56. Ser un capullo no es algo puntual

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¿Recordáis cuando dije que cocinar un poco de arroz no debía ser mucho problema? Pues por lo visto lo era y además, un problema muy gordo.
Enciendo la campana extractora y comienzo a abanicar el humo que sale de la cazuela en un inútil intento de quitarlo antes de que Héctor salga de la ducha.
Saco el colador que encontré en uno de los cajones y echo el arroz. En el fondo hay una gran masa negra quemada. ¡No entiendo qué ha pasado! Le eché la proporción de agua que pedía y lo dejé los minutos que me indicaba el paquete.
—No me lo puedo creer.
Su voz me paraliza y reprimo un suspiro de pura frustración. No sé hacer nada en condiciones.
—¿Tienes hambre? —me doy la vuelta con una sonrisa.
—Sí, el arroz quemado me apasiona —contesta con sarcasmo.
—¡Esto no está quemado! —cojo el colador para mostrarle el arroz que se ve en buenas condiciones y chorrea llenando el suelo de agua.
Héctor se queda en silencio y mira el desastre en el que se ha convertido la cocina.
—Diez minutos. Has estado sola diez malditos minutos —masculla mientras se pasa las manos por el rostro.
Se acerca hacia la encimera manchada de agua y hace una mueca cuando sigue todo el rastro de suciedad que he dejado a mi paso.
—Podrías haber puesto una cuchara de madera —suspira.
—¿Por qué iba a poner una cuchara de madera?
Héctor me mira por unos segundos en completo silencio y después niega con la cabeza para sí mismo.
—Que me hagas esa pregunta, habla mucho de tus dotes culinarias.
A ver, tampoco es el fin del mundo. Limpio la cocina y aquí no ha pasado nada.
Le digo que vuelva al cuarto para descansar mientras yo termino de recoger y servir la comida.
—No, gracias. Si te dejo cinco minutos más aquí, estoy seguro de que vendrán los bomberos. No me apetece quedarme sin casa.
—Ja, ja. Muy gracioso.
—¿Crees que bromeo? —alza una ceja sin ápice de broma.
Vale, se acabó. La Abril buena persona se toma un respiro y lo mando con aire autoritario y alzando un poco la voz a su habitación. Lo hago lo mejor que puedo, pero si no para de comportarse como un crío no es mi problema. ¿Por qué todos los hombres cuando enferman se ponen insoportables? Mi padre con 37 de fiebre está haciendo el testamento y en cambio, mi madre con 39 se hace las uñas de los pies a la vez que te hace un estofado porque no se fía de nuestras artes culinarias.
—Eres una pésima enfermera. A los enfermos no se les grita —escucho su voz por el pasillo.
Suspiro frustrada. Bueno, al menos me hizo caso.
Lo dejo todo limpio y le echo un poco de arroz con una pizca de aceite.
Llego a la habitación y Héctor está tumbado de lateral agarrando su estómago. Tiene los ojos cerrados y respira de forma pesada.
Pongo el plato encima de su mesilla de noche y enciendo la lamparilla para apagar la luz de la habitación. Así estará más relajado.
Héctor me dice que no tiene hambre y le insisto en que si lleva todo el día yendo al baño, se puede deshidratar. Acaba reincorporándose y coge el plato con desgana.
Se mete una primera cuchara y reprime una tos horrible. Coge rápido la botella de agua y se bebe media de una sentada.
—Dios, está horrible —vuelve a toser.
—Eres insoportable. ¿Quieres que le eche tomate frito? —digo con sarcasmo—.  Estás malo del puñetero estómago —me cruzo de brazos.
—Joder, me gusta el puto arroz solo, pero este sabe a quemado.
—Imposible.
Le quito el plato y pruebo un poco. Vale. Esto es repulsivo, está muy quemado. Héctor se ríe y se agarra el estómago dolorido ante mis muecas.
—Tú ganas. No lo comas —intento apartarle el plato, pero lo vuelve a coger.
—¿Creías que por no echar lo quemado ya no sabría mal? —se burla.
—Evidentemente —señalo el plato.
—No sé cómo has sobrevivido tantos años sola.
Quiero contestar que suelo comprar el arroz que se hace en microondas y bastante comida precocinada, pero tampoco quiero humillarme más. Soy una chica ocupada, no puedo perder mi valioso tiempo en quemar arroz, además, la pasta es mucho mejor, no se quema y se hace en la mitad de tiempo.
Intento quitarle el plato de nuevo cuando comienza a comerse el contenido alegando que tiene hambre. No sé cómo consigue hacerlo. Recojo y al volver está dormido. Apago la luz y voy al salón.
Le envío un mensaje a mi padre y le digo que me quedaré en el sofá, que sigue mal y sus padres no están en casa. Para mi sorpresa, prefiere que me quede a que vuelva sola en mitad de la noche.
Me quito los zapatos y me tumbo. Intento dormir, pero la inquietud no me deja hacerlo hasta que no enciendo una pequeña lámpara. Últimamente me cuesta conciliar el sueño si no tengo vigilada cada zona de cualquier estancia. Me siento ridícula.
Cuando estoy medio adormilada escucho unos pasos en el pasillo y la voz de Héctor me despierta.
—¿Te da miedo dormir sola?
Se apoya contra el marco de la puerta y me mira con ojos tristes. Quiero mentirle, pero a estas alturas, creo que no serviría de nada. Él mejor que nadie sabe qué me pasa.
Se acerca al sofá y me sorprendo cuando se tumba hacia el lado contrario, compartiendo cojín conmigo.
—Si tienes miedo solo tienes que decirlo —cierra los ojos y se acomoda.
—Se supone que soy yo la que debe cuidar de ti —sonrío avergonzada.
—Nos cuidamos mutuamente —abre los ojos y me devuelve la sonrisa.
Juntamos nuestras frentes y no puedo evitar sentir esta ráfaga de seguridad que me proporciona. Es la persona en la que menos puedo confiar, pero a la vez en la que más confío. Completamente ilógico.
A los pocos minutos su voz acaricia mis oídos y no puedo evitar que el corazón se me sobresalte.
—Siento haber sido un capullo. Estoy algo irritable.
—Oh, no te preocupes. Ser un capullo no es algo puntual. Es parte de tu encanto —me burlo.
—¿Eso es que te parezco encantador?
Héctor apoya un codo sobre el sofá y me mira desde arriba como una sonrisa socarrona.
Siento como se me detiene la respiración. La oscuridad nos envuelve de una forma demasiado íntima. Mis manos tiemblan levemente y mis ojos se van hacia su pecho que sigue desnudo. Recorro el tatuaje con la mirada y me sorprendo de que no intente taparlo. Hace más de medio año lo hubiese hecho. En cambio, ahora soy yo la que esconde el mío. Parece que los papeles se han invertido.
—No intentes hacerte el sexy cuando estás cagando cada cinco minutos.
—Puedo ser sexy e ir al baño.
—Eso es totalmente incompatible —miento.
—Se te da fatal mentir.
Una preciosa carcajada sale de sus labios y se acerca un poco más mí, suspendiendo sus labios encima de mi frente.
—Gracias, princesa. Por todo —apoya sus labios en ella de forma delicada.
La respiración se me corta y Héctor vuelve a tumbarse. En pocos minutos, su respiración se relaja. Está dormido.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora