94. Nos van a mirar raro

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Hace 6 meses...

Me siento como en una máquina del tiempo. Todo es exactamente igual que hace cinco años, o al menos, mi ilusión hace que busque las mismas cosas que el local mantiene en común. La decoración en tonos cremas y rojos, el tocadiscos en el que suena blues, la barra de metal con sus asientos altos redondos, las paredes a rayas... y Héctor. Sus preciosos ojos verdes que me miran como si viesen a lo más increíble de este mundo, una chaqueta vaquera desgastada junto a una camiseta azul marino... Al percatarme de su ropa, no puedo evitar sonreír y poner una mano en mi frente sin poder creerlo.
—¿Has recreado la ropa?
—¡Joder! Por fin te das cuenta —suelta una pequeña carcajada—. No sabes lo jodidamente difícil que ha sido encontrar una chaqueta vaquera tan horrible como esta —la toca con cierto disgusto y eso hace que me ría aún más.
—¿Insinúas que el Héctor de dieciséis años no tenía estilo? —alzo una ceja con diversión.
—Oh vamos, yo siempre he tenido estilo, solo que con los años voy ganando —me guiña el ojo.
—¿No te lo tienes un poco creído?
—Cuando me dejes de mirar como si quisieras que te tumbase encima de la mesa, hablamos.
No sabe cuanto odio que pese haberme visto desnuda de todas las maneras habidas y por haber, siga sonrojándome. Me pasa cuando me pilla completamente de imprevisto.
Pongo los ojos en blanco y cojo la carta pa fingir que leo mientras que soporto la risa de Héctor y su repetición sobre que le parece adorable cuando me avergüenzo, a lo que le enseño el dedo corazón.
Tras pedir a un camarero muy simpático que se llama Mario, retomo de forma sutil el tema de conversación que habíamos dejado en el coche. Aunque me lo haya repetido antes, necesito escucharlo una vez más y asumir que quizá, esto es más real de lo que parece.
—Entonces... Si me fuese a Francia... ¿Te vendrías conmigo?
—¿Quieres ir a Francia? —me dice sorprendido.
—¿No vendrías?
—No dije eso. Solo me sorprendió. Digamos que no lo veo como tu prototipo de ciudad, por no hablar de que tu francés siempre ha sido bastante pésimo—bromea.
—¡No era pésimo! —me cruzo de brazos mientras el se ríe—. Además, ¿cómo sabes que no me iría allí?
—Porque eres ambiciosa y nuestra idea era...
—Nueva York.
Nos miramos unos segundos y de pronto tengo dieciséis años y planeo un futuro junto a él. Nos graduábamos, íbamos a la universidad, compartíamos piso junto a Lisa y Pablo, nos licenciábamos y nos íbamos a La Gran Manzana durante unos años, para adquirir la experiencia suficiente hasta que quisiésemos formar una familia y nos volviésemos a nuestra ciudad natal.
Si me paro a pensar en todo lo que planeamos, me parece hasta ridículo. No entiendo cómo podía ser tan ingenua, aunque cuando me mira justo como ahora, justo como ese entonces, siento que podría empaquetar toda mi habitación e irme con él mañana mismo.
—Quizá nos hayamos pasado la parte de la graduación o el compartir piso, pero podemos hacer el resto.
Entrelaza sus dedos con los míos y lucho para que mis ojos no se humedezcan más de lo necesario. Un "te quiero" se queda atascado en mi garganta y hago una pequeña mueca que no le pasa desapercibida.
—Te quiero, princesa.
Sus palabras hace que una pequeña lágrima se escape y me la limpio antes de que pueda llegar a verla, aunque sé de sobra que la ha visto.
Héctor se levanta y se sienta en la silla que hay justo a mi lado y pasa sus brazos por mis hombros para acercarme a él.
—Nos van a mirar raro —me río por lo bajo.
—A ver, ya sé que eres un poco peculiar, pero tranquila, yo acaparo toda la atención y nadie se fijará en ti.
—¡Capullo! —le pego en el brazo.
Coge mi barbilla, la alza y me besa de imprevisto entre risas.
—Un beso no lo soluciona. Lo tuyo es crónico —me burlo.
Se acerca a mi oído y desliza un mechón de mi cabello tras mi oreja de forma demasiado lenta y calculada. Un escalofrío me recorre cada poro de mi piel cuando me susurra al oído.
—Veremos si en la cama le puedo poner remedio.
Mordisquea el lóbulo de mi oreja y cierro por inercia las piernas mientras siento que una corriente de calor me abrasa la piel en pleno enero. Su risa se vuelve ronca y yo trato de contener la compostura.
—Seguirá siendo crónico. No eres lo suficientemente bueno.
—Princesa, algún día aprenderás a mentir bien —me sonríe de medio lado.
Las bebidas no tardan en llegar y el camarero, lejos de mirarnos extrañado, nos regala una sonrisa. Me siento como una de esas parejas envidiables.
Las manos de Héctor se posan en mi regazo y trazan pequeños círculos mientras leemos la carta, aunque algo me dice que sabe exactamente lo que vamos a pedir.
—Adivino... recuerdas lo que comimos.
—Sí —sonríe orgulloso.
—¿Debo preocuparme?
—Solo por esas medias.
Lo miro sin entender hasta que su mirada llena de deseo se para en cada centímetro de mi piel y el calor se concentra en una zona muy íntima de mi cuerpo.
Espero que llegue rápido la hora del postre.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora