117. Para qué engañarnos

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Conduzco más lento de lo normal. Podría ir a ciento veinte, pero me conformo con ir entre los noventa y los cien. Quiero retrasar esto lo máximo posible, aunque no sé para qué, si no consigo tener un pensamiento concreto y el temblor en mis manos no se va. Estoy cansada de repetir esta historia.
—Mayo, ¿me escuchas?
La voz de Carlos suena por el manos libres. En algún momento de la conversación he perdido el hilo. Carraspeo y vuelvo ella.
—Sí, perdona. ¿Qué decías?
—¿Estás nerviosa?
De pronto, su tono de voz se vuelve menos enérgico. Sé lo que le preocupa porque es lo mismo que me preocupa a mí. Sí al pasar tiempo a solas con Héctor los sentimientos volverán. ¿Para qué engañarnos? Si estos meses de distancia me han servido para algo es para saber que lo mío con Carlos funciona siempre que él no esté cerca. Así esas mariposas que amenazan con asfixiarme están calmadas.
—Sí.
—¿Quieres hablar sobre ello?
—No hay mucho que hablar —me sincero—. Es mi ex y todos sabemos que tengo una historia complicada con él.
—¿Crees que...?
—No lo sé.
Se hace el silencio al otro lado de la línea y decido sincerarme aún más. El no estar frente a frente me aporta ese extra de protección que necesito. Quiero de alguna forma justificar el por qué caigo una y otra vez en el mismo error.
—No me puso los cuernos.
Carlos mantiene el silencio por unos segundos más hasta que corta el silencio.
—¿Me... me has mentido?
Una punzada directa en el corazón. Al final, esto lo he buscado yo. Bea creía al principio que le mentía continuamente y Carlos igual, pero es algo que he provocado yo sola.
—No. Ni siquiera me enteré por Héctor, sino por la chica con la que lo pillé. Fue hace un año.
—¿Por qué no me lo dijiste aquel día?
—Porque es difícil de asimilar que lo perdoné antes de saberlo, que de verdad creía que había cambiado y fui lo suficientemente ingenua como para que me engañase otra vez.
Sin ser apenas consciente, estoy ya en el paseo marítimo, llegando a la hamburguesería. Hablar con Carlos me relaja lo suficiente, pero cuando la llamada acabe, estaré de nuevo sola con mis miedos.
Antes de que Carlos pueda decir nada, tomo la iniciativa. No necesito que nadie ponga en duda lo que siento. Me vasta conmigo misma.
—Decidí estar contigo. ¿No te lo he demostrado lo suficiente?
Dejé que Héctor se marchase por esa puerta, incluso la última vez, fue una simple despedida. Una de tantas, pero lo hice por Carlos. Por nosotros. Por Sara. Por mí.
Aparco el coche en una zona de carga y descarga y pongo los intermitentes. Tampoco tardaré demasiado, o eso espero.
—Sí, me lo has demostrado. Siento si ha sonado a reproche, solo estoy...
No hace falta que termine la palabra. Ambos estamos asustados y ambos lo sabemos. No hace falta darle más vueltas.
—Oye, tengo que...
—Te quiero, Mayo.
Apago el motor y me reclino sobre el asiento. No debería ser tan difícil. Después de casi un año debería salir solo. Contesto un breve "y yo". No puedo decir las palabras y él parece conformarse con la réplica. ¿Le quiero? La pregunta debería ser si me acuerdo lo que es querer. Colgamos y salgo del coche.
Isa es la que me dijo que seguía trabajando allí por las tardes al acabar la universidad. Cada día pasa tres horas en el coche tan solo por no volver a verme. No lo culpo, yo me cambié de instituto y dejé de ir a fiestas solo por lo mismo. Supongo que no podemos vivir sin pasar del blanco al negro.
Me recuerdo de nuevo que se lo prometí a Pili. Recibo un mensaje de ánimo de Bea y sonrío.
Cuando entro por las puertas, el olor familiar a café y canela invade el ambiente. El local está vacío ya que no habrán abierto hace no mucho y veo de espaldas a Isa, quien limpia unas mesas enfurruñada. Dios, no me puedo creer que la haya echado de menos.
—Acabos de abrir así que si puedes espe.... —se queda a medias de la frase.
—¿Soy yo, o ahora eres más amable? —me burlo de ella.
—Oh, no, solo me habías pillado en un buen dia —me sonríe.
—¿Habías? Eso es pasado.
—Pensaba que ya me había librado de ti.
Un sonido a mis espaldas hace que chille de sorpresa y de pronto me veo rodeada de unos brazos fuertes que me sacan una sonrisa enseguida. Isa pone los ojos en blanco cuando Mario me estrecja entre sus brazos y besa mi mejilla de forma sonora.
—¡Pero si es mi compañera de batallas!
—Unidos para derrotar el mal.
—De los súcubos sin corazón —le guiña el ojo a Isa.
—Serás...
Lo persigue con la escoba por el local y no puedo evitar soltar una carcajada. Definitivamente los echaba de menos. Nerea asoma la cabeza desde la cocina y viene a darme un gran abrazo que me pone un poco sensible.
—Estás muy guapa de morena.
De repente, Isa y Mario dejan de pelear y ambos me miran sorprendidos.
—Sois muy poco observadores —pongo los ojos en blanco.
—Mal de amores —dicen ambos al unísono.
—¿Qué? —frunce el ceño.
—Oh, vamos. Es de primero de ser chica —contesta Mario—. Nosotros nos rayamos y jugamos al fifa, vosotras os rayáis y os hacéis cosas en el pelo —se encoge de hombros.
—Yo nunca me hice nada en el pelo —sonríe Isa orgullosa.
—Cuando te deje hablamos —le guiña el ojo.
—¡Eres idiota!
De nuevo la guerra comienza e Isa y yo nos apartamos a un lateral mientras los observamos. Me alegro ver a Isa más relajada y feliz que de costumbre.
—¿Entonces? ¿Es por un chico? —me sonríe.
—Siempre es por uno —reconozco a mi pesar.
—¿Le conozco? —su sonrisa demuestra que sabe perfectamente la respuesta, así que solo asiento. Si no podía tenerlo a él, quería tener a la Abril del pasado. Volver a sentirme yo para ver si era capaz de enamorarme de nuevo y superarlo.
No sirvió. Para qué engañarnos.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora