—¿Ese vino has traído?
Héctor le quitó a Carlos la botella de las manos mientras negaba con la cabeza como si estuviese decepcionado.
¿Esto se suponía que era comportarse como un adulto? Casi se me escapa una risa de los labios, pero no precisamente de las divertidas. Casi.
—¿Qué pasa ahora con el puñetero vino?
Vaya, Carlos debía de estar muy cabreado, porque casi nunca lo escuchaba hablar así y mucho menos hacia otra persona. Han tenido encuentros peores y siempre ha mantenido una cordialidad admirable. Es increíble la capacidad que tiene Héctor para sacar a la gente de quicio. Debe ser una especie de superpoder.
—No les gusta el rioja, son más de ribera, es mucho más suave —Héctor coge su botella y se la muestra.
—Vaya, me alegro que recuerdes sus gustos —contesta con gesto tirante.
—Oh, son demasiados años cenando con ellos. Toma —intercambia su botella con la suya—, di que es tuyo, así sumarás puntos —sonríe falsamente.
Le doy un breve apretón a Carlos en el antebrazo para que se relaje. Parece que está a punto de estallar en cualquier momento.
—No te he visto entrar con el vino —frunce Carlos el ceño de repente.
Mierda. Miro a Héctor con cara de pánico absoluto y él me echa una breve mirada mientras sigue con su puse relajada.
—Carlos, tienes que estar más atento a las cosas que te rodean. Siempre hay que fijarse cuando hay algo o sobra algo.
Ambos se miran unos segundos como si se midiesen en una especie de batalla que no logro entender.
—Suelo fijarme en lo que sobra con facilidad —lo mira Carlos de arriba abajo.
—Qué casualidad, me pasa lo mismo —lo mira de forma despectiva—. Parece ser que Abril mantiene en algo sus gustos —le guiña el ojo.
Bien, mi paciencia tiene un límite y los dos idiotas lo han sobrepasado de forma ABRUMADORA.
—¿Traigo el metro?
Los dos me miran sin saber muy bien a qué me refiero y Héctor es el primero en hacer la pregunta.
—Para que os midáis la polla.
Carlos me mira entre sorprendido y avergonzado y Héctor no puede evitar mirarme divertido. En ese mismo instante, sé que la he vuelto a cagar de forma abrumadora.
—No ridiculicemos al chaval —lo mira de reojo.
—¡Pero a ti qué coño te pasa! —explota Carlos.
—¡Que es un capullo!
—Dios, que susceptible estáis. ¿En esta casa nadie sabe aceptar una broma? —hace una breve pausa y nos mira—. De acuerdo, bromas fuera. Te estoy ofreciendo regalar a tus suegros su vino favorito para que sobresalgas. ¿Eso no es suficiente para enterrar el hacha de guerra? —le tiende la mano.
—¿Crees que necesito ventaja para sobresalir?
—¿Sinceramente? —alza una ceja.
—¡Héctor! —lo fulmino con la mirada.
—Acéptalo y ya está.
Escuchamos las llaves en la puerta y es lo suficiente para que los tres nos pongamos rectos para ver como mis padres entran por la puerta.
Los cinco nos quedamos mirando extrañados hasta que mis padres consiguen atar hilos. Mi padre le echa una mirada a mi madre y ella afina los labios al darse cuenta del error que cometió al querer juntar todas las cosas en el mismo día.
Reacciono antes de que la situación se vuelva más incómoda. Cojo a Carlos de la mano y lo acerco a mis padres con el corazón en un puño. Hace demasiado que no hago esto. Con Héctor fue tan sencillo, que nunca ha sentido este sudor frío por presentar a una pareja.
—Papá, mamá, este es Carlos, mi novio. Carlos, Carmen y Pedro, mis padres.
Sin mirar hacia atrás, sé perfectamente que Héctor está reprimiendo una carcajada. Mi tono ha sonado tan forma y errático que parece que estoy en el juicio que decidirá si voy a morir ahora o dentro de diez minutos.
—¡Encantado! Muchísimas gracias por dejar que me quede. Son muy amables —les estrecha las manos.
Menos mal que Carlos sabe actuar como un ser humano normal, porque si no la escena sería sencillamente deprimente.
—¡No nos tutees! —mi madre suelta el bolso y se acerca para darle un abrazo de improvisto—. Estás en tu casa —le sonríe.
—Tú aguantaste a nuestra hija en tu casa, es justo que hagamos lo mismo —bromea mi padre.
—¡Papá! —me quejo.
Carlos se ríe y mis padres se acercan a saludar a Héctor. Me quedo mirándolos y me doy cuenta como Héctor cambia su actitud. De pronto está más relajado y jovial, como es el Héctor que recordaba en su momento. Sigo sin comprender como depende el instante es capaz de parecer una persona tan distinta. Siento una punzada en el pecho al mirarlos.
—Hola, Carmen —le sonríe de esa forma sincera que se reserva la mayoría de veces.
—Hola, Héctor —lo estrecha entre sus brazos unos segundos más de la cuenta— ¿Qué tal todo?
—Estupendamente, muchas gracias por invitarme, no era necesario.
—Calla chico, una comida no es nada —mi padre le da un breve abrazo junto a unas palmadas.
Carlos aparta la mirada y busco mi mano con la suya. Cuando nuestros dedos se entrelazan me regala una breve sonrisa.
—Sabes que es por todo el tema de...
—Lo sé —me responde también en susurros—. Yo también le estoy muy agradecido.
Señalo brevemente la botella de vino y de repente se suelta cayendo en su despiste. La vuelve a mirar con el ceño fruncido y se recompone rápidamente para acercarse a ellos.
—Abril me dijo que era su vino favorito. Es para vosotros —se lo tiene amablemente.
—¡Vaya! —exclama mi padre—. Es el que consumimos desde nuestra boda. Te tenemos que contar la historia —se ríe aceptando la botella.
—Eres muy amable, Carlos. ¿Te gusta el pollo asado y los canelones?
—Me encantan.
Por supuesto, la comida favorita de Héctor, el invitado de honor.
Mi madre lo atrae hacia la cocina y mi padre los sigue dejándonos a Héctor y a mí a solas.
Lo miro de reojo mientras él mete una mano en sus bolsillos con la mirada perdida en la cocina.
—Gracias.
Se centra en mí con el ceño fruncido.
—¿Por ser un ex novio ejemplar? —me sonríe de medio lado.
—Por lo de la botella de vino. Lo de ex novio ejemplar aún te queda —evito sonreír.
—Tranquila, les caerá genial, no te preocupes. No necesita esa botella, pero no le digas que te lo he dicho.
Nos miramos unos segundos y no puedo evitar sentir esa mezcla de calidez con ganar de llorar. Cuando se muestra de esta forma, no puedo evitar sentirlo. Realmente no es tan insoportable como le gusta aparentar ser.
—Mis labios están sellados.
ESTÁS LEYENDO
Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)
Romance2ª parte de "Ex, vecinos y otros desastres naturales". ¿Son jodidas las rupturas? Sí. ¿Es jodido volver a enamorarte? Sí. ¿Pero sabéis qué es lo más jodido? Que el maldito destino no pare de reencontrarte con la persona que te rompió el corazón y q...