aliviar un poco la tensión de mi cuerpo.
Le escribe un mensaje para que entre. Carlos asoma por la puerta con el ceño fruncido de preocupación y se queda sin entrar.
—¿Estás bien? —pregunta él.
—Le has escrito diecisiete mensajes a Abril —se burla, aunque mantiene los ojos llorosos.
—Es lo que tiene que la petarda de mi hermana venga llorando y me robe a mi novia —le devuelve la broma.
—Pues la petarda de tu hermana necesita que el tonto de su hermano la abrace —se le quiebra la voz.
Una sonrisa ilumina mi rostro cuando ambos se abrazan.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora