53. La mentira más bonita que he escuchado en mi vida

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El turno acaba y voy a la sala de descanso para coger el bolso mientras terminan de recoger y otros se duchan. Yo voy a hacerlo en casa, no me apetece estar en un sitio extraño desnuda. Sé que son mis compañeros de siempre, pero aún así, se me encoge el estómago solo de pensarlo.
Estoy terminando de recoger cuando Isa sale del cuarto de baño, ya vestida con su ropa normal. Pasa por mi lado y abre su taquilla mientras ambas estamos en completo silencio. Es demasiado incómodo.
Isa va a salir cuando de forma impulsiva la llamo y ella se da la vuelta con el ceño fruncido, como si mi sola presencial la molestase, cosa que estoy segura que es cierta.
—¿Por qué me odias?
La pregunta es sencilla y sincera. Llevamos casi dos semanas trabajando juntas y aún no sé por qué me fulmina con la mirada a cada instante que puede. He llegado a pensar que quizá sea por Héctor, pero se comporta así desde el primer día, antes de que Héctor y yo estuviésemos en la misma sala.
Isa evita mi mirada y se mete el pelo tras la oreja incómoda. Mete una de sus manos en el bolsillo de sus vaqueros y me mira con sus ojos marrones unos segundos, antes de decidir si hablar o no.
—Odiar es una cosa, que no me caigas bien es otra.
—Cambio la pregunta entonces.
—No me agradan las personas que entran en un lugar y acaparan la atención. No me fio de la aparente perfección, lo siento —se encoge de hombros.
¿Acaparar la atención? No puede estar más equivocada. Lisa era quien deslumbraba, Bea es quien deslumbra con luz propia. Siempre he sido demasiado normal y eso me gustaba, porque era una presión que quitaba sobre mis hombros y así sabía que si alguien me quería, era por quién era, no por cómo aparentaba ser.
—Siento decepcionarte, pero siempre he sido la amiga simpática, he estado cinco años yendo de polvo en polvo porque no superaba a mi ex, quién por cierto, no paro de reencontrarme continuamente cosa que me desestabiliza emocionalmente. No merezco a mi actual novio y para colmo, últimamente me siento como una fulana de tres al cuarto, así que lo siento, ni soy perfecta, ni llamo la maldita atención, ¡ni te hice nada!
Exploto contra ella sin quererlo. La presión me puede y me mira con cara de póker sin comprender qué acaba de pasar, pero no la culpo, porque estoy con los nervios a flor de piel.
Me disculpo y me encierro en el cuarto de baño para evitar un ataque de llanto innecesario, intentando inspirar y expirar como me enseñó Héctor.
Un golpe en la puerta me sobresalta.
—Eh... ¿Hola? —parece preocupada.
—¿Qué pasa? Hay otros baños para hacer aguas mayores —escucho la voz de Mario.
Estupendo, justo lo que me hacía falta, que más gente vea lo inestable que estoy ahora mismo.
—No cerebro sin mosquito, es Abril. No sé que le pasa.
Un nuevo golpe en la puerta y yo reprimo las ganas de chillarles a todos que me dejen tranquila y se vayan a sus malditas casas.
Me quedo en silencio a la espera que se vayan.
—¿Qué le has hecho?
—¡Nada!
—Esto tiene tu nombre y apellido.
—Ni te sabes mi apellido.
—¡Claro que me lo sé! A diferencia de ti, a mí me importa la gente con la que trabajo, o bueno, la gente en general, aunque dudo que sepas lo que es.
La discusión sigue y ambos cada vez están más enfadados y yo más agobiada. No quiero más problemas.
Una nueva voz hace que todos se silencien y de pronto el cuarto de baño se queda en silencio.
De nuevo el maldito sonido de la puerta, pero esta vez es mucho más suave y tranquilizador.
—Princesa, ya puedes salir. Estamos solos.
Abro la puerta con manos temblorosas. Héctor está apoyado en el marco. Si fuese cualquier otra persona, incluso Mario que es un amor, me sentiría intimidada, pero él parece ser otra extensión de mí misma. No puedo sentir miedo a su lado.
Se aparta para que pueda salir y me voy hacia el sofá, completamente derrotada.
—Lo siento. Me he agobiado, ellos no hicieron nada.
Héctor se agacha y me mira desde abajo con gesto preocupado. Una punzada de tristeza me atraviesa al darme cuenta de que nuestra cercanía se debe solo a algo puntual. Si no hubiese pasado aquello, él hubiese vuelto a casa con Sara y Bea y yo estaría en mi coche de resaca y nada de esto hubiese pasado.
—¿Qué ha pasado?
—Según Isa, soy una persona perfecta que brilla con la luz inexistente de sus prejuicios.
Héctor intenta abrazarme, pero lo aparto de forma brusca. Se acabó. Estoy cansada de que me traten de forma delicada.
Me levanto del sofá y cojo mi bolso para irme.
—Abril, un segundo. ¡Oye!
Héctor me adelanta y me pone las manos en los hombros para pararme.
—¿Me puedes explicar qué coño te pasa?
—¡Que estoy cansada de esto! —lo señalo—. Hace una semana no nos aguantábamos, discutíamos y ahora por esa mierda, me tratas diferente. No quiero ser la obligación de nadie —paso por su lado y salgo del local, esperando ver el coche de mis padres por algún sitio.
Miro la hora y suspiro. Deberían estar aquí. Escucho como Héctor cierra las puertas del local y después se para justo a mi lado.
—He hablado con tu madre. Hoy te llevo yo a casa.
—¿Qué? Pero ¿por qué?
—Porque te prometí que te ayudaría a superar esto. Y comienza hoy. Sígueme.
Me anoto mentalmente que haberle dado a mi madre el número de él, es la peor decisión del mes. Héctor se suelta el pelo y se quita los zapatos para meterse en la arena. Lo miro sin articular palabra y me indica con la mano que le siga. Si no me diese pánico andar sola por la calle me iría, pero por más que insista es la persona más cabezota que conozco, y si no voy con él, estoy al 99 por ciento segura de que me cogerá en brazos.
Me quito los zapatos y camino hacia la orilla. Me quedo sorprendida cuando se para antes de la arena húmeda y comienza a desvestirse.
—¿Qué haces?
—Voy a darme un baño —me sonríe de medio lado.
Sigo el movimiento de sus músculos a cada prenda nueva que se quita, admirando su físico y sintiendo como el corazón se me acelera sin poder remediarlo. Se deja una camiseta de tirantes fina, al igual que la otra vez.
Cuando se quita los pantalones quedándose con un calzoncillo azul marino, aparto la mirada avergonzada.
—¿Y tengo que ver como te das un baño? ¡Llévame a casa!
—Tú vas a darte ese baño conmigo.
Se ha vuelto loco. No pienso bañarme con nadie y mucho menos quedarme en ropa interior, me da igual quién sea, como si me quiere obligar el rey emérito.
—No voy a bañarme Héctor.
Se acerca a mí y reculo. No puedo tenerlo semidesnudo a tan poca distancia, quiere matarme.
—No eres mi obligación. ¿Discutimos? Sí. ¿A veces nos mataríamos? Puede. Pero saber perfectamente que tú y yo no estamos destinados a odiarnos.
Un nuevo paso hacia mí y esta vez no reculo, prendida de sus palabras y sus ojos que parecen tocarme el mismísimo corazón.
—Entonces... ¿a qué estamos destinados?
Héctor baja la mirada a la arena y pasa sus manos por su cuello mientras mis ojos se detienen en el leve vello que asoma por si camiseta para subir a través de su cuello hasta detenerme en sus ojos que vuelven a mirarme.
Siento como si los latidos de mi corazón se ralentizasen para acto seguido acelerarse.
—Te respondo cuando te vengas al agua.
—Quieres que me desvista, pero en cambio tú tienes la camiseta. No seas hipócrita —contraataco.
Héctor duda un segundo y se aleja de mí quitándose la camiseta, dejando al descubierto su espalda desnuda perfectamente definida. La curiosidad me invade, recordando aquello en su pecho que no quería que viera.
Se aleja de mí y me siento vacía e insegura en mitad de la oscuridad, como si alguien pudiese aparecer de forma repentina y llevarme lejos de allí.
Quito mis pantalones con manos temblorosas y los doblo con cuidado para ponerlos encima de mi bolso. Hago lo mismo con mi camiseta.
Observo mi ropa interior unos segundos. La parte interior tiene demasiada tela para lo que estoy acostumbrada a llevar, ya que casi siempre uso lencería fina y la parte superior, es un sujetador deportivo que podría ser  una camiseta. Es irónico como puede cambiarte tanto unos segundos. Odio esta ropa interior, pero es la única que me hace sentir bien al mismo tiempo.
Cubro mi cuerpo lo mejor que puedo y me acerco a la orilla, observando como Héctor comienza a echar agua por sus brazos y su precioso pelo negro. Después se sumerge y durante unos segundos desaparece en el agua y me deja a solas con el sonido de las olas rompiendo contra la arena.
Me sumerjo rápidamente, aguantando el contraste del frío del agua contra la suave brisa que sopla. Si el agua me cubre, ya no me siento desnuda. Héctor sale a la superficie y me mira con una sonrisa mientras yo me sumerjo aún más, dejando solo mi nariz y ojos al descubierto.
—¿Ves? —señala a nuestro alrededor—. No pasa nada. Una mala experiencia no puede determinar el resto de tu vida. Ven aquí.
Héctor coge mi mano y me saca a la superficie. Cubro mi cuerpo con mis manos y aparta la mirada de la suya, pero él alza mi barbilla para que lo mire.
—No pasa nada —vuelve a decir más despacio.
—¿Y si estuviese sola? Mira lo que me pasó estando acompañada —tiemblo.
—La cosa es que ahora, en este mismo instante, estás aquí. No estás sola, no hay gente. No va a pasarte nada. No ahora.
Lentamente, sujeta mis manos y las va apartando de mi cuerpo hasta dejarlo al descubierto. Mis brazos están rígidos y su sonrisa me acelera el corazón.
De pronto me fijo en su pecho. Mis manos se aventuran sin pensarlo y tocan su piel mojada, acariciando el dibujo que hay en su pectoral izquierdo, sin poder evitar sonreír. Recorro los trazos de tinta suavemente y noto como su cuerpo se tensa ante mi contacto.
—¿Cuándo lo hiciste?
—El día antes de que te marcharas.
Mis manos se quedan congeladas encima de su corazón, notando cada latido, cada aceleración, cada bocanada de aire de su pecho. Nos hemos ocultado lo mismo. Siempre la misma historia. Siempre el mismo final.
—No quería marcharme.
—Lo sé, y yo no quería que lo hicieras.
—La historia de siempre.
—La historia de siempre —repite mis palabras.
Acaricio una vez más el dibujo mientras él mete tras mi oído un mechón de pelo que tenía pegado junto a la mejilla. Un placentero escalofrío me recorte de pies a cabeza
—Tenías algo que responder —digo repentinamente.
Héctor desvía la mirada y suelta mi rostro, mirando hacia la inmensidad del mar, hacia una lejanía tan oscura que es imposible de ver el final.
—Abril, no me pidas un imposible. Ambos sabemos que mi respuesta puede jodernos una vez más. 
—Pues miénteme.
Héctor hace una mueca y apoya su frente contra la mía. Mis manos se apoyan contra su pecho y las suyas se aferran a mis caderas y me acerca levemente, provocando pequeñas explosiones de placer en mi piel. Se aparta unos centímetros y me mira a los ojos, con sus manos aún sobre mi cuerpo, como si se tratase de un salvavidas.
—Estamos destinados a ser ex, vecinos, compañeros de trabajo y otros desastres naturales que se te ocurran. Estamos destinados a ser un puto desastre que es perfecto cuando lo necesita. Estamos destinados a ser dos desconocidos que se conocen demasiado —baja su mirada a mi boca.
Mi labio tiembla ligeramente y contengo la respiración cuando sus manos suben a través de mi espalda y sujetan mi nuca, acercándome un poco más.
—Gracias —susurro a unos centímetros de sus labios.
Me abraza.
No sé, si es una mentira, pero es la mentira más bonita que he escuchado en mi vida.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora