41. ¿Vais a seguir presumiendo de que sois mononeuronales?

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En defensa nuestra, diré que hemos prometido no beber tanto de cara a próximas fiestas, esta es la única excepción. También, siguiendo con mi defensa, diré que antes de reencontrarme con Héctor, no bebía a estos niveles, así que en cierta forma, si nos paramos a pensar, la causa de que en el último año beba para evadirme, es el maldito Héctor. Siempre todo acaba siendo su maldita culpa. ¿Que podría haberme cambiado de local y actuar como una persona adulta? Puede, pero no me apetece. Esto puede que sí sea mi culpa, o quizá todo lo sea. Tengo que parar de pensar o la cabeza me va a estallar.
Bea y yo bailamos al son de la música agarrando las caderas de la otra, y sí, puede que con intención me haya puesto en un punto donde Héctor pueda vernos, pero no lo he mirado ni una sola vez, como si no me diese cuenta de su presencia. Soy una maldita mentirosa.
—Sabes que no pienso juzgarte, pero... ¿esto es un intento de "mira lo que te has perdido por capullo"?
Asiento con una convicción que parece que voy a entrar en guerra. Bea me mira de forma cómplice antes de responder
—De acuerdo. Seamos las zorras número uno de la pista. Se va a cagar la del vestido de putón —se ríe.
Me sigue el juego y bailamos de la forma más sexy que podemos. Bea me susurra que nos está mirando y sonrío de satisfacción. Mañana vendrán los arrepentimientos.
Dos chicos se acercan a intentar ligar con nosotras, pero Bea y yo le damos largas de forma educada. Vuelven a insistir y esta vez Bea les da algunas palabras de más.
—¿No entendéis el "no es no"?
—Vaya, nos tenían que tocar las feminazis —ríe el más grandullón.
—¿Vais a seguir presumiendo de que sois mononeuronales u os vais?
No suelo ser tan cortante con desconocidos, sobre todo cuando me sacan una cabeza, pero esto es el colmo de los colmos. No pueden venir a molestarnos para luego insultarnos de esta forma. Son idiotas si creen que nos vamos a dejar pisotear.
El mononeuronal número uno le echa una mirada al mononeuronal número dos. Bea se pone a mi lado muy recta. Aún así, no tenemos la altura suficiente para intimidar, pero lo intentamos, aunque si lo pienso bien, tengo la altura suficiente para patear sus castañas de homos sapiens mal desarrollado.
El número uno se acerca a mi y me coge de la muñeca acercándome a su pecho. Su aliento apesta a alcohol y cuando me habla, reprimo las ganas de vomitar.
—No quieres que te miren, pero te vistes como una guarra.
—¡¿Perdona?! —decimos ambas al unísono.
El número dos coge a su amigo del hombro y lo intenta separar de mí, pero de pronto la mano de otra persona lo aparta y me encuentro pegada a un pecho que conozco muy bien. El corazón comienza a latirme desbocado y de pronto todo el miedo y la tensión se van.
—Vamos a ver cómo voy a explicarte esto —Héctor se pone delante nuestra y se sujeta el tabique de la nariz pensativo—. Quiero partirte la cara, pero tienes la suerte de que últimamente me siento caritativo, así que tienes la oportunidad de pirarte.
El chico se acerca a Héctor con aire amenazante mientras el otro le tira del brazo para irse, pero se suelta de malas formas.
Sara se pone al lado de Héctor y parece increíblemente segura de sí misma. Héctor la mira con el ceño fruncido y la intenta apartar sin conseguirlo. Los celos se apoderan de mí una vez más. No quiero que esté cerca de él. No quiero verlos.
—Dime eso en la puta calle payaso —le contesta.
—El problema de si salgo a la calle contigo, es que no te vas acordar de lo que te diga, porque voy a darte tal paliza que vas a despertar en la puta UCI.
Lo inquietante de esto no son las palabras de Héctor, sino la tranquilidad con la que las dice, cosa que me pone los pelos de punta y cachonda al mismo tiempo. Vale, soy una tóxica de mierda en estos instantes, pero mañana le echaré la culpa al último chupito de piña colada.
Miles de pensamientos pasan por mi mente. Quiero que signifique algo que esté aquí defendiéndome, pero a la vez, pienso que lo más normal si ve a alguien en problemas que conoce, es que intente ayudar, pero una voz en mi cabeza no para de hacerme falsas ilusiones que la Abril sobria no querría que pasaran.
El matón de turno da un paso hacia delante y todos nos sorprendemos cuando Sara le pone la mano en el pecho y lo aparta.
—Te voy a decir una cosa salido de los cojones. Sé perfectamente que mi novio te puede mandar al hospital en una media de tres segundos, pero como su bonita cara tenga un mínimo rasguño, voy a sacarte los putos ojos y muy probablemente te haga tragarlos para que luego los cagues. Ventajas de un padre militar. ¿Nos hemos entendido?
Un silencio se instala entre todos. Si la voz de Héctor ha sido fría, Sara ha sido el maldito polo norte.
Lo mira directamente a los ojos con la barbilla levantada y los brazos cruzados. El chico bufa y se apartan para ir a la barra.
El silencio se mantiene durante unos segundos y Bea es la primera en romperlo.
—La leche.
¿La leche solo? Acaba de mandar a paseo a un tío de dos metros con un brazo como para mandarte a Marte sin pagar peajes. Quién es esta tía.
—¿Tu padre es militar? —pregunta Héctor con el ceño fruncido.
—Si te portas bien, quizá algún día lo descubras —le sonríe.
Esto me supera por momentos. Los dejo a solas y me voy a una de las mesas y me siento tratando de retener mis emociones. Ya no solo me vale con verlos a ellos, sino que encima, por lo visto no, puedo rechazar a un tío por llevar falda. Impresionante. Ser mujer es una auténtica mierda.
Ya no lo soporto más. Me voy a la barra y me pido una coca cola para despejarme. Me dan mi bebida y cuando me doy la vuelta, tengo en frente al chico que se llevó al agresivo. Me tenso por completo e intento buscar a Héctor con la mirada.
—No te asustes, venía a disculparme. Ha sido asqueroso, cuando bebe se pone insoportable —me sonríe a modo de disculpa.
—Pues que no beba —pongo los labios en una línea fina.
Se acerca un poco a mí debido al sonido de la música y vuelve a disculparse antes de desaparecer en la otra punta del local. Las manos me sudan y el corazón me va a mil por hora. Su cercanía me ha dado miedo, pero supongo que no es tan mal tío. Parecía arrepentido.
Héctor aparece con cara de enfado y me coge del brazo.
—¿Dónde coño te has ido? ¡Estaba preocupado!
—Lo siento, te veía muy a gusto con tu novia y yo tenía sed —sonrío con sarcasmo y le muestro mi bebida.
—¿No crees que deberías dejar de beber un poco?
—Es una coca cola puto imbécil.
Héctor me mira sorprendido y me suelta a mi pesar. Bien, reconozco que me he pasado quince pueblos y ahora me siento como una persona despreciable.
Se ríe incómodo mirando al suelo y vuelvo a tener que respirar profundo para controlar mis emociones. Me bebo la maldita coca cola casi entera, sintiendo como el exceso de gas baja por mi garganta y reprimo una arcada, pero no quiero seguir aquí ni un minuto más.
Intento irme, pero una vez más me retiene.
—La próxima vez que decidas ponerte hasta el culo, recuerda no meterte con tíos que podrían tumbarte de un soplido. No voy a estar siempre a tu lado para rescatarte. No tengo complejo de superman —su sarcasmo me hiela por completo.
Sé que me lo merezco al igual que sé que debería callarme y dejarlo estar. Pero que me haya recordado que no va a estar a mi lado, es la gota que colma el vaso. De pronto me siento herida y demasiado vulnerable y no puedo evitar decirlo en voz alta.
—No te hagas el héroe, que todos sabemos que te pega más el papel de villano.
Héctor se ríe de forma amarga y lo fulmino con la mirada. No pienso llorar delante de él.
—Para ser el villano, soy el único que te salva princesa. Siempre soy yo el que aparece, no Carlos —me da la espalda.
—¡Te odio! —grito cuando se da la vuelta.
Se gira hacia mí haciendo una mueca y se lo repito una vez más antes de que Bea nos encuentre en la lejanía.
—Me alegra Abril. Yo a ti, en cambio, no te odio —dice antes de darse la vuelta e irse.
Necesito que me grite que me odia, que volvamos a ser los mismos que hace seis meses. Quiero despertarme cada mañana con la emoción de ir al baño por si está él, a sabiendas que es una nueva pelea. Quiero salir de fiesta por los pasillos de la residencia y encontrarlo con su copa de ginebra con tónica, para acabar borrachos jugando a estúpidos juegos que más tarde nos harán pelear. Quiero olvidarme las llaves en casa para tener que dormir espalda contra espalda, mientras pienso en todas las razones que tengo para odiarle y que mi cabeza se niega a aceptar. Quiero que se repita la noche de los chupitos de melocotón y que me diga cuanto me odia, porque eso es sinónimo de cuánto le he llegado a importar.
Esta noche no debería haber acabado así, porque la diferencia con la de ese entonces, es que una preciosa morena está esperándole en la otra punta.
Quiero olvidarle.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora