112. ¿Quieres quedarte?

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Hace 6 meses...

Héctor acaricia mi nariz con la yema de sus dedos mientras yo me deleito con los latidos de su corazón.
Recuerdo sus "te amo" una y otra vez y no puedo evitar sonreír. Me siento preparada para afrontarlo. Tengo que ser valiente si quiero que esto funcione.
Un "te quiero" se queda atascado en mi garganta. El sonido de la puerta nos congela y Héctor y yo nos miramos con el rostro blanquecino.
Mis padres comienzan a hablar y ambos nos levantamos deprisa para intentar vestirnos, pero unas pisadas hacen que Héctor se esconda bajo mi cama al tiempo que me abrocho el sujetador antes de que la puerta se abra.
—Abril, cariño...
Mi madre se queda en silencio y me mira sorprendida. Actúo con normalidad y saco ropa limpia del armario como si acabase de salir de la ducha.
—Dime, mamá.
—Iba a preguntarte qué te apetece de cena —me mira con una pequeña sonrisa.
—Lo que quieras.
Intento finalizar la conversación y me muevo hacia mi escritorio para que mi madre no se fije en la cama. Su sonrisa se mantiene mientras me pongo una camiseta y un pantalón de chándal.
—Haré lasaña entonces —se da la vuelta para irse—. Por cierto, Héctor, está invitado a la cena —me mira de aquella forma que solo una madre puede hacer. Una mezcla de soberbia, diversión y calidez que hace que sea contradictorio, pero único.
Mis ojos se abren como platos y siento como las mejillas se me sonrojan. Mantengo la compostura y no hago ningún comentario que pueda delatarme, pero ella vuelve a tomar la iniciativa.
—Héctor, querido, ¿vas a contestarme? Sería de mala educación no hacerlo. ¿Te quedas a cenar ?
Tras unos segundos de silencio, se escucha su voz amortiguada bajo la cama.
—Sí, muchas gracias —suena avergonzado.
—Carmen, ¿con quién hablas? —pregunta mi padre.
Ella suelta una pequeña carcajada y sale del cuarto para que mi padre no vea la situación.
—Shhhh, déjalos que están terminando el trabajo de clase. Haz por una vez algo en tu vida y ayúdame a poner la mesa.
—¡Como si no te ayudase! Quién te escuche, va a pensar que soy un marido florero.
—Los maridos floreros suelen ser modelos —se burla.
—¿Qué insinúas?
—¿Yo? Nada, nada.
Las voces de mis padres se pierden en la cocina y por fin suspiro aliviada y le digo a Héctor que salga. Tan solo con sus calzoncillos, suspira y comienza a ponerse la ropa con una mueca que casi consigue que me ría. Casi.
—Al menos no ha sido mi padre.
—¿Eso debe tranquilizarme? —me mira con una ceja alzada.
—Si hubiese sido él, estarías ahora mismo en la calle —me río.
—Y sin pelotas.
Se sienta a mi lado y pasa las manos por su pelo de forma insistente mientras mueve las piernas y su mirada se pierde en un punto fijo.
Su nerviosismo me contagia y de pronto soy consciente de la situación. Héctor va a comer con mis padres. Esto parece más real que nunca. 
Me levanto de la cama y comienzo a dar vueltas por la habitación mientras mi mirada oscila entre la puerta y mi escritorio. Las manos me sudan y no soy consciente de que Héctor está a mi lado hasta que me sujeta las mejillas y me obliga a mirarlo.
Aunque intenta mantener la compostura, sus ojos reflejan la misma preocupación que los míos, y por un segundo me alegra no ser la única que se ahoga.
—¿Quieres que me vaya? ¿Es muy precipitado?
Muerdo mi labio inferior y aparto la mirada. Sus manos siguen acariciando mi rostro. Siento que la calma vuelve en pequeñas ráfagas.
—¿Quieres quedarte? —apenas susurro.
Sus ojos verdes se pierden en los míos por completo. La determinación de su mirada hace que lo quiera aún más si eso es posible.
—Sí.
Da un pequeño beso en mis labios y tira de mi mano para salir de mi habitación. Ambos, con las manos cogidas nos dirigimos a la cocina con un nudo en la garganta. Mi mano tiembla, pero el la acaricia de forma tranquilizadora.
Cuando mis padres nos ven, mi madre nos muestra una sonrisa mientras se pone a preparar la comida y mi padre se queda serio. Su mirada pasa de Héctor a nuestras manos unidas constantemente.
Héctor se suelta y le ofrece la mano a mi padre, quien la estrecha aún con la seriedad que hace que mi ansiedad se incremente.
—Buenas noches, Pedro. Me alegro de volverte a verte —me sonríe.
Mi padre me echa una última ojeada y mira a mi madre, quien le sonríe de esa forma que hace que se relaje y no se deje llevar por las emociones. La miro agradecida.
—Vamos a dejar una única pauta clara. Si vuelves a hacer llorar a mi hija, esta casa no la vuelves a pisar. ¿Estás de acuerdo?
Mis ojos se abren de par en par. Héctor se tensa y me mira un breve instante antes de contestar.
—Lo estoy.
—En ese caso,,, Bienvenido, hijo.
Mi padre estrecha a Héctor entre sus brazos y se dan una palmada en la espalda que me hace sonreír sin poder remediarlo.
Esto. Solamente quiero justo esto.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora