3. Hablar de...eso

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Carla se mira nerviosa en el espejo a la vez que no para de colocarse el pelo tras la oreja.
—No es para tanto —le froto los hombros para transmitirle seguridad.
—Eso lo dices porque sales con el bobo de mi hermano. Seguro que tu primera cita con él fue montando una maqueta de Star Wars.
Ambas nos reímos y reconocemos que esa idea no es tan alocada. Es impresionante lo mucho que le gustan a Carlos las maquetas. Quizá sea algo típico de arquitectos.
—Pues no te creas eh, tu hermano es bastante romántico. En nuestra primera no cita me preparó un picnic en el parque en el que me trajo comida para siete vidas, juegos de mesa y un bizcocho hecho por él.—sonrío al recordarlo.
—No puedo creerlo... ¡Un momento! ¿Te hizo un bizcocho y sigues viva?—aguanta la risa.
—Había un poco de bizcocho en la harina la verdad.
De nuevo explotamos en carcajadas. Es cierto que por más que lo intenta, la repostería no es lo suyo.
Pongo encima de la mesa todos los productos de maquillaje que voy a utilizar y sigo sus indicaciones.
Comienzo con los ojos y con pulso, que he conseguido gracias a las prácticas con Bea, consigo hacerle un delineado afilado que le da un toque rasgado que le favorece mucho. En el rostro no pongo demasiado, solo un poco de rubor y finalmente un tinte de labios a prueba de besos. Carlos me mataría por pensar que su hermana va a hacer eso, pero quiero prevenirla. Ojalá alguien me lo hubiese recomendado antes de dejar a Héctor como un payaso.
—Mierda —digo sin querer en voz alta.
De nuevo esa presión en el pecho y las ganas de llorar hasta desfallecer.
Meses sin pensar en su nombre. Días de sobreesfuerzo humano para no pensar en él.
Carla se gira preocupada y yo le doy una de mis mejores sonrisas.
—¿Estás bien?
—Solo me he manchado, tranquila —miento ocultando el tic nervioso de mis manos.
De nuevo me centro en mis dedos y en quitar la piel muerta del dedo pulgar.
Ella se mira en el espejo y da pequeños saltitos de emoción mientras yo me centro en el color de los peluches de la estantería, enumerándolos uno a uno en mi mente para así cortar este pánico que amenaza con desbordarme. En estas situaciones necesito entretener a mi cabeza y una de las formas en que lo consigo es enumerar los colores de los objetos de mi alrededor.
Carla de pronto se queda quieta y mira su reflejo seriamente y sé lo que viene ahora, por ello finjo ser la adulta que no consigo ser y cojo sus manos y hago que me mire.
—Sé lo que estás pensando y ya te lo digo yo. Estás preciosa y va a salir bien —acaricio sus nudillos.
—¿Y si no sale bien? —le tiembla la voz.
—Si no sale bien no pasa nada. A veces las historias que no salen bien acaban en otras que funcionan mucho mejor.
No sé qué nivel de sinceridad estoy usando, pero al menos me tratan como me merezco y eso es lo importante.
Carla me abraza y le devuelvo el abrazo con cariño, frotándole la espalda.
Carlos pega en la puerta y asoma la cabeza mirándonos con el ceño fruncido.
—¿Es el festival de los abrazos y no estoy invitado?
Se acerca a nosotras y nos abraza con fuerza, cortándonos la respiración.
—¡Puaj! ¡Suéltame! Esto es antinatura —pelea Carla para soltarse.
Carlos empieza a darle besos en la coronilla y ella chilla con frustración.
—¿Qué pasa aquí? —Ana, la madre de Carlos, nos mira con el ceño fruncido.
Lleva su pelo rubio recogido en un moño bajo y viste unos pantalones negros junto a una blusa blanca con pequeños bordados en las mangas y el cuello. Su maquillaje es natural, al igual que su atuendo y sus ojos de color miel son idénticos a los de Carlos.
Ana observa la escena y su mirada se ilumina con orgullo.
Se acera a mi lado observándolos y me pongo tensa inconscientemente. Aún no me acostumbro a que esto sea tan oficial, nunca me han presentado a los padres de ninguna pareja.
De nuevo esa tristeza en mi pecho.
—No sé que has hecho, pero gracias.—apoya su mano en mi hombro.
—No hice nada —le sonrío avergonzada.
—Esto no ha pasado en dieciséis años, así que algo de mérito debes tener —me guiña un ojo.
Jose aparece a nuestras espaldas y busca el origen del sonido.
Su pelo cano tiene pinta de haber sido muy parecido al de Carlos y es igual de alto que él, pero con tripa de buen comer.
—¿Están matando a alguien? —bromea.
—¡No, pero va a pasar como no me suelte! —chilla Carla.
—¡Deja ya a tu hermana! —Ana da una palmada en el aire fingiendo que se pone seria.
Carlos separa de ella con una sonrisa que me hace sonreír y quitarme parte de la tensión.
—Bueno, antes de que Nico llegue deberíamos hablar de... eso —dice Jose incómodo.
Ay Dios. Se viene la charla.
¿Puede haber algo más incómodo que tus padres te hablen de sexo y condones? No me gustaría ser Carla ahora mismo.
—Habláis de... —no consigue terminar ella.
—¡No! Madre mía no —interrumpe Carlos horrorizado—. ¿Se la doy mejor yo? ¿O queréis traumatizar a otro hijo de por vida? —se pone al lado de su hermana y la aparta horrorizado de ellos.
Ana y Jose explotan en risa y yo no sé si unirme a ellos, por la cara de espanto de los hermanos, o llorar por la pobre Carla. Estoy tan nerviosa que apenas escucho el resto de conversación.
—¿Y si me da la charla Abril? No quiero que mis padres o mi hermano me hablen de condones.
Las risas se acaban y todos son conscientes de que Carla sabe mucho más de lo que creían.
A ver, seamos sinceros. Tiene dieciséis años y estamos en el siglo veintiuno. Evidentemente va a saber mucho sobre sexo, de hecho, es probable que quizá ni sea virgen.
Cuatro cabezas están giradas hacia mi. ¿Qué ha pasado?
—¿Lo ves bien? —me pregunta Ana.
¿Bien? ¿El qué?
—Por supuesto —sonrío sin saber a qué accedo.
—Lo dejamos en tus manos —dice Jose aliviado huyendo de la habitación.
Carlos, su hermana y yo nos quedamos en un silencio sepulcral.
Él se acerca a mi y me lleva a una esquina de la habitación, bajando la voz para que ella no nos oiga.
—Por Dios consigue que se meta a monja y haga voto de castidad —me pide con ojitos de cachorrito.
Un segundo... No me jodas.
—¿Tengo que darle una charla sobre sexo?
Carlos tapa mi boca ante mi subida de volumen y Carla finge que no nos escucha.
—Sí. Yo estaré aquí, sin molestar.
—Me cago en... Vale, vale. Maldita sea —mascullo entre dientes.
Carlos me anima y yo me acerco a ella con el corazón en un puño.
¿Cómo voy a darle una charla tan importante si apenas puedo ordenar mis pensamientos? Mi mente solo piensa en mi ex y en cómo volver a olvidar su existencia.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora