Hace 6 meses...
El coche de Héctor se ha convertido en un sitio muy habitual para mí, hasta he acabado viéndolo bonito, cuando al principio me parecía horrible.
Esta noche el plan es hacer una escapada al restaurante donde come los sábados y eso me pone algo nerviosa, porque es la primera vez que nos acercamos tanto a la universidad y pensar en que nuestra burbuja de felicidad se puede quebrar en cualquier momento, hace que los nervios se instalen en la boca de mi estómago.
Nos hemos convencido de que esto no es una cita, ya que Héctor quiere prepararme algo especial y aún no me dice el qué, por lo que vamos vestidos medianamente normales. En mi caso llevo unos vaqueros ceñidos junto a una camisa de rayas negras y verdes y mis botas negras de confianza, y Héctor viste uno de sus famosos jerséis de cuello alto que tan sexy le sienta, junto a sus botas militares y vaqueros grises, siempre acompañado de sus anillos.
—En el instituto nunca llevabas joyas.
No responde de forma directa, sino que mira de una forma extraña sus anillos, apartando unos segundos la vista de la carretera. Su mirada es seria y de pronto pasa a una especie de sonrisa que intuyo que no es de las verdaderas.
—En el instituto no era ni la mitad de sexy y estiloso que ahora —me guiña el ojo.
—Y eras la mitad de engreído —me burlo.
Héctor pone los ojos en blanco y niega mirando a la carretera. Esta vez la media sonrisa que le sale, es auténtica.
Una llamada nos saca de la conversación y cuando veo el nombre de Carlos en la pantalla, una punzada de culpabilidad atraviesa mi pecho. Héctor lee el nombre y se queda en silencio, atento a la carretera.
—¿No lo coges? —pregunta.
—No.
Se instala un silencio incómodo que dura unos minutos más de lo necesario. Miro por la ventana como la luna parece que nos sigue, ignorando el malestar de mi estómago y el sentimiento de culpabilidad que me invade. Pasará lo de siempre. Le mandaré un ridículo mensaje como excusa y seguiré en mi trepidante aventura de tirarme a mi ex haciendo creer a un chico estupendo que estamos bien. Soy una mierda de persona, pero me da demasiado miedo que esto salga mal y acabe perdiendo al único chico que me ha empezado a gustar desde hace años. Necesito estar muy segura de esto antes de hacer cualquier cosa de la que me pueda arrepentir. Me vuelvo a repetir que no somos nada y que de momento, no le debo ninguna clase de fidelidad.
—¿Estás bien?
—¿Quieres saber la verdad? —digo demasiado seca.
—Sí Abril. Nos prometimos sinceridad esta vez. Quiero saber lo que piensas, aunque eso no me vaya a gustar.
Sin razón aparente, me pongo a la defensiva, por lo que tengo que morderme la lengua para no soltar algo de lo que me pueda arrepentir más adelante. Me encantaría echarle en cara que me pide sinceridad, pero no quiere hablar de lo que pasó hace cinco años, que eso es jugar a un doble juego, pero consigo relajarme y ser la persona adulta que se supone que estoy jugando a ser.
—No le he contado a Carlos lo nuestro. Es una persona importante y me duele sentir que le estoy defraudando.
—¿Y por qué le estás defraudando?
Su tono de voz no transmite nada, como si fuese un robot diseñado para hacer preguntas que completan una historia. Me mantengo firme y no titubeo. Si algo tiene que salir mal que salga.
El estar lejos de la ciudad me abre los ojos y me hace darme cuenta que no puedo seguir ignorando lo sucedido e ir con pies de plomo por si rompo esto. Se rompió una vez, por lo que tengo que comprobar que sea aprueba de balas.
—Porque tengo algo con él. No sé qué es, pero me duele pensar en que estoy haciéndole daño. No se merece esto.
—¿Estáis saliendo?
—¡No! Yo no soy como...
Me paro en seco, pero Héctor finaliza la frase por mí.
—No eres como yo.
Muerdo mi labio nerviosa y me giro hacia la ventana con aire culpable. Definitivamente esto no va a salir bien, no hay manera de que esta noche pueda remontar.
—No te sientas culpable. Ambos sabemos que me lo merezco —ríe de forma amarga.
Quiero contradecirle, pero no soy capaz. No cuando una parte de mí sigue dolida al pensar en aquella imagen que me ha torturado durante años.
—¿Le quieres?
Su pregunta me pilla desprevenida y lo observo. Sus músculos están tensos en el volante, pero su rostro transmite calma, cosa que hace que mis nervios asomen a flor de piel y agarre mis manos como si eso me diese alguna clase de seguridad.
—¿Qué pasaría si dijera que sí?
—Que te haría pasar la mejor semana de tu vida para intentar luchar por ti, mientras por las noches, lloro como todo un hombre bajo mis sábanas de Pokémon.
Aunque dice esto con burla, noto que está tenso y que solo está controlándose al igual que yo.
—¿Tienes sábanas de Pokémon? —sigo su broma.
—Quizá si no me dejas, algún día lo descubras.
—¡Eso es chantaje! —me quejo.
—Quizá. No finjas que no te lo quieres montar bajo una pokeball y la mirada penetrante de pikachu —me guiña un ojo.
—Mi sueño hecho realidad —remarco la ironía.
—Incluso podríamos hacer un juego. Le gritas a mi polla "te elijo a ti" y ¡Bom! Sale de su escondite.
—¡Héctor!
Me tapo los oídos y arrugo la nariz intentando eliminar de todas las formas posibles esa imagen de mi cabeza. Un escalofrío me recorre al imaginar la escena y empiezo a negar rápidamente de un lado a otro intentando que desaparezca.
—¡Felicidades! Me has traumatizado de por vida.
A Héctor le da un pequeño ataque de risa y yo pongo los ojos en blanco mientras pienso sobre su anterior pregunta, para así borrar aquello de la cabeza. ¿Me gusta Carlos? Sí, pero de ahí a desarrollar algún sentimiento más allá de eso, lo dudo. Sí es una persona que me hubiese encantado seguir conociendo, pero lo que me hace sentir Héctor no lo consigue. Esta sensación de vértigo y sentir continuamente que caes en un abismo de pasión y locura que te hace sentir viva. Nunca lo he sentido con otra persona que no fuese él.
—Héctor...
—¿Sí?
—No estoy enamorada, si es lo que quieres saber —aparto mi mirada avergonzada.
Veo por el reflejo de la ventana como muestra una pequeña sonrisa y sus músculos se destensan un poco.
—¿Abril?
—¿Sí? —imito su contestación.
—No tengo sábanas de Pokémon.
Por fin vuelven las risas al coche, como si nada de lo anterior hubiese sucedido.
No tiene remedio.
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Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)
Lãng mạn2ª parte de "Ex, vecinos y otros desastres naturales". ¿Son jodidas las rupturas? Sí. ¿Es jodido volver a enamorarte? Sí. ¿Pero sabéis qué es lo más jodido? Que el maldito destino no pare de reencontrarte con la persona que te rompió el corazón y q...