119. Patear culos

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Héctor:

La primera vez que Abril apareció en mi vida, fue cuando mi madre y yo nos fuimos a vivir con su novio. Nunca nos llevamos especialmente bien, y no porque actuase mal conmigo, sino porque Juanjo y yo teníamos personalidades muy dispares. Quería sobreproteger demasiado a mi madre, y por ello a mí. En aquella época, no estaba a gusto. A mí me valía estar a solas con ella y que apareciese alguien lo suficientemente importante como para cambiar muestra vida me asustó. Abril, con su risa y sus locuras, hizo que el miedo se disipase. Hizo que me enamorara por primera vez.
La segunda vez que apareció en mi vida, me sentía vacío. La chica con la que me pilló era otro intento absurdo de fingir que no estaba roto, de intentar sentir amor. Volver a verla hizo que sintiese esa chispa que amenazaba con reducirlo todo a cenizas. Necesitaba explotar para volver a darme cuenta de lo que significa sentir. Me enamoré de la nueva Abril, aunque me esforzara por odiarla en un intento absurdo de escapar del pasado.
La tercera vez que la vi, me convencí de que el jodido destino existía. Intentaba ser mejor persona gracias a ella. Para ella, y apareció justo para recordarme que aún me faltaba mucho camino que recorrer y demasiadas cosas por afrontar. Tenía que esforzarme mucho más, pero esta vez, por mí mismo. Por mi propia felicidad.
Y ahora, que la tengo justo frente a mí, estoy convencido de que podría hacerla feliz, pero no es justo. No cuando lleva un año con Carlos. No cuando le prometí a su padre que no volvería a hacerla llorar, y sobre todo, no cuando hay una chica en casa que me espera y se ha quedado a mi lado pese a ser durante meses la peor versión de mí mismo. Ahora comprendo las palabras de Luis. Mi egoísmo podría hacer daño a muchas personas a la vez, por mucho que quiera estrecharla entre mis brazos y besarla hasta que se nos olvide cómo besar.
Miro de nuevo su pelo castaño y sonrío sin poder remediarlo. Están tan preciosa y me recuerda tanto a cuando la conocí, que siento como se me instala un nudo en la garganta.
—¿Me vas a decir qué haces aquí? ¿O te vas a hacer la interesante durante mucho más tiempo? —bromeo para evitar prestar atención a los latidos erráticos de mi corazón.
—Me gusta hacerme la interesante —me sonríe de medio lado.
Siento un impulso de volver a unir nuestras manos, pero me contengo. Presto atención a como resguarda sus manos y al pequeño temblor de su pierna. Me alegra no ser el único que siente que el aire va a abandonar la habitación en cualquier momento.
—Pues lo estás consiguiendo, pero ya solo por curiosidad. ¿Va a tomarte mucho rato? Porque tengo que trabajar —la intento molestar.
Evita mi mirada y mira nerviosa al suelo. El movimiento de su pierna se incrementa y contesta sin mirarme.
—Somos semifinalistas —cuando ve que no entiendo a qué se refiere, vuelve a hablar. Esta vez me mira a los ojos—. En el concurso.
Tardo unos segundos en reaccionar antes de preguntarle cómo es posible si la resolución debería haber sido hace medio año. Nunca me llamó, por lo que supuse que no formábamos parte de los elegidos. Ambos sabíamos que era una apuesta arriesgada y que o brillábamos o nos descartaban.
—Se atrasó dos veces —se encoge de hombros.
—¿Y no crees que debería haber estado informado?
—¿Qué hubiese cambiado eso? —dice de forma brusca.
Voy a contestar, pero muerdo mi lengua antes de hacerlo.
"Que habría mantenido la esperanza de volver a verte" —pienso.
—Nada, supongo.
Una pequeña sonrisa que parece una mueca pasa por su rostro por breves segundos. Parece decepcionada.
Se levanta de le mesa y vuelve hacia las taquillas. Me deleito unos segundos al ver sus curvas resaltadas por los vaqueros oscuros en contraste con el jersey de cuello vuelto burdeos.
—Sería el fin de semana del 25. El 25 eligen a los finalistas, el 26 cena y el 27 el ganador.
Un fin de semana. Es peligroso. Muy peligroso. Cuando estamos juntos durante demasiado tiempo, nada sale bien. Siempre salimos heridos.
—¿Quieres pasar otra navidad conmigo?
—¿Tengo alguna otra opción? —se burla.
—Siempre tenemos alguna opción.
Podría ir sin mí. Podría haberlo ocultado, pero aquí está. Asustada, decidida e imponente. No me extraña que esté enamorado de ella hasta la médula. Sería imposible no estarlo.
—Soy una mujer de palabra —se encoge de hombros avergonzada—. Dije que juntos hasta el final y lo mantengo. Quiero patearles el culo solo si estás conmigo —me sonríe.
Estoy jodido. Muy jodido, pero me encanta sentirme al filo de un acantilado cuando me mira de esa forma.
—Pues a patear culos se ha dicho.
Chocamos nuestras manos y nos sonreímos. Estoy emocionado y asustado.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora