55. Telemedicina a domicilio

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Tengo toda clase de medicamentos, tanto los que Mario me ha enviado por mensaje como otros que la farmacéutica me ha recomendado.
Cuando me paro en su portal,  las manos me tiemblan y el corazón me va a mil por hora, pero pego en el portero rápidamente por el miedo que me produce estar sola en la calle. Héctor abre de forma instantánea sin preguntar quién es.
Pulso el botón de la tercera planta. Esto es lo único que puedo hacer por él, si está malo, lo cuidaré. Tengo que agradecerle de alguna forma todo lo que hizo por mí.
Ando por el pasillo y antes de pegar a la puerta esta se abre. Héctor me mira vestido tan solo con su ropa interior y no puedo evitar recorrer su cuerpo durante más tiempo del que me gustaría reconocer.
—¿Abril?
—¿Telemedicina a domicilio? —le enseño la bolsa y me muerdo el labio inferior.
—No me jodas que has venido tú so... —agarra su estómago—. Un momento —sale corriendo por el pasillo dejando la puerta entreabierta.
Entro y cierro la puerta. Hay encendida una pequeña luz que aporta al salón un ambiente cálido y relajante.
Miro la habitación y me centro en cada detalle, la que la última vez no pude ver nada debido a lo sucedido.
Esta casa tiene poco que ver con la decoración de su habitación en la residencia. Mientras su habitación era en tonos oscuros y apagados, este salón brilla por todas partes, con muebles de madera clara, paredes en un leve tono limón y pequeños jarrones con plantas ficticias decorando todos los rincones y aportando toques de color por todos lados. El sofá amarillo está adornado con una tela bordada de color blanco a juego con unos cojines de color marrón claro.
Me acerco a una de las fotos que están en la estantería. Una mujer rubia con el mismo color de ojos que Héctor, agarra a un niño sonriente en brazos, quien asumo que es él de pequeño. Cojo la foto y sonrío, porque esta es la primera vez que veo una foto de él y quien asumo que es su madre. Ella tiene una sonrisa deslumbrante y un bonito vestido celeste que ondea al viento. Es una foto adorable.
Me sobresalto cuando Héctor me arrebata la foto de las manos y la vuelve a colocar en el mismo sitio.
—Perdona yo...
—¿Traes la medicina? —su tono de voz cortante hace que se me encoja el corazón.
Asiento y le doy la bolsa. Va hacia la cocina y lo sigo, porque me siento como si no tuviese derecho a estar a solas en ninguna estancia.
—Joder, ¿me has traído media farmacia?
—No te quejes, así si no mejoras, puedes probar con otras cosas —digo incómoda.
Miro su espalda y mis ojos bajan hacia la noria que tiene tatuada y se me hace un nudo en el estómago. Ese fue el origen de todo. La discusión, los gritos, las dudas, mi marcha... Tan solo tenía que responder a una pregunta. Solo una.
Héctor se da la vuelta y pequeñas gotas de sudor le empapan la frente. Su rostro se ve más pálido de lo habitual y su cabello se pega a los laterales de su rostro.
—Deberíamos ir al médico —mi preocupación es latente.
—Solo es una diarrea.
—Tienes mal aspecto.
—No se puede ser la persona más sexy del mundo todos los días —me sonríe de medio lado.
Pongo los ojos en blanco y sonrío sin poder remediarlo.
Héctor se vuelve a llevar las manos al estómago y lo sujeto con cuidado apoyando la mano en su pecho, cerca del tatuaje, y lo acompaño hacia su habitación. Las sábanas están empapadas de sudor, así que hago que se siente en la silla unos segundos.
—Vamos a hacer una cosa. Dúchate y yo cambio las sábanas.
—No.
—Sí —me cruzo de brazos.
—Mira Abril, muchas gracias por venir, pero puedo cuidarme solito.
Voy a rechistar cuando se vuelve a poner las manos sobre el estómago y vuelve a salir corriendo. Se escucha un portazo. Ver a Mario así a veces me hacía gracia, pero la verdad es que ver a Héctor malo me está produciendo todo lo contrario. Creo que nunca lo vi tan malo, solo aquella vez que se emborrachó y pegó a mi puerta.
Quito las sábanas de la cama para que no pueda decirme nada y las pongo en una esquina mientras busco en su armario, localizando varias toallas y conjuntos de cama en la parte superior izquierda.
Saco unas sábanas grises y me doy cuenta de los distinta que es esta habitación respecto al resto de la casa, con muebles de color oscuro y decoración de tonos similares. Esto si tiene la esencia de Héctor.
La puerta del baño vuelve a abrirse y cuando entra, no puede evitar poner los ojos en blanco al ver como aliso las sábanas limpias.
—¿Vas a registrarme mucho más la casa?
Inspiro y expiro. Trato de poner toda la amabilidad que hay en mí, pero su actitud de crío me está comenzando a sacar de quicio. El Héctor capullo reaparece de nuevo.
—Bueno, hace unos días me dijiste que estuviese como en mi casa.
Héctor va a responder, pero se queda en silencio. Vuelve a intentar hablar y vuelve a hacer lo mismo hasta que suspira frustrado y se da la vuelta con los brazos en alto.
—Una jodida entrometida —refunfuña mientras saca unos calzoncillos y sale de la habitación.
A los pocos segundos escucho el sonido de la ducha y sonrío con aire victorioso. Ahora es el turno de ir a la cocina, pero antes de llegar, pego en la puerta del baño.
—¿Has comido algo? —alzo la voz.
—¡Ni se te ocurra tocar mi cocina!
Vuelvo a controlar la respiración para no mandarlo a la mierda.
—¡Voy a hacer un poco de arroz!
Me separo de la puerta escuchando sus protestas de fondo, en las cuales incluía algo sobre que voy a quemarle la casa. A ver, no soy la mejor cocinera, pero creo que un poco de arroz no debe ser mucho problema.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora