52. Al final, nunca me tiras al agua

537 40 0
                                    

La vida siempre te enseña a base de golpes, no hay ninguna otra forma de aprender.
Mis padres me dijeron que no me tirase por esa cuesta con la bicicleta cuando tenía 7 años. Lo hice.
Mi profesora de matemáticas me dijo que no podía estudiar con tan poco tiempo o suspendería. Lo hice.
Lisa me dijo que no me cortase el flequillo, que me quedaría horrible. Lo hice.
Me repetí mil veces que no debería acercarme a Héctor. Lo hice.
Me juré que jamás volvería a enamorarme de él. Lo volví a hacer.
Siempre me repitieron una y otra vez que las copas siempre se deben tener pegadas al cuerpo o cubiertas con algo, pero jamás pensé que a mí podría pasarme aquello que se escuchaba en las noticias. Era algo imposible, hasta hace tres noches.
Hablé con mis padres el mismo día que denuncié, después de que Carlos me convenciera de que era lo correcto. Lloré como nunca antes pensé que haría. Mi padre me estrechó entre sus brazos mientras mi madre se puso en contacto con la policía y Bea les contaba lo sucedido por mí, omitiendo las partes que me hacen sentir demasiado vulnerable. Es la mejor amiga que puede existir.
Desde entonces, mis padres han estado pendientes de mí, Bea ha ido cada día a comer a la cafetería, evitando que mis padres vengan por petición propia, porque no quiero sentirme peor de lo que ya me siento con su sobreprotección, aunque no me libro de que me recojan al anochecer.
Hoy Bea ha tenido que volver a la ciudad por unos asuntos referentes al trabajo. Una baja la hizo volver por dos días y a mis padres les cae tan sumamente bien, que se han ofrecido llevarla y recogerla para que finalice su semana de vacaciones con nosotros.
Hoy es el primer día que paso sin ella y cuando me estoy preparando para el trabajo, noto los nervios a flor de piel. Aliso mi pantalón ante el espejo y miro de reojo la falda que está tendida sobre la cama y que soy incapaz de ponerme.
¿En qué momento de mi vida me he convertido en esto? Odio no ser capaz de verme con ninguna de mi ropa habitual. Siento que todo es una invitación a que alguien quiera propasarse conmigo.
Mi madre pega unos toques en la puerta y le indico que entre. Se pone tras de mí y me aprieta los hombros con dulzura mientras ambas miramos al reflejo.
—No sabes la suerte que tengo de tenerte como hija.
Siento un nudo en el pecho que trato de ocultar poniendo los ojos en blanco.
—Oh vamos. No seas pelota.
Mi madre me da la vuelta y se pone frente a mí, con sus ojos a la misma altura, sinceros como uno libro abierto.
—No soy pelota cariño. Quiero que sepas cuanto te quiero y lo orgullosa que estoy de ti.
—¿Aunque os lo haya ocultado días? —las lágrimas se me escapan.
—Eso da igual. Lo importante es que nos lo contaste.
Sus ojos se enrojecen y me abraza contra su pecho antes de que alguna lágrima llegue a salir. Me abrazo con fuerza y evito sollozar. Ya he llenado mi cupo de lágrimas y no quiero preocuparlos más de lo necesario.
—Hija si no es mucho pedir... ¿Podrías pasarme el móvil de Héctor? Me gustaría agradecerle todo de forma adecuada. En comisaría me contaron lo sucedido.
Me tenso momentáneamente y la miro sin saber bien qué decir.
—Mamá... No sé si es buena idea. Héctor tiene novia y...
—Que tenga novia, ¿debe incomodarme a mí o te incomoda a ti? —me sonríe con dulzura a la vez que acaricia mi rostro.
Muerdo mi labio inferior y aparto la mirada avergonzada mientras trato de explicarle que no quiero interferir en su relación, por si a Sara le parece incómodo que la ex suegra de su novio lo llame, aunque sé que es una idiotez, ya que Sara ha demostrado ser una persona comprensiva y mucho mejor de lo que yo seré jamás.
—Esto es algo importante Abril. Creo que su novia lo comprenderá.
Al final asiento y le paso su número con visible incomodidad.
Me voy de casa antes de la hora indicada. Mi padre insiste una y otra vez en llevarme al trabajo, pero me niego. Mi madre consigue convencerlo a regañadientes. Necesito un poco de espacio y normalidad.
Llego a mi playa favorita y camino hacia la orilla, con el corazón en un puño. Hay gente a mi alrededor, pero lejos de sentirme protegida, me siento todo lo contrario, porque la última vez también había gente a mi alrededor y nadie se percató de mis problemas.
Sin apenas pensarlo, marco su número de móvil y su voz no tarde en contestarme.
—¿Abril?
—Ey... ¡Héctor! —me quedo en blanco—. ¿Qué tal va todo? —río incómoda.
—Qué pasa —su voz suena alterada.
—¡Nada! Yo solo...
Me quedo en silencio sintiéndome como una pobre niña desvalida y me siento más patética aún. Esto no está bien. Nada de esto lo está.
—Tengo miedo —digo finalmente.
—Tranquila, dime dónde estás. Voy para allá.
—En nuestra playa.
En menos de diez minutos, Héctor aparca su coche y sale raudo hacia mí. Le sonrío nerviosa mientras mis manos siguen entremezclándose sin parar a causa de los nervios.
—Ey... Princesa, ven aquí.
Me estrecha contra su pecho sin pensarlo ni un segundo. Me tranquiliza la sensación de sus brazos sobre mi cuerpo y el sonido de su corazón que se acelera cuando aprieto mis brazos alrededor de él.
Sé que esto no es lo adecuado, pero sin Bea a mi lado, no puedo evitar pensar que él es la única persona con la que me siento a salvo y tranquila. Quiero dejarme llevar por mi egoísmo aunque sea solo hoy.
—Shhh... No tienes por qué preocuparte. Ya estoy aquí.
Eso es suficiente para que deje de retorcer mis manos.
Héctor me acompaña hacia la zona de las palmeras, para resguardarnos del calor. Los pantalones largos se me pegan a la piel y comienzo a sudar, pero no me importa. Mejor esto a sentirme desnuda.
Nos sentamos en el césped con las piernas cruzadas, dejando un poco de separación y me quedo mirando las pequeñas hojas, jugando con ellas.
—Me alegro que me hayas llamado, de hecho, me sorprende. Llevas días ignorando mis mensajes y en el trabajo apenas me miras.
No suena a reproche, solo a curiosidad. No quiere que me sienta mal con ello.
Es cierto que lo estuve evitando, pero fue solo porque no quería derrumbarme en cualquier momento y porque Isa tenía un par de días de vacaciones. Si yo montaba un drama, el servicio no podría salir en condiciones y no quería perjudicar a Héctor que al fin y al cabo, es el que da la cara al jefe.
—Bea se fue por asuntos de trabajo y vuelve pasado mañana, mis padres se creen que soy una pequeña muñeca de cristal a la que hay que cuidar las veinticuatro horas, mi novio me escribe cada hora y yo siento que me voy a volver loca —cojo carrerilla y me noto ahogada sin ser capaz de continuar.
Héctor pone una mano sobre mi muslo para que me tranquilice.
—Mírame. Inspira y expira. Así —toma mi mano temblorosa y me indica que lo imite.
Tomo un par de respiraciones junto a él y me sorprende que sea capaz de llevar esto tan sumamente bien. Siempre supe que Héctor era capaz de aliviar mis miedos, pero esto es algo distinto, como si estuviese acostumbrado a hacerlo a menudo.
Hago un par de respiraciones más antes de continuar.
—Solo quiero sentirme normal y tú... eres quien me hace sentir así. Lo siento, sé que soy una egoísta por necesitarte, pero...
—¡Abril! No eres ninguna egoísta, deja de tratarte así. Ven anda.
Coge mi cabeza y la empuja suavemente hasta apoyarla en su hombro.
—No me gustaría estar en otro lugar en el mundo que no fuera aquí mismo.
Su convicción me acelera el corazón. Me dejo llevar y cierro los ojos, sintiendo la suave brisa. Mi corazón vuelve a calmarse y el nudo de mi garganta se disipa.
—Gracias —digo después de unos minutos.
—Como vuelvas a darme una vez más las gracias, te tiro al agua por pesada —su bonita risa suena. 
Da un golpecito en mi hombro visiblemente en broma. Sonrío y le devuelvo el golpe.
—Al final, nunca me tiras al agua.
—Princesa, no me tientes. Hace mucho calor y tus pantalones me dicen que te vendría bien un chapuzón.
Aparto la mirada avergonzada sin ser capaz de decir nada al respecto, pero es él quién dice lo que yo no soy capaz.
—No te atreves a ponerte otra ropa. ¿Me equivoco?
Asiento en silencio. Héctor se pasa los dedos entre el cabello suelto y me mira con sus bonitos ojos verdes, ocasionando que me ruborice.
Acuna mi rostro entre sus manos y lo pone a su altura.
—Te prometo que voy a conseguir que todo sea igual. Hoy va a ser el último día que tengas que llevar ese  pantalón. ¿De acuerdo?
Mis ojos se abren aterrados y sus manos acarician mis mejillas con suavidad, calmando todos los monstruos que se han despertado en mi interior.
—¿Confías en mí?
La pregunta que siempre me acaba haciendo. La misma respuesta pese a todo.
—Más que a nadie en el mundo. 
Besa mi frente y me estrecha entre sus brazos unos segundos. Me siento en casa.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora