Salgo disparada del baño sin tan siquiera mirar atrás. El corazón me late con una fuerza abrumadora mientras mi mente no para de imaginarse la sensación de los labios suyo contra los míos, y una mezcla de impotencia y deseo hace que ni tan siquiera me disculpe con la camarera a la que acabo de empujar sin querer. Consigo salir y cojo una gran bocanada de aire que no consigue llenar el hueco en mis pulmones. Me ahogo, necesito aire.
Escucho la voz de Héctor a mis espaldas y camino a paso ligero hacia la parte trasera del chiringuito para alejarme de él lo máximo posible, pero me sigue desde cerca y comienzo a marearme por la tensión.
He estado a tan solo unos milímetros de saltarme mi ética y mi moralidad por caer en el mismo error de siempre. Pienso en el rostro de Carlos o en el de su hermana, que viene mañana, y las lágrimas no tardan en salir. ¿Qué pensaría de mí su familia? Me han tratado tan bien que no quiero que se esfume la única posibilidad de que alguien me quiera de verdad, y sobre todo, bien.
—Tienes razón —digo finalmente.
Héctor me mira con sus preciosos ojos verdes y me derrumbo totalmente. Esto es tan doloroso que no soy capaz de soportarlo.
—¿La tengo? —dice con una nota de voz desesperada.
—No podemos estar juntos. No cuando te...
Paro en seco antes de decir aquellas palabras que hace tanto guardo para mí misma.
—No lo digas, por favor.
Más lágrimas vuelven a mis ojos y mis piernas ceden hasta notar la arena, pero Héctor no está a mi lado. Solo me mira con la misma impotencia que siento.
—Si lo dices... No tendré las fuerzas suficientes para hacer lo correcto.
Siento que el corazón se me detiene cuando una lágrimas se escapa de su ojo derecho y baja hasta quedarse suspendida en su barbilla de la forma más bonita que he visto en mi vida. En este mismo instante sé que todo lo que un día dijo que sentía por mí, es verdad, que siempre lo fue, aunque estar juntos sea una condena eterna al fracaso.
Rompo en un llanto que no puedo controlar y tapo mi rostro por la vergüenza de que me vea en este estado, o quizá, porque no quiero que sepa cuánto lo necesito en mi vida, aunque eso sea a costa de rehacer su propio futuro. Soy una egoísta.
—Por favor, princesa... —sujeta mis manos y las aparta de mi cara.
Sus ojos enrojecidos se funden en los míos y miro el recorrido que hizo su lágrima. Me pregunto por un instante si ha sido obra de mi imaginación.
Mi pecho sube y baja con dificultad mientras Héctor impide que lastime mis dedos por mis nervios sosteniéndolos con fuerza.
No quiero alejarme de él. Quiero que esté siempre de la forma que sea en mi vida, pero a la vez sé, que de ser así, nos haríamos daño continuamente porque hay demasiadas cosas que yo no estoy dispuesta a pasar y él demasiadas cosas que ocultar.
—Abril, tienes que intentar respirar como te enseñé —me acuna entre sus brazos para tratar de relajarme.
Siento que el nudo en el pecho es más grande que nunca y la sensación de ahogo aumenta por momentos hasta que boqueo en busca del aire que no encuentro.
—Me aho-ahogo —sujeto mi garganta.
La vista se me nubla y noto que mi peso cae sobre él. Pienso en cómo me siento protegida en sus brazos y el miedo a que me vuelva a pasar lo de aquella noche y él no esté a mi lado, hace que la sensación de vértigo aumente y comience a verlo todo oscuro.
De pronto, el aire vuelve a mis pulmones y mi vista vuelve un poco en sí. Héctor sujeta mi barbilla en alto y traspasa el aire de su boca hacia la mía. Se acompasa conmigo de forma que su oxígeno me ayuda a hacer las respiraciones necesarias para que el agobio disminuya de forma notable.
Sus labios en los míos son suaves y a la vez ásperos. Sus manos acarician mi pelo de forma reconfortante mientras el aire que sigue compartiendo conmigo me hace sentirme más conectada al mundo que nunca.
Dejo de ahogarme y separa sus labios de los míos para apoyar su frente en la mía.
—No me hagas más esto. Te lo suplico —su voz suena rota.
Acaricio su mejilla y el roza sus dedos con los míos con una sonrisa triste que ambos compartimos.
—Creo que... —carraspea—. Voy desde hace medio año a una psicóloga. Leticia es muy buena y creo que...
No termina la frase y mi mirada de sorpresa lo dice todo. Antes de que pueda formular la pregunta sonrío, porque ya sé la respuesta.
—No me lo puedes contar, ¿cierto?
—Lo siento.
Las mismas palabras que aquel día y el mismo arrepentimiento en su voz.
Tan solo tendría que haber hablado, de ser así, hoy estaríamos juntos y este dolor en el pecho desaparecería para siempre, pero vivir a la espera de que alguien cambie, no es una opción, y eso es algo que ambos se supone que deberíamos haber aprendido.
—¿Se acabó? —susurro reteniendo las lágrimas.
Héctor afina los labios y cierra los ojos con fuerza antes de besar mi frente con delicadeza.
Noto que mueve los labios sobre mi frente de forma imperceptible y me pregunto por un momento, que ha susurrado.
Acaricia mi mejilla una vez más antes de irse.
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Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)
Romance2ª parte de "Ex, vecinos y otros desastres naturales". ¿Son jodidas las rupturas? Sí. ¿Es jodido volver a enamorarte? Sí. ¿Pero sabéis qué es lo más jodido? Que el maldito destino no pare de reencontrarte con la persona que te rompió el corazón y q...