18. No es lo que parece

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He debido romper mil espejos, cruzarme frente a cientos de gatos negros, pasar debajo de ochocientas escaleras o haber derramado una tonelada de sal al suelo, porque no es ni medio normal la maldita mala suerte que tengo.
¿Por qué no puedo venir de una familia adinerada? Ser la hija de un multimillonario que me permitiese coger ahora mismo un vuelo privado e irme a la otra punta del mundo, aunque con mi suerte, seguro que justo Héctor iría de vacaciones y tendríamos un tórrido encuentro sexual cuando mi bañador fuese bajado por una gran ola que me revolaría desnuda hasta caer mi culo en todo su esplendor en su maldita cara perfecta. ¿Qué estoy pensando?
Reacciono y me levanto rápidamente mirando con un pánico absoluto a Isa.
—No es lo que parece —pongo las manos por delante de mí como si fuesen un escudo mágico protector.
Héctor se mira aún las manos que han estado tocando de forma accidental mi culo con el ceño fruncido y con un pequeño miembro más en la cocina. Isa ma fijamente le erección de Héctor.
—No fastidies —vuelve a repetir para sí misma.
Su expresión cambia de asombro a una extraña risa que le hace adquirir un aire maquiavélico.
Héctor se levanta del suelo y cuando me mira podría jurar que estoy del color del kepchup que me hizo resbalar. Siento que me ahogo. NECESITO UNA AMBULANCIA.
—No es lo que parece —repite mis propias palabras.
—¿Qué es lo que no parece? —Nerea sale por detrás de Isa.
¿Qué pasa ahora? ¿Nerea se baña a la velocidad de la luz o qué?
—Que Héctor se está tirand...
Héctor le tapa la boca a Isa y la sujeta firmemente a su lado mientras trata con una dulce sonrisa de reencaminar la conversación.
—Me estoy tirando un farol. No iba en serio lo de sacar toda la semana la basura, ayer fue su último día.
Yo juro que está a punto de darme un infarto. Las pulsaciones están totalmente disparadas y taponan mis oídos.
Isa relaja la expresión y me mira con aire burlón en la cara. ¡NO ESTÁBAMOS HACIENDO NADA!
—Sí, justo eso, y decía que Abril se iba a encargar de lo que queda esta semana y la siguiente, por haber roto los vasos el otro día —sonríe con aire triunfal.
¿Cómo una persona puede odiarte tanto sin conocerte? LA ODIO.
La muy arpía quiere que también la libre de su maldita semana.
—Sí, justo eso —masculla Héctor.
Abro la boca de par en par. Cobarde traidor...
Salgo de la cocina con una sonrisa que podría congelar el Sahara y entro en la sala de vestuarios, que está al lado de la sala de descanso.
Voy a estar dos semanas volviendo a mi casa entrada la madrugada y Héctor es el encargado de cerrar el local. Que asco de vida.
Abro mi taquilla de nuevo para comprobar si mi bañador sigue mojado y en efecto, sigue algo húmedo. Pruebo a apretar un poco la tela contra la ropa para ver si llega a calar y con el paso de los segundos deja una breve humedad en la ropa, por lo que sigue siendo imposible ponérmelo.
La puerta se cierra a mis espaldas y cuando veo unos ojos verdes que me escrutan siento que vuelvo a sonrojarme.
—Una sola pregunta... ¿estás desnuda? Dime por favor que llevas un tanga y he malinterpretado lo que mis manos han tocado.
Un recuerdo de yo medio borracha me asalta la cabeza. Creo que esta escena no es la primera vez que la vivimos y me reiría de no ser porque estar a solas en su presencia me produce ganas de vomitar, llorar y romper cosas, pero he mejorado mucho respecto a mostrar mis emociones, por ello finjo que lo ha malinterpretado.
—Joder... sigues sin saber mentir —se deja caer en el sofá—. ¿Por qué estás desnuda?
—¡¿Cómo sabes que estoy mintiendo?!
—Mirada recta que no vacila y ausencia de gestos —se encoge de hombros.
—¿Ahora eres psicoanalista? —bufo.
—¿Ves? Has movido las manos. Gesticulas un montón.
Pongo los ojos en blanco y veo como aparece un indicio de media sonrisa, pero rápidamente la corta.
Vuelve a hacerme la misma pregunta y esta vez contesto la verdad aunque suene ridícula.
—Estaba con Bea en la playa. El bañador está mojado —aparto la mirada.
—¿Bea está aquí? —alza rápido la cabeza.
Asiento y veo como se pasa nervioso las manos por el cuello y el pelo recogido en una coleta. Suspira y pone sus manos apoyadas en su entrecejo.
—¿Quiere matarme? —pregunta con un hilo de voz.
Quiero responder que quien quiere matarle soy yo, pero para ser sincera eso sería injusto, al fin y al cabo no hizo nada, aunque puede que ese fuese el problema.
—Sí.
—Vaya...
De nuevo se crea este silencio incómodo que no sabemos como rellenar y agradezco que sea él el que lo rompa.
—¿Te hiciste daño?
—Eso debería preguntártelo yo. Has caído de espaldas —me siento culpable.
—No te preocupes. Estoy bien.
—Tranquilo ya te lo has cobrado con dos semanas de sacar la basura —pongo los ojos en blanco.
Creo que esto se podría catalogar como la conversación más incómoda del mundo. Definitivamente quiero un padre millonario y un avión privado.
Héctor se levanta y se pone a escasos centímetros de mí, por lo que instantáneamente reculo contra el metal de las taquillas, mirando sus preciosos ojos y fijándome en que su expresión muestra mucha más serenidad que antes. Por unos segundos siento que todo se congela, su respiración demasiado cerca y su piel más bronceada que hace seis meses parece llamarme. Mi respiración se agita y aprieto mis manos para controlarlas, siendo consciente de que si tan solo alargase un poco mi brazo, podría tocarle.
La mirada de Héctor baja a través de mis ojos hasta topar con mis pechos que siguen estando notorios ante su presencia. La vista se me nubla ligeramente. ¿Por qué se ha acercado a mi haciéndome pasar por esta tortura? Su perfume mentolado me embriaga por completo.
Sus labios parecen pronunciar algo, pero apenas lo escucho. Vuelve a decirme algo, esta vez más serio.
—Necesito abrir mi taquilla.
Me señala la taquilla que está encima de la mía y me siento morir de vergüenza. Me aparto con un "sí" apenas susurrado y retuerzo mis manos como si me las fuese a arrancar.
Definitivamente no estoy bien. Tengo que arreglármelas todo lo posible para que no estemos juntos en una misma habitación, es demasiado asfixiante y estoy cien por cien segura que es perjudicial para mi salud. Solo tenemos que ser compañeros de trabajo que se toleran, sin más.
—Las toallas están en el mueble de la esquina. Toma —me tiende una prenda azul marino.
Cuando la abro y veo un calzoncillo que asumo que es suyo me pongo pálida.
—Abril, están limpios. De hecho son de un paquete nuevo, los compré para dejarlos en mi taquilla.
—No pienso ponerme tus calzoncillos Héctor —le tiendo la tela.
—Claro Abril, porque todos sabemos que es mejor idea que trabajes desnuda —alza la voz y pone los ojos en blanco.
Esto me recuerda a una época de peleas que hace que la sangre me hierva, pero curiosamente en el buen sentido. El perro y el gato. Un combate permanente.
—¿Y qué mas da? Estoy en cocina, nadie me verá.
—¡Me da igual! Yo lo sabré y eso es más que suficiente —me lanza la prenda a la cara y va hacia la puerta señalándome con el dedo índice —Abril Mendoza Suárez, espero que cuando salga de esta jodida sala te pongas los calzoncillos.
—Héctor Lagos Garrido —imito su tono de voz— ¿qué piensas comprobarlo? —le sonrío con suficiencia.
Se supone que tendría que huir de esto, pero ahora mismo es algo que no puedo controlar, aunque me esforzaré por hacerlo. Solo por este rato.
—Abril... Lo comprobaré si es necesario.
Me quedo inmóvil ante su respuesta y su mirada oscura que me recorre el cuerpo al completo antes de desaparecer por la puerta.
Vale. Ahora sí que necesito una ducha MUY fría.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora