En algún momento de la cena, a Santiago le ha parecido buena idea que los profesores salgan a fumar y los participantes nos quedemos en la mesa. Las pullas han reinado en toda la comida, sobre todo las dirigidas a mí ya que soy la única que ha contado con una persona más para el proyecto.
Nadia, la guapa morena de piel aceitunada, mira a Héctor como si fuese suyo y Leo, el otro semifinalista, nos ignora con la mirada pegada al móvil.
—Si tuvieses que votar a un ganador que no fueseis vosotros mismos, ¿cuál elegiríais?
Nadia se ve ganadora, es evidente por la sonrisa en su rostro y la despreocupación general. Solo quiere saber si su vídeo nos parece tan bueno como a ella le parece. Una ególatra de manual.
—Yo elegiría a Leo, espero que me disculpéis. Digamos que le doy más valor a que lo haya hecho sin ayuda —me mira de arriba abajo.
Su sonrisa va cargada de veneno y yo estoy a punto de perder los estribos, pero Héctor posa su mano en la mía para que me calme.
—Bueno, un buen publicista siempre es el que usa todas sus herramientas a mano —habla Héctor por mí.
—Entonces ¿eres una herramienta? —se relame levemente los labios.
Como vuelva a mirarlo de esa forma juro por Dios que no va a ganar el concurso porque va a estar bajo tierra. Será....
—Sí, pero solo Abril sabe como usarme.
—Yo creo que sabría usarte muy bien.
¡Pero y a esta tía qué le pasa!
Leo suelta una pequeña risa y nos mira por encima de la pantalla unos segundos antes de soltar el móvil bocabajo para contestar.
—Nadia, todos sabemos que vas a ganar, no hace falta este paripé.
—Oh, ¿crees que es el mejor? A mí también me lo parece —le sonríe de forma angelical.
¿Que es el mejor? Ni de coña. El de Leo es mucho mejor que el de ella, y siendo objetiva, el nuestro tiene mucho más espíritu que el de ambos. Tenemos también papeletas ganadoras y nos tratan como si estuviésemos aquí por alguna clase de premio de consolación.
—No te confundas. Creo que el mejor es el de ellos, pero tu abuelo es parte del jurado, ¿o me equivoco?
¿Qué? ¡Eso no debería estar permitido!
Nadia ensancha aún más su sonrisa y alza su copa de vino orgullosa. No puedo evitar hablar.
—Me sorprende que me des lecciones cuando tu familia es parte de la votación.
—¿Cómo era? Ah, sí: un buen publicista es aquel que usa todas sus herramientas a mano.
Mira que en mi carrera hay gente a la que pegaría por el simple hecho de existir, pero esta chica es una perfecta unión de todo aquello que odio. Es vomitivo.
—¿Nos vamos? —me susurra Héctor.
—Por favor y gracias.
Héctor se levanta de la mesa ante la sorpresa de todos y me tiende la mano de forma caballerosa.
—¿Princesa? —cojo su mano y Héctor me pone a su lado sujetándome de la cadera para que Nadia pueda vernos bien—. Estaremos deseando ver tu mierda de anuncio en la tele —le guiña el ojo.
Muerdo mi lengua para que no me dé un ataque de risa. Nadia nos chilla que somos unos impresentables, pero eso solo hace que la risa se me escape y ella chille aún más. Ahora la toma con el pobre Leo, el que no se ha podido aguantar tampoco la risa.
Vamos hacia Santiago para despedirnos. Interrumpen la conversación cuando nos ven llegar.
—¿Ya se van? —pregunta el bajito de la camisa de cuadros.
—Sí, me duele un poco la cabeza —miento.
—¿Necesitan que les lleve? —nos pregunta Santiago.
—No, tranquilo. Intuyo que más irme de aquí se me pasará.
Santiago me sonríe de forma cómplice y se acerca a mi oído para que no puedan escucharle sus compañeros.
—Intuye bien. Es insoportable.
Cuando salimos por fin del restaurante, exploto como una bomba de relojería.
—¿Pero quién se cree que es? ¡Debería darle vergüenza si gana solo por eso!
—¿Crees que esa chica tiene de eso? Me ha dicho prácticamente que me la quiere chupar —ríe entre dientes.
—Aggg, no me lo recuerdes. Me pone enferma.
—¿Puedo preguntar por qué?
Siento como se tensan los músculos de mi espalda. Una pequeña nube de vaho sale de mis labios y voy a tocar mi pulsera roja cuando noto algo en el bolsillo derecho. Aquella manía persiste. En los momentos que más nerviosa me encuentro siempre llevo el colgante de la letra A en uno de mis bolsillos.
—Olvídalo —da un pequeño toque en mi cabeza.
El camino al hotel es silencioso. Camina unos pasos detrás de mí. Cuando llegamos y se va a su habitación lo detengo.
—¿Puedes quedarte un poco más?
Sus ojos verdes reparan en los míos y los aparta de seguido.
—Si es por lo que pasó antes de salir, no te preocupes. Estoy bien.
—Quiero estar contigo —se gira sorprendido e intento arreglar mis palabras de forma atropellada—. Es temprano, podríamos hacer algo —me encojo de hombros.
—¿Quieres pasar?
Abre su habitación y me ofrece pasar. Entro y cuando se cierra la puerta, siento que mi corazón se va a salir del pecho. Aunque he estado aquí hace unos horas, ahora se siente muy distinto. Se quita su blazer negro y lo deja sobre la silla mientras se desabrocha un par de botones de su camisa. Comienza a girar los anillos de su mano y trago saliva con dificultad al recordar tantas caricias con ellos.
—Le he estado dando vueltas a una cosa —digo de forma despreocupada.
—Miedo me das.
Es la última noche y si no lo hago ahora, perderé mi oportunidad. Quiero entenderle, aunque no sé para qué. Quizá entenderle a él signifique entenderme a mí misma.
—¿Crees que no mereces amor?
Es la misma pregunta que me hizo aquella vez en el pasillo, tras ayudar a Bea con un ataque de ansiedad.
Sus ojos se abren ligeramente y yo me muerdo el labio con nerviosismo. Sabía que era una pregunta complicada. Camina hacia la cristalera que da a la ciudad y me da la espalda. Asumo que no voy a recibir ninguna respuesta. Me doy la vuelta para irme cuando su voz hace que mi mano se congele en el pomo.
—Sí.
—¿Crees que no te queremos?
Duele demasiado ver esta parte de él. ¿Cómo puede creer que no merece ser querido? Yo misma le quiero con cada pedazo de mí.
Me quedo congelada y reculo. La imagen de Carlos me viene la cabeza, aunque no por los motivos adecuado, sino que sé cuanto le dolería esto, pero no puedo ocultar lo que siento, al menos, no para mí misma.
—¿Me quieres?
Su pregunta suena a súplica. Se apoya contra el cristal y ambos nos miramos desde lados opuestos. El pomo de la puerta da contra mi espalda mientras sus ojos insistentes me miran desde la lejanía. Una pequeña mueca en su rostro hace que me rompa por dentro.
—Creo que deberías irte.
No. No quiero irme. Quiero que me muestre mucho más de lo que he visto. Quiero que se sienta seguro a mi lado.
—No. Eso sería darte la razón y no pienso hacerlo.
—Mi puto padre me abandonó y yo hice lo mismo con las personas a las que más quería. Os dejé en los momentos que me necesitabais. Soy idéntico a ese hijo de puta.
Se deja caer en el suelo y entierra su rostro en sus manos. Me arrodillo e intento que me mire, pero me pide una y otra vez que me vaya rompiéndome un poco más el corazón.
—Por favor, Héctor. No te hagas esto, tú no eres como él.
—No sabes una mierda de mí. Lo mejor que pudiste hacer es irte. Yo también lo hubiese hecho.
—Por más que lo repitas no lo hace cierto.
—Vete, por favor.
—Deja de pedirme que me vaya —la voz me tiembla—. ¡Deja de pedirme que me aleje de lo único que realmente me hace feliz!
Las palabras resuenan en la habitación dejándonos con un silencio ensordecedor. El latido de mi corazón se vuelve errático y mi respiración se entrecorta.
Cuando me mira, siento que me derrumbo mucho antes de que hable.
—Si yo soy lo único que te hace feliz, tienes un problema.
El autodesprecio de sus palabras es tal, que me deja sin palabras. Como alguien puede quererse tan poco cuando tiene tantas personas a su alrededor que lo quieren con todo su corazón. Se acabó, no pienso dejar que se hunda sin recibir un mínimo de ayuda. No pienso en dejar que se crea sus palabras ni por un mínimo instante. Cojo aire y lo digo.
—Te quiero.
—Abril, vete.
—Te quiero —vuelvo a repetir con más seguridad.
—No. Estuve esperando mucho para esto y no pienso escucharlo por puta compasión.
Su risa nerviosa hace me duela aún más el pecho y que las ganas de llorar se incrementen.
—¿Compasión? ¿Crees que es eso?
Me levanto y comienzo a dar vueltas en círculos. Tanto tiempo sin poder pronunciar las palabras y ahora que las digo no me cree. Me encuentro frustrada, enfadada e indignada. Esto no debería pasar de esta forma. Esto no debería haber pasado, soy una estúpida.
—No te estoy pidiendo volver juntos. Estaría loca si lo hiciese, pero ni se te ocurra decirme que lo digo por compasión. No cuando llevo un año intentando enamorarme de la persona correcta sin conseguirlo. No cuando busco cualquier excusa para volver a verte. ¡No cuando quiero besarte cada vez que te veo aunque eso signifique volver a salir herida! Si tú no te quieres me parece bien, pero eso no hará que yo deje de hacerlo.
Cojo mi abrigo y me marcho.
ESTÁS LEYENDO
Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)
Romance2ª parte de "Ex, vecinos y otros desastres naturales". ¿Son jodidas las rupturas? Sí. ¿Es jodido volver a enamorarte? Sí. ¿Pero sabéis qué es lo más jodido? Que el maldito destino no pare de reencontrarte con la persona que te rompió el corazón y q...