Conduzco a toda prisa tratando de esbozar lo que voy a decir, pero la verdad es que estoy totalmente en blanco y el reloj me pone nerviosa, porque tengo el tiempo justo para volver al trabajo. No estaría bien que después de una discusión sobre la falta de profesionalidad que tenemos, precisamente sea más irresponsable llegando tarde.
Los rayos del sol se filtran por la ventana y agradezco haber arreglado el aire acondicionado de mi Seat León del 2005 blanco. El calor y el agobio casi no me dejan pensar. ¿Cuál va a ser mi discurso?
"¡Hola! Perdona por presentarme en tu casa sin avisar, pero como me has estado ignorando un día a causa de que soy una mentirosa de mierda, he decidido venir a invadir el espacio que necesitas para suplicarte que me des una nueva oportunidad para cagarla. ¡Por cierto! Se me olvidaba. No me lo he montado con Héctor, aunque me ha agarrado el culo desnudo y nos hemos duchado juntos, ¡pero no te preocupes! ha sido todo desde la más pura inocencia".
No me va a perdonar en la vida. Yo no me perdonaría en la vida.
¿Qué pretendo? En mi mente esto suena espectacular, como un acto de amor heroico digno de película, pero la realidad es, que voy a conducir dos míseras horas. Tampoco es que me vaya a recorrer medio país. Esto es PATÉTICO, pero tengo demasiado miedo de que todo se vaya a la mierda por la tendencia que tengo a huir de los problemas. Es la primera vez que apuesto por una relación desde hace años y solo pido que funcione. Necesito que lo haga.
Cuando llevo algo más de una hora conduciendo decido poner la música a tope y centrarme solo en cantar con Britney Spears, porque tengo claro que mi don no es pensar en discursos y cada vez que imagino una nueva situación hipotética en mi mente, acaba peor que la anterior, haciendo que las manos me tiemblen y me entren unas ganas insufribles de ponerme a llorar. No quiero hacerle daño a una de las personas que sé que me quieren de verdad y me miran como hace años que nadie me mira, excepto Héctor, que creía que me miraba de esa forma, pero hay una gran diferencia. Carlos es transparente. Me gusta la transparencia.
Entro por fin en la ciudad y me hace falta poner el navegador para llegar. Comienzo a callejear hasta entrar en una zona de pequeñas casas adosadas en una de las partes más antiguas de la ciudad que tanto odia Carlos. Las paredes están desgastadas y agrietadas y las calles, aunque son tranquilas y no se ve un mal ambiente, hay principalmente personas mayores, por lo que comprendo que se vea asfixiado cuando está aquí.
Busco el número nueve y aparco el coche frente a su casa. Vuelvo a llamarlo, pero de nuevo salta el maldito contestador al que tanta manía le estoy cogiendo.
Salgo del coche y comienzo a dar vueltas por la calle mirando el reloj. Solo tengo veinte minutos antes de salir pitando de vuelta, pero me da miedo llamar y que me abra su madre enfadada porque Carlos haya decidido dejar la relación sin decírmelo. Peor aún, pienso en una dolida Carla reprochándome que le he roto el corazón a su hermano y me entran ganas de vomitar la primera papilla. No debería haber venido. Tendría que haberme quedado en la cama o ayudando a mi padre a buscar su maldita crema de los juanetes.
Vuelvo a meterme en el coche y arranco el motor. Me quedo unos segundos sin saber qué hacer. He perdido diez minutos. Me bajo del coche de nuevo.
Se acabó. O soy una adulta o no y hace seis meses que decidí ser una adulta responsable, no puedo echarme atrás ahora, porque eso significaría que lo de Héctor fue en vano. Mierda, el jodido Héctor de nuevo.
Pego en el timbre y a los pocos segundos escucho la voz de Carla y le pido que me deje pasar.
Con un chillido de felicidad sale a abrirme la verja y me da un abrazo que me deja congelada. Bien, esto debe ser una buena señal, a no ser que de repente me clave una estaca por la espalda, cosa que por lo visto no hace.
—¿Y esto? Carlos no nos dijo nada —me coge de la mano para llevarme a casa.
—Bueno... Es que pasaba de camino y es una visita express —miento.
Carla llama a su hermano a voces sin decirle que he venido yo y me obliga a esconderme en la cocina para darle una sorpresa, sin saber que para él probablemente la sorpresa sea mala. Si no me quiere hablar, supongo que no me quiere ver.
Espero impaciente con el corazón en un puño mirando las manecilla del reloj de cocina azul marino. Seis minutos. Seis minutos para una maldita disculpa. No debería haber perdido el tiempo haciendo la imbécil.
—Ya voy, ya voy —se escucha su voz que baja las escaleras—. ¡Estás insoportable! —le dice a su hermana.
Carla entra victoriosa a la cocina gritando un "tachán" y señalándome con una sonrisa.
Carlos aparece por la puerta y mi estómago da un pequeño vuelco. Está demasiado guapo. Tiene el pelo ligeramente humedecido por lo que asumo que se ha duchado hace poco y viste tan solo con un pantalón de chándal gris. Mi mirada sin querer se centra demasiado en sus pectorales morenos por el sol hasta subir a su rostro lleno de pecas y esos ojos color miel que pasan de la sorpresa a una emoción que no consigo averiguar cuál es.
—¿Nos dejas solos Carla? —pregunta sin mirarla.
—¡Oh vamos! Abril no es solo tuya, yo también quiero hablar con ella —se queja.
En cualquier otro momento me parecería adorable, pero es cierto que me quedan solo cinco minutos y no puedo demorarme más.
—Ya, pero es mi novia. Largo —la empuja fuera de la cocina y Carla se marcha refunfuñando.
¿Sigo siendo su novia? Porque eso es justo lo que le ha dicho a su hermana y siento que se va parte de la presión que tengo en el pecho.
Carlos se acerca a mi con el ceño fruncido y yo sujeto mis manos nerviosa. Cuando está en frente no puedo evitar preguntarle si me sigue considerando así.
—Bueno, yo creía que... —se traba con las palabras y nos señala sucesivamente al uno y al otro—. ¿Tú no? —pregunta visiblemente incómodo.
—Yo creía que tú no —confieso mordiéndome el labio.
—¿Eh? Yo sí Mayo, ¿cómo crees que...? —mueve la cabeza rápido para despejarse— ¿Qué haces aquí?
Miro el reloj de nuevo. Tres minutos.
—Tengo tres minutos, así que por favor déjame hablar. Lo siento, siento muchísimo haberlo ocultado. No pensé en ningún momento que tú fueses capaz de prohibirme nada y no es porque entre él y yo haya algo. Simplemente no sé tener una relación y cualquier cosa me da miedo Carlos, me da miedo perderte o hacerte daño. Quiero que esto funcione y te... —me paro incapaz de pronunciar esas palabras que acaba de hacer que sus ojos brillen— Quiero que esto funcione. Me gustas mucho. No me dejes por favor.
Una chispa de decepción pasan por sus bonitos ojos y me muerdo el labio impotente. No puedo decirlo aún, para mí es demasiado pronto. Pero es cierto que quiero estar con él.
De pronto me veo estrechada contra el torso de Carlos y me relajo. Me dejo mecer por sus brazos y paso los míos por su cintura, aspirando el aroma fresco que desprende.
—Mayo... lo siento. ¿Cómo puedes pensar que iba a dejarte? Solo estaba un poco cabreado y te iba a escribir esta mañana, pero he tenido que ayudar a mi padre con la obra y acabo de volver.
¿Qué? ¿Acabo de recorrer dos horas en coche para un problema inexistente? Maldita sea mi suerte. ¡Creía que me había repudiado de por vida!
—¿Te has recorrido todo el camino porque creías que te iba a dejar? —me acuna el rostro y lo acaricia.
—En mi mente era una locura en el nombre del amor —hago un pequeño puchero patético.
Carlos suelta una carcajada y pongo los ojos en blanco. Vale, puede que sea dramático e ilógico, pero ha merecido la pena tan solo por verlo reír como lo está haciendo ahora mismo.
—Cuidado, que de aquí a ingresarte en un loquero nos queda poco —se burla de mi.
Pongo los ojos en blanco y se la devuelvo diciéndole de forma irónica que es el rey del humor. Antes de que replique nada más, me atrae hacia él y sus labios acarician los míos. Me dejo llevar por su tacto dulce y gentil que hace que el calor se apodere de mí.
Necesitaba esto para olvidarlo todo. Por esto ha merecido la pena.
—Te prometí que dejaría que me rompieras en mil pedazos... Te quiero.
Asiento y le devuelvo el beso, a sabiendas que voy con dos minutos de retraso, pero necesito la paz que consigue aportarme.
—Por cierto... Odio tu maldito contestador. Deberías quitarlo.
Las risas inundan la cocina y me siento por fin mejor, aunque sé que solo durará hasta que vuelva a ver a mi otro problema particular. Héctor.
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Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)
Romance2ª parte de "Ex, vecinos y otros desastres naturales". ¿Son jodidas las rupturas? Sí. ¿Es jodido volver a enamorarte? Sí. ¿Pero sabéis qué es lo más jodido? Que el maldito destino no pare de reencontrarte con la persona que te rompió el corazón y q...