78. Se supone que soy adulto

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Actualidad.

Héctor:

He tenido muchos miedos a lo largo de mi vida. Son tantos que se camuflan en pequeñas cosas que sin avisar, aparecen y me hacen sentir el sabor de la bilis en la garganta. Me hacen vivir cosas que deberían quedarse en lo más hondo de mis entrañas.
Habitaciones en un blanco inmaculado, el olor a gel hidroalcohólico, las norias, agosto... aunque a veces, son personas, o mejor dicho, una persona en concreto. Abril.
Miedos que te hacen retroceder pasos y provocan que quieras aislarte con tus monstruos por temor a que vean que tú mismo eres uno.
Cuando Pedro me sienta en el banco, esos miedos se hacen presentes y me recuerdan que hice mal al volver a abrir una parte de mis barreras y dejar entrar gente en mi vida. Sé lo que va a decir. Sus ojos dicen demasiado.
—Héctor, creo que tenemos una conversación pendiente.
Asiento en completo silencio y trato de controlar la respiración. Sabía que no podía jugar a las casitas con Abril de esta forma, y mucho menos después de todo lo que ha pasado.
—Lo primero que quiero decirte es que pese a lo que te voy a decir, sigo manteniendo que para cualquier cosa que necesites Carmen y yo estaremos —no pierdo detalle de como no menciona en ningún momento a Abril—. No sé al detalle todo lo que sucedió, y tampoco necesito que me lo digas si no quieres, pero no tienes por qué lidiar solo con una vida adulta.
Ajusta su polo blanco y no puedo evitar soltar una pequeña risa con cansancio.
—Se supone que soy adulto.
—Eres un crío —lo miro con el ceño fruncido—. No me malinterpretes, es lo que te toca ser, lo que deberías disfrutar.
—Y lo hago. Salgo de fiesta con mis amigos y todo eso.
—Pagar facturas desde los dieciocho años no es ser un crío. La responsabilidad de una casa, un trabajo y una carrera, no es serlo. Pagar un nicho en propiedad no debería corresponderte.
Me congelo. Doy un paso hacia atrás y siento un vértigo que hacía mucho no sentía. Si lo sabe él significa que Abril también. No puede saberlo. No puedo explicar mis errores del pasado.
Aunque Leticia me repita que aceptar el dolor es parte de la cura, en estos momentos, no quiero curarme. Solo quiero volver a sentir esa apatía que tan bien me había cuidado años atrás. Vivir en piloto automático sin felicidad, pero también sin miedos.
Pedro se acerca a mí y vuelvo a retroceder por inercia. Se para con los labios alineados en una fina línea y veo esa mirada que tanto detesto. Compasión.
—Hijo, no tienes que...
—¿Lo sabe Abril?
—¿Qué? No. Siendo sincero, me enteré por el oficial de policía.
Ese cabronazo había indagado en mi maldita vida. Maldito Gonzalo.
—¿Se lo vas a decir?
—¿Eso es lo que te preocupa? ¿Que se lo cuente?
—Sí.
Se hace el silencio y aparto la mirada ante la intensidad de sus ojos idénticos a los de ella.
Pedro sigue sentado mientras yo me mantengo rígido a la espera de su respuesta que tarda demasiado en llegar. No quiero ver esa mirada en los ojos de ella ni que vengan preguntas que tanto me he esforzado en esconder.
—Héctor, no le diré nada a Abril, pero... lo que te quería decir al principio tiene que ver con ella. Esto que tenéis debería acabar —mira hacia el suelo incómodo.
—No tenemos nada —digo de forma brusca.
—Veo como os miráis. Comprenderás que ya he visto a mi hija llorar por ti. Mira, Héctor, no eres mal chico, de hecho, creo que eres estupendo, pero... Creo que hay demasiadas cosas que aún no controlas, y no puedo dejar que mientras te encuentras a ti mismo y lleves a Abril por una montaña rusa de emociones. Nos tendrás aquí siempre, pero si de verdad te importa, deja que sea feliz.
Y el dolor vuelve de una forma abrasadora. Ya era consciente de que  no era bueno para ella, pero el hecho de que una de las pocas figuras adultas que respeto me lo confirme, hace que sienta el peso de la situación.
—Lo entiendo. Siento las molestias. Que tengas un buen día.
Me doy la vuelta instantáneamente y no paro cuando escucho su voz a mis espaldas. Esto era lo que tenía que hacer y solo me hacía falta un pequeño empujón para ser lo suficientemente fuerte como para dejarla ir. Tengo un novia preciosa e inteligente y ella tiene a alguien a su mismo nivel. Es como todo debe ser, como el curso natural de las cosas debería haber seguido.
Me cruzo con Carmen y me despido con un movimiento rápido de cabeza ante su mirada interrogante. No estoy preparado para decirle adiós a una mujer que me ha tratado como parte de si familia. No estoy preparado par asumir por fin, que esto hace mucho que se acabó, y esta vez de verdad.
Cuando me monto en el coche, mi móvil suena y veo el número de Carmen en pantalla, pero con todo el dolor de mi corazón apago el móvil y lo lanzo a la guantera. Solo quiero llegar a casa y tumbarme hasta que venga Sara para así sacar fuerzas y poner mi mejor cara. Una actuación más para no mostrarme lo jodido que estoy por dentro.
Odio lo débil que soy.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora