60. No

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Luis me mira con el ceño fruncido mientras el corazón me va a mil por hora. Hace tiempo que no lo veo, y lejos de ser una escena bonita y animada, es un momento tenso que hace que tenga ganas de vomitar.
¿Qué se supone que estaba haciendo? Hablar sobre todos esos momentos que me hubiese encantado tener con él, solo hace que me duela el pecho y necesite romper a llorar hasta quedar dormida. Un futuro que es imposible que tengamos.
Pienso en Carlos y noto como se me contrae el estómago. No hice nada, pero a la vez hice una de las peores cosas que se pueden hacer.
Luis deja la maleta en la entrada y se sienta en el sofá, sin tan siquiera darme un toque de cabeza como de costumbre. Me siento como una niña a la que le está a punto de caer una regañina.
Héctor nos mira desde la puerta, aún sofocado y con el rostro pálido. No quiero pensar en lo que hubiese pasado si Luis no hubiese pegado al timbre. No, no voy a pensar en nada de ello.
Luis le hace un gesto para que se siente, pero Héctor se apoya en la puerta de brazos cruzados.
—Luis, no eres mi padre. Estás sacando de contexto la situación.
—¿Qué situación? ¿La de que estáis con un sofoco preocupante?
—Luis, no ha pasado nada —le aseguro.
—Además, no vengas a darme lecciones de si me puedo tirar o no a mi ex, al fin y al cabo, tú llevas haciendo lo mismo todos estos meses —finaliza Héctor.
Vale. Hemos topado con un nuevo problema. De todos era conocido que aunque no han vuelto, de vez en cuando han tenido algún que otro encuentro sexual del que luego Bea se ha arrepentido, pero aún así, siguen jurando que lo van a dejar y vuelven a cometer el mismo error. Nunca habíamos comentado nada, y Héctor a abierto la caja de Pandora.
Luis lo mira con sus bonitos ojos chocolate durante unos segundos. Frunce levemente el ceño, pero luego se gira hacia mí y noto como mi corazón comienza a palpitar esperando lo peor.
Como siempre, me sorprende la capacidad que tiene de enfrentar los problemas. Ante ese comentario yo ya me habría puesto como una energúmena.
—Voy a ignorarlo porque ambos sabemos que cuando se siente culpable, en vez de asumir los errores tiende a atacar al otro, pero la gran diferencia, es que yo no le hago daño a nadie, vosotros en cambio, se lo estáis haciendo a un amigo mío.
—¡Asumo mis errores!
—¡No! —gritamos Luis y yo al unísono.
Héctor intenta protestar, pero esta vez soy yo quién le coge la delantera. Las palabras de Luis me han hecho daño, y mucho.
—Y tú —me levanto del sofá y me pongo frente a él—, sí estás haciendo daño a alguien, pero no vas a reconocerlo. Vienes aquí y ni me saludas, me juzgas en base a NADA e insinúas algo horrible de MÍ. De nosotros —señalo también a Héctor—. Se supone que también somos tus amigos.
Paro porque los ojos se me llenan de lágrimas. Odio lo sensible que estoy desde el incidente. Odio mostrar esta debilidad.
Me doy la vuelta y sin pedirle permiso, me encierro en el cuarto de Héctor.
Me siento en la silla de su escritorio y trato de contener la respiración como me enseñó. No quiero que me dé eso de nuevo, solo de pensarlo hace que el miedo me recorra de pies a cabeza.
Miro su escritorio tan ordenado como siempre, con todo perfectamente colocado. Me sorprendo cuando veo en una esquina, colgado sobre una chincheta el llavero de nuestro viaje. Recorro con mis dedos la cerámica y cierro los ojos pensando en lo sencillo que fue aquello. Me vuelvo a odiar un poco más por estar pensando en lo que no me corresponde.
La puerta de la habitación se abre y suelto rápidamente el llavero. Miro a Luis que me mira con gesto arrepentido.
—Lo siento, enana.
—Sí, discúlpate capullo —asoma Héctor por detrás.
Luis pone los ojos en blanco y se acerca a mí para darme un pequeño toque en la cabeza que hace que rompa a llorar. Me abrazo a él y me fundo en su abrazo protector. Lo he echado muchísimo de menos.
Se aparta de mí y me seca las lágrimas para ayudarme a sentarme en la cama.
—Puede que esté un poco susceptible y os haya juzgado. Os escucho —me sonríe.
—Vaya, podrías haberlo dicho desde el principio y nos ahorraríamos las lágrimas —dice Héctor con ironía.
—Mira que bien, somos dos personas susceptibles en esta habitación —se burla Luis.
—Somos tres —les sonrío.
Por fin nos tomamos un respiro y soltamos una pequeña risa nerviosa. Le explicamos qué hago aquí y de forma inevitable, lo que me pasó. Al menos, contarlo ahora me resulta más sencillo, como si fuese parte de una pesadilla que no logro recordar bien.
Luis nos escucha con atención y suelta un suspiro final. Apoya los codos en sus rodillas y me mira unos instantes sin saber qué decir.
—¿Cómo te encuentras?
—Mejor —miro a Héctor—. Mucho mejor —les sonrío.
Luis y yo volvemos a fundirnos en un abrazo y escuchamos como Héctor protesta a nuestras espaldas.
—Me encanta todo este festival de disculpas, pero os recuerdo, que ambos me habéis atacado de forma injusta y espero vuestras disculpas.
Luis y yo nos miramos unos segundos y volvemos a centrarnos en él.
—No —respondemos de nuevo al unísono de nuevo, cosa que provoca que nos dé un pequeño ataque de risa mientras Héctor pone los ojos en blanco.
Después de unos minutos, llamo a mis padres para decirles que todo va bien, que Luis ha venido de visita. Mi padre me dice que sale ya a recoger a Bea, por lo que probablemente en unas cuatro horas llegue. Estoy deseando verla.
Luis y Héctor se han ido al salón. Cuado corto la llamada, me vuelvo a quedar a solas en su habitación y miro al llavero preguntándome si habrá algo más mío, alguna seña de que lo nuestro sigue estancado en lo más profundo de él.
No puedo evitar mirar por las estanterías. Veo varias fotografías que no me suenan y pequeños recuerdos en algunas esquinas, pero nada mío.
Veo una fotografía en una esquina y la sonrisa se me borra. Héctor coge a Sara por la cintura mientras ella le sonríe. La tiene en su habitación. Ella se portó bien conmigo mientras yo rebusco algún indicio de que no la quiera. Salgo de la habitación con un nudo en la garganta.
Me paro justo antes de entrar al pasillo, al tiempo que los escucho susurrar.
—¿Cómo llevas lo de Abril? —pregunta Luis.
—Eres peor que un grano en el culo. Ya te he dicho que no siento nada —dice Héctor enfadado.
Una nueva punzada me atraviesa y esta vez creo que no seré capaz de poner una máscara de indiferencia.
—Bueno, chicos, tengo que marcharme. Bea llega en breve y tú serás capa de cuidar al enfermo —intento bromear.
A Luis se le ilumina la mirada al escuchar hablar de Bea y Héctor me mira con el ceño fruncido, tratando de ver más allá de mis palabras.
—¡Buenos días!
Salgo por la puerta antes de que nadie pueda objetar nada.
Solo quiero estar sola.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora