12. Tras la nevera

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No me he sentido tan agotada en mi maldita vida. La semana de exámenes ha sido una de mis peores pesadillas. Creía que los llevaba mucho mejor, pero se me activó el modo "psicópata perfeccionista" y me quedé despierta de madrugada, cada maldito día, para repasar absolutamente todo, aunque si soy sincera, es porque no podía dormir. Cada maldito ruido en la oscuridad me hacía creer que era su puerta. Me avergüenza pensar cuantas veces he intentado escuchar si hay ruido en la otra habitación. Necesitaba estar preparada por si me lo volvía a cruzar y que no me pillase por sorpresa, pero nada. Seis meses sola en la quinta planta.
El fin de semana que debía ser de relax fue también todo lo contrario. Terminé el viernes por la tarde los exámenes, el sábado quedé con Carlos y pasamos el día juntos para finalmente pasarme el domingo con Bea preparando las maletas para volver a casa. Es un milagro que me mantenga despierta al volante.
Bea y yo llegamos a mi ciudad con Britney Spears a todo volumen. Mi pequeño coche está a rebosar. Es impresionante como Bea para dos semanas tiene el doble de equipaje que yo para casi tres meses, por no hablar de que la máquina de escribir mas las tela y demás, ocupan todos los asientos traseros.
Conforme pasamos por sitios emblemáticos se los voy señalando, aunque tendremos que hacer algún día algo de turismo.     Le señalo la plaza principal donde reina el blanco del mármol y el celeste, adornada con estatuas de motivos pesqueros, pequeños jardines con margaritas donde la gente joven suele reunirse y bancos amplios repartidos por todo su ancho que dejan una panorámica de toda la plaza.
Después le señalo mi primer instituto reprimiendo cualquier recuerdo que tenga que ver con esa persona, dando un rodeo para enseñarle mi segundo instituto. No puedo creerme a día de hoy que me cambiase de centro por una simple relación amorosa. Es sencillamente humillante.
Doy un rodeo para enseñarle el centro comercial y finalmente me pego a la línea de costa.
—Y este es mi sitio favorito —digo apagando el motor y salgo a respirar el olor del mar.
Bea sale con una energía desmesurada y se pone a mi lado, cogiendo una gran bocanada y estirándose.
Su top corto con encaje amarillo tiene volantes que le dan un aspecto adorable y sus pantalones cortos blancos realzan sus largas piernas, combinado todo con una sandalias marrones con motivos florales, un bolso de mimbre y una pamela de color blanco que realza su cabello anaranjado. Toda ella siempre va conjuntada mientras que yo llevo unos vaqueros sencillos con unas sandalias negras y una camiseta de tirantes simple.
—Tu ciudad es preciosa en comparación con mi pueblo roñoso. ¡Y la playa! En el mío solo hay olivos y viejos amargados —ríe.
—Bueno, y tú y tus padres —me río también.
—Yo no vivo allí, así que lo dicho. Olivos y viejos amargados —me sonríe con burla.
La observo mientras mira el agua. Me pregunto cuanto dolor lleva soportando todo este tiempo. Aunque siempre le resta importancia, tener que asumir sola el papel de tu futuro no debe ser sencillo. Que ni tu propia familia te respalde. Comprendo totalmente que les mienta, pero sé que ella odia beneficiarse de ellos. No sé cómo es llevarse mal con unos padres. Tengo una suerte infinita.
—Esta playa no tiene chiringuitos ¿Qué pasa si te haces caca?
No puedo evitar soltar una carcajada. Lo de esta chica y el baño no es normal.
—¿Alguna vez piensa en algo que no sea ir al baño?
—Tía no fastidies. ¡Necesidades básicas!
—Tranquila, si no tienes la cama para realizarlas.
—¡ABRIL! No tendría que haberte contado nunca eso.
De nuevo más risas.
Estoy emocionada. Después de años no me creo que una amiga mía se vaya a quedar a dormir en mi casa. ¡Hasta mi madre está ilusionada! Supongo que de pasar a ver como tu hija se convierte en un ermitaño a ver como vuelve a la humanidad es motivo de celebración. De todo esto aprendo una lección: no dejar que un tío me joda la vida.
—No me has dicho el por qué esta playa.
—Porque aquí venía con...
Paro en seco. Porque venía con Héctor.
Me apoyo contra el coche para disimular el tic nervioso de mis manos y me concentro en no perder la compostura. Mis dedos juegan tras mi espalda.
—Mis padres. Venía con mis padres cuando era pequeña —miento.
Efectivamente me queda mucho trabajo para dejar de ser una idiota. ¿No me puede gustar la puñetera playa por otras cosas? Es más tranquila que el resto, más íntima, el agua está más limpia... ¡Pero no! ¡TIENE QUE SER PORQUE IBA CON EL JODIDO HÉCTOR! Sigo esperando mi placa a "la patética del año".
Bea me mira en silencio y justo cuando va a decir algo pongo la excusa de irnos. Ambas sabemos que no quiero tener esta conversación ni ahora ni nunca. Aunque para ser justas, no la tuvimos. Lloré, grité, me abrazó y lo enterré todo.
Finalmente le enseño la hamburguesería donde voy a trabajar en unos días al pie de playa. Los turnos irán cambiando dependiendo el día, pero el plan es que mientras yo trabajo, Bea hará diseños pendientes.
En pocos minutos entramos en el comienzo de mi calle.
—Estoy cagada. ¿Y si le caigo mal a tus padres? —dice revisando su aspecto en el pequeño espejo del copiloto.
—No les vas a caer mal —trato de tranquilizarla.
—¡Jesús! Esto es peor que conocer a tus suegros —se abanica el rostro.
—¡No exageres!
—¿Exagerar? Las parejas son pasajeras. ¡UNA MEJOR AMIGA ES PARA TODA LA MALDITA ETERNIDAD! Cuando muramos tendremos un cachito en el infierno con nuestro nombre. Volveremos a ser vecinas —me guiña el ojo.
La quiero demasiado. Es la única persona capaz de hacerme olvidar todo en una milésima de segundo y hacer que me ría de forma real.
Llegamos a mi portal y busco aparcamiento. Veo un movimiento extraño desde mi ventana y sonrío. Mi madre y sus plantas imaginarias.
Utilizamos las propias asas de nuestras maletas para colgar bolsas de Bea y poner la máquina en la parte superior con cuidado. Cuando vamos a mi portal nos cuesta hasta moverlas.
No me da tiempo a sacar las llaves de casa cuando veo a mi padre bajar las escaleras a toda prisa para abrirnos. Que mi madre haga de espía al menos sirve para algo útil.
Bea de pronto se pone recta y su jovialidad habitual se sustituye por una rigidez que roza lo cómico. No exageraba con lo de que estaba nerviosa.
—¡Vaya! Creo que no tenemos casa suficiente para tantas cosas —bromea mi padre al vernos.
La barba la tiene más larga y su tripa sigue igual de siempre. Por lo visto no ha llegado ningún lunes de dieta.
Bea palidece al ver su cantidad de equipaje. Estoy empezando a sentir compasión por ella.
—Bueno, este es Pedro, mi padre. Papá, la famosa Bea —la señalo.
Mi padre coge una de las manos de Bea para saludarla. Ella se relaja al ver la sonrisa de mi padre.
—Encantado. No sabéis la mañana que me ha dado tu madre —dice metiendo una de las maletas con dificultad—. ¿Es necesario limpiar detrás de la nevera? —dice exasperado mientras llama al ascensor.
—Sí papá, es normal. Se llama: no ser un cochino —me río.
—Como si Bea fuese a mirar el polvo tras la nevera —suspira y las puertas del ascensor se abren —. ¿Quieres mirar tras la nevera? Los azulejos brillan y todo —le dice mi padre.
Bea se bloquea. ¡Si le encantan las bromas! Tiene que tomarse un suspiro.
—¡Claro! Miraré la nevera encantada —dice nerviosa.
Los tres nos quedamos con cara de póker. Mi padre me mira con una sonrisa que grita: ¿de verdad va a mirar la nevera? y Bea me mira con cara de pánico. No puedo más y exploto de la risa. Esto es surrealista.
El ascensor llega a la segunda planta y mi ataque de risa no cesa.
Sacamos las maletas y mi madre nos recibe a ambas con un abrazo.
—¿Qué pasa? —pregunta ella con una sonrisa.
Intento explicarlo, pero la risa va a peor y casi no puedo respirar.
Mi padre sonríe y Bea suspira derrotada.
—Yo, que soy imbécil. Su marido me ha dicho que si quiero mirar la parte de atrás de la nevera en broma y yo por mis nervios le he dicho que estaría encantada com si fuese la actividad más normal y divertida del mundo.
Juraría que el color de sus mejillas ahora mismo es igual que el de su pelo. Mi padre no puede aguantarlo más y se ríe y mi madre también.
—No esperaba menos de la mejor amiga de mi hija —le guiña el ojo—. Soy Carmen, estás en tu casa —le sonríe con ternura.
Bea por fin se ríe y parece sentirse algo más cómoda.
Mi madre no tarda en hacerla sentir como en casa y en preguntarle todo sobre moda y querer ver sus diseños.
Sabía que iban a encajar perfectamente. Hogar dulce hogar.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora