Hemos perdido. Nadia ganó sin merecerlo, pero justo ahora, viendo como recoge el premio, caigo en lo injusta que es la vida. No existe nada como ese dicho de "estar en el sitio indicado en el momento adecuado", porque si en ese sitio hay un enchufado, se acabó. Puedes ser la mejor que jamás van a mirarte.
Ambos éramos lo suficientemente buenos como para sorprender al público y cambiar las tornas, pero la vida real no es un libro y hay veces que no puedes luchar contra lo inevitable.
Salimos hacia la recepción en silencio, como hemos pasado el resto del día.
Tras escuchar a Héctor vomitar en mitad de la madrugada, me hice la dormida. Tampoco me levanté cuando la puerta de su habitación se cerró con cuidado. Es más fácil refugiarte bajo las sábanas, porque si no sales de la cama, no puedes afrontar los problemas. En el momento que un pie tocase el suelo, la realidad te golpea, y hace unas horas, no estaba dispuesta a afrontar el mismo error de siempre.
La bola de nieve había estallado en mil pedazos y por mucho que lo intentase, jamás sería capaz de recuperar todos los copos. El recuerdo se había esfumado y con ello, los pocos rastros de orgullo que me quedaban. Me había convertido en todo aquello que odiaba. Si me viese mi yo de dieciséis años, estoy segura de que estaría decepcionada, porque mi yo de veintidós también lo está.
Cuando Héctor volvió yo ya estaba en mi habitación. Escuché el sonido de su puerta cerrarse y no volví a saber nada de él hasta la hora del concurso. Apenas nos dirigimos un par de palabras que tenían que ver más con la hora, o la ubicación exacta. No hablamos de lo sucedido, pero podía ver que sus ojos estaban enrojecidos. Yo había sido incapaz de llorar, ni tan siquiera cuando Carlos llamó. Cogí la llamada e hice lo que mejor se me daba: fingir.
Santiago se acercó a nosotros y dio un pequeño toque en nuestros hombros. Héctor y yo compartimos una breve mirada por primera vez. La aparto enseguida.
—Chicos, ¿cómo estáis? ¡No me lo digáis! —reajustó sus gafas y nos sonrió pícaro— Como una mierda —nos pasó los brazos por encima.
—Es injusto —me limito a decir.
—¿Hay algo justo en esta vida? Solo queda trabajar duro.
—¿Para qué? ¿De qué sirve intentar una y otra vez lo mismo para obtener el mismo resultado?
Cuando lo digo en voz alta, me doy cuenta de lo distinto que ha sonado. Esto es mucho más que la insatisfacción de que haya perdido. Este es el dolor de estar enamorada de la persona incorrecta.
—Porque si de verdad te esfuerzas, un día, algo cambiará y cuando lo consigas, será el doble de satisfactorio. Los verdaderos triunfos son los que vienen tras muchos fracasos.
Héctor se excusa de la conversación y nos deja a solas. Santiago lo sigue con la vista y cuando desaparece por las puertas, se gira hacia mí.
—Creo que es hora de irme. No se rinda.
—Gracias por esta oportunidad.
—Déselas en el espejo. Su esfuerzo la hizo ser la elegida.
El camino de regreso a casa no es sencillo. Héctor conduce en silencio mientras yo evito mirar mi propio reflejo. En el momento que nos bajemos del coche, la realidad nos envolverá, y yo, no sé si podré soportarlo.
—Deberíamos hablar —la voz de Héctor me sobresalta.
—¿De? —comienzo a quitar la piel muerta de mis dedos.
—Por favor, no haga eso —detengo mis manos y trago con dificultad.
—¿De que nos acostamos? —sonrío incómoda.
—De que nos queremos.
Y de nuevo, el corazón comienza latirme con una fuerza abrumadora. No. Esto no va de sexo, sino de amor.
—Bueno, tú tienes novia y yo...
—He roto con Sara.
¿Qué? Por ello se fue tan temprano, para que le diese tiempo a volver.
Una pizca de un sentimiento que hacía un año que no sentía se instala en la boca de mi estómago. Ilusión,o quizá esperanza. Pero la razón me repite una vez más si voy a sacrificar un año de una relación sana por más secretos con los que no puedo lidiar.
—¿Por qué hiciste eso?
—No quiero seguir engañándome.
—¿Y lo has decidido en base a un polvo?
Estoy siendo injusta, pero es la única forma que tengo de proteger lo poco que me queda de mí misma. No puedo aguantar más de esto, no puede hacerme ilusiones para luego ante cualquier dificultad, marcharse. No.
Su mandíbula se tensa y sus nudillos se vuelven blancos de tanto apretar el volante. Los anillos se marcan en su piel.
—Lo decidí cuando me dijiste que me querías, después de más de un año esperando. Lo decidí en el momento que grité en una puta azotea que estaba enamorado de ti. Y sí, lo decidí cuando pude besarte de nuevo y desnudarte. En cada uno de esos momentos lo decidí.
No me esfuerzo en ocultar las lágrimas. Es lo mínimo que le debo por decir todo aquello que sé que le cuesta.
—No sé si puedo. Han sido demasiadas veces y quiero que sea sencillo, y sabes que con los secretos nada lo es.
Me recuesto sobre el cristal y cierro los ojos.
—No puedo, lo siento —digo finalmente.
El silencio nos envuelve el resto del camino.
El agua a lo lejos brilla bajo un cielo grisáceo y distingo los bloques rojizos de nuestro pueblo.
Una punzada en el estómago me indica que los nervios van a acabar conmigo de un momento a otro. Muerdo mi labio inferior y trato de relajar la respiración.
Me giro hacia Héctor cuando este coge una salida distinta.
—Te la has pasado —señalo el cartel.
—No.
—¿Entonces? —frunzo el ceño.
—Voy a hacer ese jodido cambio.
Tengo miedo. Un delicioso y satisfactorio miedo.
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Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)
Storie d'amore2ª parte de "Ex, vecinos y otros desastres naturales". ¿Son jodidas las rupturas? Sí. ¿Es jodido volver a enamorarte? Sí. ¿Pero sabéis qué es lo más jodido? Que el maldito destino no pare de reencontrarte con la persona que te rompió el corazón y q...