37. verborrea

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Tengo que aguantarme la risa y juro por lo más grande que me está costando demasiado. Mario está totalmente rígido con una sonrisa extraña que no quita en ningún momento del rostro. Es el único del equipo que está prácticamente descompuesto, aunque al menos ya no es en sentido literal, porque está mucho mejor del estómago, en parte porque Nerea lo está alimentando a base de arroz cocido.
Hoy estamos en un silencio descomunal y actuando como los mejores trabajadores de la faz de la tierra porque Paco está hoy en el local, por ello Mario está actuando de forma tan simpática que da miedo.
Es la primera vez que lo he visto en toda la semana. Por lo visto tiene otro negocio más y confía en Héctor lo suficiente como para poder enfocarse en el otro. Me pregunto cuánto tiempo y esfuerzo ha invertido Héctor aquí como para que lo dejen de encargado en tan poco tiempo.
Por otro lado, hoy Héctor tiene el día libre y yo ni tan siquiera lo sabía y he de reconocer que me decepciona en parte. No me debe nada, ninguna clase de información, pero pensé que me lo diría. Es estúpido y soy consciente de que no tiene sentido, pero es extraño estar aquí sin tener que esforzarme en no mirarle, porque ahora parece que lo único que hago es buscarle con la mirada sin darme cuenta, como si fuese a aparecer mágicamente en algún rincón.
La verdad es que cuando he llegado y estaba Paco me ha dado un microinfarto, porque he estado a punto de llegar tarde por mi excursión improvisada para arreglar algo que no estaba roto con Carlos. Hubiese quedado mal no, lo siguiente.
Paco ha estado hablando conmigo sobre las tareas que se me han ido asignando y le he dicho que estoy haciendo un poco de todo y recalco que Héctor es muy buen instructor. Algo en mí hace que quiera que él confíe en Héctor siempre, por lo que de forma instintiva le hablo de lo que me está facilitando el trabajo y la paciencia que tiene conmigo. Lo que me sorprende, es cuando Paco me dice que él ha dicho lo mismo de mí, que me he adaptado bien y ayudo mucho. Desde que he llegado no he parado de darle problemas. Rompí dos vasos llenos de helado delante de los clientes, discutimos con Bea fuera del comercio y monté una guerra de comida que nos hizo salir casi a la cinco de la mañana. ¿Eso es ayudar? Creo que ha sido demasiado benevolente. Me siento avergonzada de mi comportamiento.
La tarde pasa rápido y por la noche me meto en cocina con Nerea para lavar los platos, ya que como queremos ser perfectos, la realidad es que Mario e Isa llevarán mucho mejor la sala que está a rebosar que yo. Esto es una locura por la noche, parece que el trabajo no va a terminar nunca, pero por fin conseguimos llegar a la hora de cierre.
Mario y yo estamos limpiando la cocina mientras Nerea se ducha y Paco está fuera del local hablando con un amigo que vino esta noche.
—Puedes dejar de sonreír como un psicópata —le sonrío a Mario que no es consciente de que sigue con la misma sonrisa.
Me mira con el ceño fruncido y cae en la cuenta y relaja la expresión masajeándose las mejillas dolorido, abriendo y cerrando la boca para destensar la zona. Reprimo la risa que casi se me escapa.
—Creo que no me siento la cara. Nunca pensé que lo diría, pero madre mía, echo de menos a Héctor.
Yo también, pero nunca lo diría en voz alta. Le pregunto a qué viene tanto estrés, porque antes de que fuese encargado, era Paco quien estaba aquí a diario, por lo que debería estar acostumbrado a tenerlo aquí diariamente.
—Me he acostumbrado a Héctor y si la cago, él me cubre. Además... —sus ojos se distancian unos segundos— Bueno eso. Héctor es un buen tío —se encoge de hombros— ¿Y a ti cómo te va trabajando con tu ex? —siento que cambia la conversación.
Me mira con una sonrisilla de curiosidad y me recuerda a una señora mayor que entra a la peluquería dispuesta a enterarse de todos los cotilleos de la semana.
No puedo evitar poner los ojos en blanco, pero me hace reír. No dudo en decirle a lo que me recuerda, de hecho, lo acabo apodando "Maruja".
—Pues genial. Solo casi nos arrancamos la cabeza tres veces —me río.
—Guau, asumo que eso es todo un logro.
—¿Y vamos a ignorar la tensión sexual? —Isa aparece de pronto apoyada en la puerta de la cocina, dándonos un susto de muerte.
Estupendo, al parecer hoy tiene ganas de guerra cuando yo solo quiero terminar de trabajar para irme con Bea de fiesta, porque nos lo merecemos.
—Y el súcubo sin alma reapareció —pone Mario los ojos en blanco.
—Creo que la definición de "súcubo" le pega más a otra persona —me mira con burla.
¿Pero qué coño le pasa a esta chica? Se está ganando a pulso que insulte a todos sus ancestros y la tire de cabeza al cubo de basura.
Respiro profundo antes de cometer alguna locura y acabar despedida. No pienso darle esa satisfacción.
Pienso en Héctor y en cómo respondería ahora. Tengo que controlarme lo suficiente para no explotar y decir lo necesario para no dejarme pisotear.
He digievolucionado a "ex capullo".
—¿Me vas a decir de una vez por qué me odias? ¿O vas a seguir con esa verborrea que tan poco te favorece?
—Abril, eres la diosa a la que le rezo —se ríe.
Isa me fulmina con la mirada y Mario se tapa la boca para partirse de risa en silencio, cosa que hace que Isa descargue su mirada asesina en él. La miro con expresión de aburrimiento y hago como que me miro las uñas y antes de que conteste decido dar el broche final para un cierre perfecto. Usar una de sus frases míticas.
—Perdona Isa no tengo tiempo para tonterías. Me pagan por trabajar, no por discutir contigo.
Ojalá hubiese estado Héctor para verlo. Su "capullería" por fin sirve para algo.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora