109. Si no cambio, me van a despedir por romper la vajilla entera

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Mañana es el último día que pasan en casa hasta finales de verano, así que aprovecho la mañana con ellos en la playa antes de irme al trabajo con un dolor de barriga monumental a causa de los nervios.
Pienso en lo que voy a decir en todo momento, pero cuando llego. El local está cerrado, aunque la puerta está abierta.
Escucho gritos que provienen de la sala de descanso. Isa y Nerea se encuentran fuera con el rostro blanquecino.
—¿Qué pasa?
Nerea niega sin saberlo e Isa me fulmina con la mirada.
—Nos han prohibido entrar —dice finalmente Nerea.
Me acerco a la puerta para escuchar la conversación y se me coge un pellizco en la boca del estómago al escuchar que son Mario y Paco discutiendo.
—Haz la prueba. Teníamos un trato.
—¿Un trato? ¡Llevo un año trabajando contigo! Te he demostrado que estoy limpio una y otra vez. ¡No me dejas vivir!
—¡¿Te recuerdo lo destrozada que estuvo tu madre?! ¡Dije que me encargaría de ti! ¡Se lo prometí a tu padre!
—¿Ese padre que viene tres veces al año? —bufa.
—Ese padre que se está partiendo la espalda para poder llevaros dinero a casa. Tenle un poco más de respeto.
La conversación sigue en aumento hasta que Paco lo acusa de volver a consumir. Isa hace un amago de entrar y la detengo. No va a creer a su novia, sobre todo cuando las cámaras pueden corroborar que no estuvo con él anoche.
Entro en la sala y Paco me mira con el ceño fruncido y me pide amablemente que salga. Mario me mira aparentemente nervioso y simplemente lo hago. Me recuerdo que es un buen chico y jamás me ha demostrado lo contrario.
—Mario no quiere hacerse la prueba porque... le eché una pastilla en la bebida.
Mario abre los ojos como platos y Paco se queda sin habla.
—No sabía lo de sus adicciones —me apresuro a decir—. Como nunca bebe... pensé que sería divertido y... —me tiembla la voz—. Lo- lo siento.
Paco se acerca a mí y se queda a un palmo de distancia. Su mirada se oscurece y yo aparto la mía avergonzada.
—Recoge tus cosas. Estás despedida.
Asiento levemente e Isa entra en la sala justo cuando Mario reacciona.
—¡No! ¡Se lo ha inventado! —se pone delante de mí.
Isa se posiciona también a mi lado y Nerea aparece por atrás y se une a nosotros sin saber bien qué está pasando.
—Ahora mismo quiero una explicación —nos pide.
—¿Quieres saber la explicación? Bien. Anoche salí con Isa, y el grupo con el que me solía juntar apareció y se sentó con nosotros. Lo siguiente que recuerdo es que Héctor vino a recogerme. Yo no me metí nada.
—¡Estaba presente! Estuvo todo el rato conmigo.
Nerea me mira sorprendida y yo le hago una pequeña mueca. Yo tampoco sé la historia al completo, pero de lo que estoy segura, es que ahora mismo le creo. Es lo mismo que me hicieron a mí.
—¿Y me lo tengo que creer?
—Haz lo que quieras —se encoge de hombros.
Nerea interrumpe la conversación y coge de la mano a Mario.
—No sé de que va esto, pero conozco a Mario y él no haría eso. No sé antes, pero ahora no —acaricia su mano y le sonríe.
Paco me mira para pedirme explicaciones. Las manos me tiemblan y el corazón me va a mil por hora. La situación es tan tensa que podría contarse en cualquier momento. Es asfixiante.
—No conozco mucho a Mario. Lo único que puedo decir, es que es amable, trabajador, sincero y siempre está dispuesto a echarte una mano cuando lo necesitas. Es una de las mejores personas que he conocido y si él dice que no ha sido, le creo. Sé cómo se siente que te droguen sin tu consentimiento —reprimo las lágrimas.
—Y lo más importante —la voz de Héctor se escucha a mis espaldas.
El corazón me late a mil por hora y cuando lo veo entrar, siento que las piernas me tiemblan, como si tuviese que estar preparada para verle cuando hace no tanto que le vi. Su mirada se cruza con la mía y me sonríe con orgullo antes de dar un leve toquecito en mi cabeza.
Retengo la respiración cuando se pone a mi lado y me coge la mano durante unos segundos y me da un leve apretón que hace que suelte la respiración de forma lenta y pausada.
—Ha estado en mi casa y he visto el miedo en sus ojos. No ha sido. Pondría la mano en el fuego por él.
Mario estalla en lágrimas y se sienta en el sofá sin poder contenerse más. Isa lo abraza y Paco lo mira con arrepentimiento antes de arrodillarse frente a él.
—Lo siento. Se acabaron las pruebas.
Mario se abraza a él con fuerza y Nerea no puede evitar limpiar una lágrima.
La mano que me sostenía se separa y veo a Héctor alejarse hacia la puerta. Corro tras él y grito su nombre sin pensarlo. Se para en mitad de la cafetería y puedo notar como sus músculos se tensan. Me siento igual.
—¿Desde cuando te drogas Abril Mendez? —se da la vuelta con una sonrisa.
Su broma alivia el momento. Lo hecho tanto de menos que duele. Sus ojos verdes se paran en los míos y no puedo evitar sonreír pese a todo. Quizá era lo correcto, pero al menos, me gustaría quedar de forma distinta.
—Ya sabes —me encojo de hombros—, soy una chica peligrosa —le guiño el ojo.
—Y que lo digas. Mis mayores pesadillas son contigo —ríe.
—¿Sueñas conmigo? —me meto con él.
—Más de lo que me gustaría.
El tono de su voz cambia y siento que una corriente me atraviesa y se concentra en mi corazón hasta subir las palpitaciones.
—Conozco la sensación —le devuelvo la sonrisa.
Sus ojos brillan de esa forma que siempre me hacía sentir especial y única y ambos acortamos las distancias hasta quedarnos frente al otro.
—Tengo que irme al trabajo —me susurra.
—Está bien.
Su mano toca mi mejilla y la acaricia con lentitud a la vez que alza la barbilla. Mis manos buscas su camisa y la agarra con miedo a que vuelva a irse, aún sabiendo que es lo correcto.
Me besa la mejilla y roza la comisura de mis labios de forma que mi cuerpo tiembla y cierro los ojos con el miedo de que salga de nuevo por esa puerta.
—No cambies —acaricia una vez más mi mejilla.
—Si no cambio, me van a despedir por romper la vajilla entera.
Ambos reímos y se siente liberador. Lo necesitaba. Que fuese de forma distinta, que fuese entre risas.
—La verdad... es que me da pena Paco —se acerca a mi oído—. No sabe que está a punto de irse a la quiebra —susurra en mi oído.
Me da un pequeño ataque de risa y me sorprende cuando me estrecha brevemente entre sus brazos. Aspiro su olor mentolado y me dejo mecer en su pecho durante unos segundos.
—Te echaré de menos —mi voz tiembla.
—Y yo a ti, princesa.
Un último beso en mi frente hace que se escape una lágrima, pero mantengo una sonrisa en todo momento. Cuando se separa, veo un rastro húmedo en su mejilla y en ese momento estoy segura de lo único que no me atrevería a volver a reconocerme a mí misma.
Sale por la puerta y esta vez, duele, pero mucho menos.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora