Héctor:
El timbre suena mientras me termino de abotonar la camisa. Me la vuelvo a quitar y la tiro sobre la cama con frustración. Cojo un jersey de cuello alto normal y me pongo unos vaqueros cuando el timbre vuelve a sonar, pero esta vez más insistente.
Joder, ¿quién coño pega a las ocho de la tarde?
El pensamiento de si es mi padre hace que ande raudo para la puerta, puesto que sus llamadas son insufribles. Ni tan siquiera sé cómo ha conseguido mi número de móvil.
Abro dispuesto a afrontar cualquier problema y me encuentro ante los ojos casi negros de Luis, quien me sonríe resplandeciente con unas latas de cerveza en la mano.
—Reunión mensual de "Las nenazas con el corazón roto".
—No, ni se te ocurra. Si es por el mensaje de antes...
—Deja de ser tan egocéntrico. Me apetecía estar contigo y fin —pasa por mi lado y abre una de las latas y deja el resto sobre la mesa de la cocina.
Cierro y me apoyo contra la puerta. Acepto la lata que me ofrece y le doy un sorbo.
—Me ha costado horrores que Bea no me siga.
—La pelirroja me ha llamado nada más y nada menos que nueve veces —río al ver las llamadas perdidas.
—¿Y no se lo has cogido? —alza una ceja y mira mi móvil.
—A la segunda le he dicho que no sea un coñazo o no le volvía a coger, me ha dicho que no me atrevería, y le he demostrado que claro que me atrevo —sonrío victorioso.
—Te va a matar.
—Creo que es nuestra dinámica de amistad.
Aunque no haya cogido las llamadas, sí que le he mandado mensajes pidiéndole que se centre en Abril. Al menos, ha aceptado que todo esto no es algo de lo que quiera hablar, o al menos, no aún. Contarle a tres personas por lo que he pasado estos años ha sido volver a abrir una herida que creía cerrada y sé que me queda mucho camino para poder solucionarlo, pero la parte difícil está hecha. Leticia me ha transmitido su orgullo cuando me presenté en consulta en mitad de un ataque de pánico.
Miro a Luis y me siento culpable. Le prometí que haría las cosas bien y no lo hice.
—Lo siento —aparto la mirada—. Ayer no te lo dije, pero lo siento mucho. La quiero muchísimo, Luis —me siento en el suelo.
Luis reajusta su chaqueta deportiva blanca y roja y se sienta a mi lado. Bebe un trago largo y me sonríe.
—Hace unos meses, reconozco que me habría enfadado. Sé que no lo habéis hecho bien, pero también sé que estáis enamorados y sé lo doloroso que es.
—¿Sabes que no estás con la pelirroja por cabezón? ¿No?
—No es tan sencillo... No puedo mentir. No puede pedirme que le mienta a la cara a sus padres.
—Jode que pase el tiempo y no dejes de perder la cabeza por alguien eh.
—Y por ello no voy a repetirte la cagada que has hecho y me voy a limitar a beberme una cerveza contigo —brindamos.
Me levanto y busco en el cajón de la entrada hasta encontrar la copia de las llaves. Me pongo la chaqueta y le lanzo las llaves que coge al vuelo ante su sorpresa.
—Tengo una charla pendiente con el padre de Abril, y como te has aficionado a venir sin avisar, para mi desgracia, quédate con unas copias.
La mirada de Luis se posa en las llaves y de estas de nuevo a mí.
—¿Me estás dando las llaves de tu casa?
—Sí.
—Bendita Abril. Ha transformado a un glaciar sin sangre en una personita repleta de amor.
—Vale, lo retiro. Dame las putas llaves.
—¡Que te lo has creído!
Lo persigo para que me las devuelva y acabamos los dos en el sofá en mitad de un ataque de risa. Joder, que bien se siente esto. No puedo evitar que las lágrimas se me escapen y me dejo abrazar cuando Luis me estrecha contra su hombro.
—Para lo que necesites...
—Lo sé. Gracias por estar aquí.
—Anda, vas a llegar tarde. Ya me dirás qué es eso de hablar con tu futuro suegro.
Este tío es la mejor persona que existe. No tengo ninguna duda.Una vez en el bar, decorado de forma rústica con barriles de madera y una clásica barra de hierro, me surgen dudas de si hice lo correcto.
Quizá no debería precipitarme de esta forma, pero siento de alguna forma que se lo debo.
La silla a mi lado se mueve y veo a Pedro a mi lado, con con un jersey azul que le queda algo ceñido y una camisa de cuadros que asoma por las mangas. Su barba gris está bien recortada y me hace recordar unos años atrás, cuando las canas eran apenas visibles.
Trago saliva con dificultad cuando se gira hacia mí.
—¿Cerveza? —me pregunta.
—Sí, por favor.
Esperamos en silencio hasta que el camarero pone las bebidas encima de la mesa. Tras ello, bebemos el primer trago sin pronunciar ninguna palabra. Es él el primero en hablar.
—Hijo, ¿de qué querías hablar? —carraspea al final de la frase.
—Le he contado sobre la muerte de mi madre —trago saliva con dificultad.
Mira hacia su botellín y reprime una mueca antes de mirarme.
—Sí, algo dijo antes de irse. ¿Por qué ahora?
—Estoy cansado —juego con los anillos. Los giro sobre mis dedos para tratar de mantenerme lo más sereno posible—. Por mucho que me esfuerce no consigo dejar de... de quererla —carraspeo incómodo.
—¿Y por qué tanto esfuerzo en dejar de querer a alguien?
Sonrío incómodo antes de darle otro buche, esta vez más largo. Me alegra haberme bebido con Luis la anterior, porque si no, no sé si tendría el valor de tener esta conversación.
—Me da miedo querer tanto a alguien y me da miedo recordar una y otra vez que dejé morir a mi madre aquella noche sola. Mi psicóloga dice que tengo miedo al abandono —me da una pequeña risa nerviosa.
—No sabía que ibas a terapia. ¿Por lo de tu madre?
—No, aunque al final me ha servido también. Quise cambiar para ser mejor para Abril. No quería volver a hacerla llorar.
—Pues ha vuelto a hacerlo. Carlos os vio.
Me giro con los ojos abiertos y él termina su cerveza también. Pide otras dos rondas.
Cuando me dice que Abril llegó llorando después de discutir con él y verlo todo, me siento peor aún. Aunque una parte de mí lo odiase por ser todo lo que yo no conseguía ser, no quería hacerle daño. Joder, veía en sus ojos cómo la quería.
—Lo siento muchísimo. No quería...
—A veces con sentirlo no basta. No quiero ver sufrir más a mi hija, pero no puedo controlar su vida —suspira.
Aparto la nueva cerveza a un lado y lo miro de frente. Ignoro la falta de aire o las ganas de salir huyendo. Ignoro también el temblor de mis manos o el aumento de mis palpitaciones. He venido a por esto.
—Pedro, lo siento muchísimo. Sé que es una locura pedirte un voto de confianza, pero es a lo que he venido. No pienso esconderme más, pero tampoco voy a insistirle. Ella sabe lo que siento y elija lo que elija, lo voy a respetar. Lo que quiero prometerte, es que jamás en mi vida voy a volver a hacerla llorar y esta vez tengo todas las cartas encima de la mesa. ¿Me darías esa última oportunidad?
Su silencio se hace insoportable. Mantiene sus ojos fijos en los míos. Aunque los ojos de Abril son de su madre, la forma de mirar es de su padre. Los pequeños gestos de reto, el como baja la mirada para después volver a subirla y cómo se echa levemente hacia atrás antes de contestar.
—La última —me advierte con una sonrisa.
No pienso defraudarle.
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Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)
Romance2ª parte de "Ex, vecinos y otros desastres naturales". ¿Son jodidas las rupturas? Sí. ¿Es jodido volver a enamorarte? Sí. ¿Pero sabéis qué es lo más jodido? Que el maldito destino no pare de reencontrarte con la persona que te rompió el corazón y q...