62. Britney Spears

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Al llegar al trabajo, guardé la falda y la sustituí por unos vaqueros que dejé en la taquilla. Intenté aguantar por Bea, pero fue imposible. El mero pensamiento de estar trabajando y que los hombres puedan deleitarse con mis piernas desnudas, me incomoda.
El ambiente de esta noche es demasiado extraño. Tengo la sensación de que todo el mundo en el trabajo me mira de reojo, pero nadie dice nada. Incluso Isa me mira más de la cuenta, cuando siempre intenta ignorarme.
Cuando llega por fin la hora del cierre, Mario me da las llaves para que cierre hoy. Le ha salido una urgencia y ha tenido que salir corriendo, pero me sorprende que tanto Nerea como Isa se hayan ido también demasiado rápido.
Me meto en la ducha aprovechando que se han ido todos y me doy un baño largo y relajado. El día de hoy ha sido una auténtica locura, y se nota demasiado cuando Héctor falta. Es el que consigue que todo funcione a la perfección.
Unos toques en la puerta me sorprenden y me quedo congelada. Apago el agua y el corazón me palpita tan rápido que me tapona los oídos. Se supone que todo el mundo se había ido.
—Princesa, soy Héctor.
Suspiro aliviada y me apoyo temblorosa contra la pared de la ducha. No soporto el miedo que tengo constantemente. Es insoportable.
El corazón comienza a martillearme esta vez de forma distinta. Solo hace un par de días que no lo veo, pero me parecen años. Echaba de menos el timbre de su voz.
¿Qué hace aquí?
Cojo la toalla y me la coloco bien sobre el cuerpo antes de salir. Cuando salgo, me quedo plantada en el sitio sin ser capaz de asimilar lo que mis ojos están viendo. Es imposible. La ducha debe tener toneladas de ginebra u oficialmente me he vuelto loca.
Héctor está apoyado en la puerta con una falda negra, medias hasta los muslos, una blusa blanca recogida que enseña su estómago definido y los laterales del pelo los lleva recogidos con dos pompones rosas.
Me mira incómodo y yo frunzo el ceño esperando que en algún momento, desaparezca aquella imagen, porque no puede ser real.
—Tiene una explicación.
—Oh, claro —solo puedo decir eso mientras me siento en el sofá y lo miro sin poder creerlo.
Me mira unos segundos con los labios afinados y luego repara en su ropa.
—¿Vas de Britney Spears?
Mi pregunta debe ser ridícula, pero me sorprende cuando su respuesta es un dubitativo "sí". Bien. No entiendo nada.
—Joder... Me cago en la puta —habla para él mismo—. ¿Recuerdas todo el rollo de que te iba a ayudar a superar esta mierda? Pues este es el segundo paso.
—Vestirte de Britney Spears —vuelvo a repetir escéptica.
—Sí, Abril, vestirme de la jodida Britney Spears —suspira frustrado.
Bien, me da un puñetero ataque de risa. Agarro mi estómago sin ser capaz de parar de reír mientras él pone los ojos en blanco y se cruza de brazos avergonzado. Esto es lo mejor que me ha pasado en la vida, pero lo más ridículo es que aún así, está demasiado sexy, cosa que hace que me ría más. Nada en este mundo tiene sentido.
Mi toalla se resbala un poco y tengo que atraparla para no quedar desnuda. Mis hombros y mi escote quedan demasiado el descubierto.
De pronto repara en que estoy en toalla y veo como su mirada se desliza por mi cuello, siguiendo el recorrido de una gota. Sujeto mi toalla con fuerza y noto como la respiración se me corta brevemente.
Aparta la mirada y se muerde el labios brevemente mientras yo vuelvo a colocar la prenda bien. De pronto, me tira una bolsa a los pies. Lo miro sin comprender nada.
—Fiesta, aquí. Solo estaremos los que trabajamos, Bea y Luis. Es un entorno seguro. Todos vamos a ir disfrazados igual así que... Igualdad de condiciones —me sonríe.
Saco las prendas de la bolsa y efectivamente, veo un traje como el de él, con escote y corto. Una pizca de miedo sube a través de mis piernas. Voy a decir que no cuando vuelvo a reparar en cómo va vestido. Jamás hubiese pensado que él podría hacer esto por alguien y mucho menos por mí.
—¿Todos vais iguales?
—Bueno, ya sabes como es Isa. Me ha costado en sí que se quede.
Va hacia la salida para dejar que me cambie y sin poder controlarlo, lo abrazo por la espalda. Héctor se pone rígido. Mis brazos en contacto con su piel desnuda hacen que me invada un calor reconfortante.
Héctor acaricia mis brazos con dedos temblorosos.
—Gracias —susurro a su espalda.
—Tampoco exageres. Mi deseo oculto es pasearme con faldita, lo hago por mí, princesa —se ríe por lo bajo.
Se gira hacia mí y me sorprendo cuando su mano acaricia mi mejilla. Mis ojos se pierden en sus iris verdes con pequeñas motas amarillentas. Un brillo que no logro comprender aparece en su mirada y siento que me voy a desvanecer en cualquier momento.
—Por qué te fuiste el otro día —pregunta de repente.
Me quedo prendida de él. Mis manos se apoyan sobre su pecho tratando de mantener el control que amenaza con abandonarme.
—Por qué querrías que me quedara.
Sus ojos se abren ligeramente y hace una pequeña mueca que termina en una sonrisa triste.
—¿Me odias?
Recuerdos de la noche en la discoteca cuando le dije aquello me hacen sentirme sumamente mal. No, pese a todo, no le odio.
—No, pero sería más sencillo hacerlo —digo apenas en un susurro.
—Quizá sí que podríamos ser amigos.
Sus palabras me duelen en lo más profundo de mis entrañas. Sí, quizá podríamos intentarlo. Quizá es la única forma de mantenerlo en mi vida.
—Quizá —le sonrío.
Se acerca a mí lentamente y mi respiración me abandona. Sus labios rozan mi frente y una lágrima se desliza por mi mejilla.
Ojalá hubiese sido siempre así.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora