32. Haría lo mismo

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Creo que no voy a tener vida suficiente para agradecerle a Bea lo que hizo por nosotros esta noche. Con su ayuda conseguimos dejar la cocina lista en dos horas y unos pocos minutos.
Ha sido una paliza tan grande, que me he prometido a mí misma no volver a atacar a Héctor con nada en el trabajo. Si lo pienso con detenimiento, la promesa debería ser no atacar a Héctor en general, pero algo es algo. No puedo luchar eternamente contra mis impulsos.
Estoy tan cansada que acabo riéndome sola como una estúpida, pero ninguno puede verme, porque están hablando a unos metros de mí sentados en la baranda de piedra que da a la playa. Yo he fingido que tengo que contestar unos mensajes, pero la realidad es que no tengo a nadie a quién responder, porque ya no sé ni si siquiera tengo novio a estas alturas. Sonó tan dolido... Nunca había escuchado a Carlos así y nunca nos hemos peleado y mucho menos dejarnos de hablar.
Me apoyo contra mi coche y cierro los ojos para tranquilizarme con el sonido de las olas y la suave brisa que sopla refrescando el calor.
Una corriente de aire un poco más fuerte hace que mi pelo roce mis mejillas haciéndome cosquillas y sonrío. Es agradable dejarme llevar por el silencio de la noche y dejar la mente en blanco, porque últimamente es lo que necesito. Pienso demasiado y a la vez nunca llego a tener nada claro. Desearía tener una bola de cristal que resolviese todas mis dudas, pero de sueños se vive y para ser realista, no le haría caso a la bola de cristal. Nunca hago caso a las buenas señales.
A los pocos minutos, el capó de mi coche suena levemente y se hunde ante un nuevo peso. Sin mirar sé que es él, por lo que me sigo manteniendo con los ojos cerrados y el corazón palpitando hasta casi ensordecerme.
Cuando me dice que tenemos que hablar, una sensación de vacío se instala en mi estómago y tengo que sujetar mis manos para no echarme a temblar. Miro a Héctor a los ojos y el miedo sube por la boca de mi estómago. Ya me disculpé por el desastre, no creo que debamos hablar más de ello. Por esta noche no quiero hablar de nada más, solo irme a la casa y tirarme toda la mañana durmiendo hasta que mi madre me obligue a levantarme.
Reúno el valor para abrir los ojos y preguntarle de qué. Bea sigue alejada de nosotros, cruzada de piernas con el móvil.
—De trabajo, por supuesto —dice apartando la mirada.
Una punzada me pena me atraviesa. Por supuesto que tiene que ser de eso. No tenemos de otra cosa que hablar. Ya lo dijimos todo en su momento.
Volvemos a quedarnos unos segundos sin saber qué decir. El viento saca algunos mechones del pelo de Héctor y me quedo hipnotizada viendo como ondean al viento, trazando pequeñas ondas que acaban por rozar con sus pestañas y me vuelvo a encontrar a unos ojos verdes que me miran con una expresión que no sé identificar, pero que me encoge el corazón.
—Sobre lo de hoy... Lo siento. Fui un gilipollas. No debería haberte hablado así.
Sus palabras me pillan desprevenida. Repito que el error fue mío, ya que me comporté como una niña de cuatro años y aunque admite que es cierto, sigue echándose principalmente la culpa, cosa que intento evitar a toda costa. No puedo echarle la culpa de todo de por vida.
—Héctor... No quise acatar tus ordenes y eres mi superior. No estoy actuando como debo.
Miro a mis pies y veo como pequeñas volutas de arena bailan alrededor de mis píes, dejándose llevar por el aire. Un papel de chicle de color rosa pasa cerca de mí y sigo sus movimientos hasta que se pierde en la oscuridad, esperando a que esta conversación llegue a algún sitio. Héctor es el que decide al fin y al cabo.
—Si te soy sincero, yo tampoco estoy haciendo mi trabajo. Llevo toda la jodida semana buscando excusas para no cruzarme contigo. Eso no es muy profesional —ríe con desgana.
"Eso significa que le sigo importando".
Acallo a la voz de mi cabeza y aprieto aún más mis manos temblorosas. No significa nada en sí, solo que nos incomodamos el uno al otro. Lo normal. Quizá llegue el día en que podamos estar en una misma estancia sin que signifique convertirnos en unos tóxicos de manual.
Se quita la coleta dejando su pelo suelto y desliza entre ellos sus dedos mientras suspira mirando hacia la oscuridad. Está demasiado guapo.
Un coche pasa por nuestro lado deslumbrándonos y me doy cuenta que tiene pequeños surcos amoratados en las ojeras. Se le ve sumamente cansado. Me pregunto si tengo algo que ver en que no descanse lo suficiente, aunque con el espectáculo que he formado hoy es normal. Son casi las cinco de la mañana y seguimos aquí por mi culpa.
—Si te sirve de consuelo... Haría lo mismo —le sonrío.
Héctor me devuelve la sonrisa y mete la mano en sus bolsillos antes de continuar.
—Quiero ser sincero. Me cuesta trabajar contigo. Me... Joder —dice pasándose de nuevo las manos por el cabello—. Me inestabilizas. Por lo que te pido por favor, que si te mando algo en el trabajo, lo hagas. Empezando por que está semana me dejes las basuras a mí. Necesito que hagas un esfuerzo, Abril.
Ya no vuelve el "princesa". La burbuja de esta noche a explotado. De nuevo Héctor y Abril. De nuevo dos personas que no pueden estar juntas.
Asiento en silencio con un nudo en la boca del estómago. No puede estar en una misma sala conmigo y el tono de su voz lo demuestra. Puede que le duela tanto como a mí y eso hace que mi tristeza vaya en aumento, porque no entiendo por qué simplemente no podemos ser felices y fin. Vernos sin que eso signifique que se derrumba nuestro mundo, aunque realmente estoy siendo una egocéntrica, puesto que solo puedo asegurar que es mi maldito mundo el que se derrumba.
Quizá para él sea simplemente una inconveniencia.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora