Una sonrisa. Una sola sonrisa ante el espejo es lo suficiente para engañarlo y creer que eres feliz. Sonreír siempre es la auténtica clave de la felicidad, aunque haya un momento en el que no sientas las mejillas y aquel gesto pierda toda la naturalidad posible.
El sol calienta mi espalda y el sonido de las gaviotas nos envuelve mientras se escuchan las risas amortiguadas de los niños jugando dn la orilla.
Carlos me termina de poner crema solar en la espalda mientras me quedo perdida en el movimiento del agua cubriendo la orilla. Así me siento con Héctor. Llega a mi vida para luego marcharse. Al menos, ha tenido la decencia, o cobardía, de cogerse vacaciones. Al menos así llevo unos cuantos días en los que no le veo y he podido asumir mejor que no me quiere en su vida en ninguno de los sentidos.
—¡Terminado! Mayo, estás sana y salva de no convertirte en julio.
—Creo que de todos los chistes malos, habidos y por haber, este ha sido sin duda el mejor.
—¿Peor que cuando te dije que no podías estar triste como abril porque llueve?
—Muchísimo peor, sin lugar a dudas —le sonrío.
Se acerca a mis labios y los besa con delicadeza a la vez que aparta un mechón de mi pelo y lo mete tras mi oreja.
—Tendré que innovar mi repertorio de chistes malos —dice con dulzura.
—Me gustan tus chistes malos.
—Y a mi me gustas tú.
Parpadeo varias veces y me obligo a sonreír una vez más al tiempo que atrapo sus labios con los míos. Carlos me devuelve el beso y finaliza con uno pequeño sobre mi nariz.
—¿Te he dicho ya que eres guapísima?
—Unas mil y una veces.
—Pues deberían ser mil dos. Eres guapísima.
Un nuevo beso me saca una sonrisa. Al menos, estos pequeños momentos hacen que me olvide de todo lo demás, aunque sea solo por esos pequeños instantes. Acaricio su rostro con delicadeza y observo sus pecas y las recorro con la yema de los dedos. Debería bastarme. Es perfecto, atento y lo más importante, no es tóxico.
Carlos besa mis nudillos antes de tumbarse a mi lado. Acaricio su mano mientras el cierra los ojos. Parece relajado, pero yo estoy todo lo contrario. La convivencia está resultando sencilla. Carlos se lleva bien con mis padres, es educado e incluso ayuda a limpiar y recoger, pero el hecho de no tener ni un momento a solas me deja tan agotada que caigo en la cama casi muerta, aunque no consigo descansar bien por culpa de las malditas pesadillas. Cuando estuve en su casa, tuve la tranquilidad de que debido a los trabajos finales estaba bastante ocupado con las maquetas. Eso me permitía despejarme y no desbordarme.
Por no hablar de la conversación sobre viajar a otro continente. Eso es una de las cosas que me tiene más preocupada.
—Carlos... ¿decías en serio lo de rechazar ir a estudiar a otro país?
Abre los ojos sorprendido y me mira con cara de preocupación antes de reincorporarse. Parece ser que la conversación va a ser seria.
—¿Te preocupa que fuese capaz de rechazarlo?
—¿La verdad? Sí. Tienes que hacer lo que a ti te apetezca.
—Me apetece quedarme contigo —mira a su regazo incómodo.
—Eso es ahora, pero deberías mirar por tu futuro. Podríamos mantener una relación a distancia.
—Hay una diferencia de siete horas. Cuando yo esté en clases, tú estarás durmiendo. Cuando tus clases comiencen, yo estaré comiendo y cuando tú comas, yo tendré que irme a dormir si pretendo amoldarme a otro sitio. Es prácticamente imposible.
Me muerdo el labio de impotencia al no ser capaz de contarle lo que realmente me preocupa, aunque más bien, es que no soy capaz de ponerle palabras a lo que siento.
—El amor todo lo puede —me encojo de hombros.
Carlos suspira y se pasa las manos por el cuello mientras deja la mirada fija en una pequeña concha que sobresale de la arena.
—¿Estás preocupada porque rechace mi sueño, o porque, tú serías incapaz de renunciar al tuyo por mí y eso te hace sentir culpable?
Me congelo durante unos segundos y Carlos suelta un largo suspiro con esa pequeña risa nerviosa que lo caracteriza.
—No voy a pedirte ni exigirte que hagas por mí lo que yo quiero hacer por ti.
Una pequeña punzada de culpabilidad me atraviesa el pecho. ¿Por qué no soy capaz de darle lo mismo?
—No deberías dar lo que no recibes.
—Me gusta ser así —se encoge de hombros—. Me gusta arriesgar por las cosas que considero importantes, y si para ello he rechazado una plaza en Japón, pues que así sea. Si sale mal es mi problema, no el tuyo —me sonríe.
Estoy a punto de abrazarle cuando me fijo en lo que ha dicho.
—Un segundo... ¿Qué quieres decir con que has rechazado?
Su cara se descompone a la vez que mi corazón comienza a martillearme con fuerza en el pecho. No. Tiene que ser una maldita broma.
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Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)
Romance2ª parte de "Ex, vecinos y otros desastres naturales". ¿Son jodidas las rupturas? Sí. ¿Es jodido volver a enamorarte? Sí. ¿Pero sabéis qué es lo más jodido? Que el maldito destino no pare de reencontrarte con la persona que te rompió el corazón y q...