116. El hilo rojo del destino

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Cuenta una leyenda japonesa que todas las personas estamos unidas a alguien mediante el hilo rojo del destino. El amor de nuestra vida.
Ese hilo puede tensarse, enredarse, desgastarse..., pero da igual las circunstancias, el tiempo o el lugar. Siempre será esa persona.
Trato de no creer en el destino y que una leyenda no dictamina mi vida, pero reconozco que, a veces, querría dar ese salto de fe. Pensar que tarde o temprano voy a volver a sentir eso llamado "amor". Pero no sucede. No con la persona que sé que es la correcta.
Bajo las escaleras sin prestar demasiada atención a mi entorno. Varios estudiantes se han quejado, pero solo puedo leer su nombre. Mi dedo se queda suspendido en el botón de llamar, pero no se atreve a pulsarlo, aunque debería hacerlo.
Choco contra alguien y mi dedo casi pulsa el icono verde. Lo aparto a tiempo y siento como el corazón comienza a latirme desbocado y el miedo sube a través de mi garganta.
—¡Gilipollas! ¡Mira por dónde vas!
—¿Necesitas hablar?
La voz de Luis me devuelve a la realidad. Acabo de insultar a un amigo por mi ataque de paranoia sin sentido. Estupendo.
—Lo siento, yo... ¡Lo siento!
Me mira con sus ojos negros y se acerca a mí con preocupación. Sin poder evitarlo, escondo le móvil tras mi espalda, aunque está bloqueado.
Finjo interesarme en su nuevo look. Aunque mantiene sus rastas en una coleta alta, se ha rapado los laterales. De por sí, ya es un chico muy atractivo, pero ese toque hace que todas las chicas de la residencia lo miren sin disimulo, cosa que no le hace demasiada gracia a Bea, aunque ella sigue manteniendo que no son celos y que él puede estar con quien quiera.
—¿Es por la llamada? ¿Aún no lo has hecho? —me sonríe con amabilidad.
—Vaya, como vuelan las noticias —mascullo entre dientes.
—¿Y eso es malo? —alza una ceja divertido.
—Sois ex, se supone que os deberíais odiar y no hablar. Sobre todo de mis dramas.
—¿Querías ocultármelo? Muy bonita forma de decirme que quieres más a Bea —me sonríe.
—¡No es eso! —me apresuro a decir—. Eres un chantajista emocional —lo fulmino con la mirada.
Nos apartamos hacia un lado para que unas chicas pasen y me siento en las escaleras con un suspiro. Luis se pone a mi lado y me pasa un brazo por encima acercándome a él. Es reconfortante.
—Ahí nos conocimos hace poco más de un año —señala a mis espaldas con una sonrisa.
Mierda. Estoy sensible de por sí, pero recordar cómo me ayudó a subir las cajas infernales, hace que me suba una emoción que consigue desbordarme. Varias lágrimas se escapan de mis ojos sin poder evitarlo.
—Gracias a ti no me lié a patadas con las cajas —me río.
—Gracias a tu cabezonería, llegué cuarenta minutos tarde al entrenamiento —junta su cabeza con la mía.
—Podrías haberte marchado —me defiendo.
—Si lo hubiese hecho, quizá no habría conocido a una de las mejores personas de mi vida.
Estupendo. Lo ha conseguido. Rompo a llorar de forma dramática mientras él me estrecha entre sus brazos. Me acurruco como si fuese una niña pequeña, aunque no por mucho tiempo. Una tiene su dignidad.
Luis frota mis brazos y retira el pelo de mi rostro. Sus ojos me calman y me transmiten algo de tranquilidad.
—¿Quieres que lo llame yo?
Por un segundo quiero acceder y huir de ser una adulta funcional, pero me contengo y niego con la cabeza. Debo hacerlo yo.
Luis intenta convencerme, pero huyo escaleras abajo antes de hacerle caso y enfrentarme a mis miedos.
Escucho un "cobardica" en la lejanía y grito un "a mucha honra" en respuesta.
Me acerco a la recepción y Pili ya me mira con esa sonrisa que me dice que no se avecina nada bueno.
—Rubia, como seas así de escandalosa para todo, contentos tienes que tener a tus vecinos —me sonríe con picardía.
—Ex rubia —matizo.
—Tranquila, tú eres rubia de alma —me guiña un ojo.
Toco instintivamente mi pelo, ahora castaño, y la fulmino con la mirada. Últimamente se las ha arreglado para llamarme tonta de todas las formas más originales posibles.
—¿Me estás llamando tonta?
—No lo sé, morena de bote, ¿hiciste la llamada?
—No.
—Entonces sí, te estoy llamando tonta —me sonríe triunfante.
Hace cuatro días me llamó un número desconocido que resultó ser del concurso. Pensé que no había llegado a las semifinales debido a que no contactaron conmigo en todo este tiempo, per por lo visto, hubo un nuevo retraso que notificaron por correo, pero yo no recibí nada. Más tarde lo encontré en spam.
Había olvidado el concurso por completo y una parte de mí, quería que no me llamasen, porque eso significaría no verle de nuevo y tener que afrontar la fatídica llamada.
Pili me deja un hueco dentro de la portería y me siento en una de las sillas de plástico que tiene. Su mesa está anormalmente recogida y me sorprende el ver el llavero que le regalé colgado de su bolso en vez de en el corcho que suele tener con notas y recortes.
Las uñas de Pili, pintadas de fucsia, dan golpes sobre la mesa. Suspira finalmente y se echa hacia atrás.
—Rubia, me voy.
—¿A dónde? Si quieres te acompaño. No tengo nada que hacer.
—Dejo el trabajo.
Sus palabras resuenan en el pequeño cubículo. Sus ojos marrones están enrojecidos y yo no soy capaz de procesar sus palabras.
—¿Es broma? Te adelanto que no es graciosa.
—No, no lo es.
Sus manos tiemblan ligeramente y esta vez no lo puedo evitar. Reprimo las lágrimas y hago la pregunta. El por qué.
—Te dije que algún día te contaría por qué trabajaba algunos domingos —me sonríe con tristeza—. Mi marido llevaba un año ingresado. Un tumor que no se diagnosticó a tiempo. Había veces que no me dejaban visitarlo por complicaciones y la casa se me venía encima. Aquí, una rubia de bote me hacía más amenos los días —me sonríe.
Mierda. ¿Se han puesto todos de acuerdo en tocarme la fibra? Le sonrío con timidez mientras hago todos mis esfuerzos para no llorar. Se burlaría aún más de mí.
—Este era su trabajo —continúa—, y yo le cubriría hasta que se recuperase —mira por la ventana a un grupo de chicos que entran y les saluda con la mano.
—Entonces, ¿vuelve?
Le sonrío con entusiasmo. No sabía que estaba pasando por algo tan duro, y me alegra que su marido se haya recuperado.
—Ha fallecido.
Mi sonrisa se desvanece y de pronto, soy consciente de los signos. Sus ojos están levemente enrojecidos, sus bromas no son tan salidas de tono, su manicura hace una temporada que está astillada y nunca la encuentro leyendo revistas nuevas.
Se me hace un nudo en la garganta que me impide hablar. Cuando intento acercarme, se aleja utilizando la rueda de su silla y me regala una sonrisa.
—Rubia, sentimentalismos no —da una pequeña carcajada—. Era lo que tenía que pasar. Simplemente, quería despedirme de la chica más desastrosa que he conocido en mi vida —me guiña un ojo.
Los labios comienzan a temblarme, pero muerdo mi lengua para no montar una escena. No quiero ni imaginarme el dolor que debe estar pasando.
—¿Y qué harás ahora? —intento sonreír.
—Viajar. En una de nuestras últimas charlas bromeaba con echar sus cenizas en distintas partes del mundo, para hacer una muerte típica de película de sábado tarde. Eso haré.
—Llámame para alguno de tus viajes —limpio una lágrima rápidamente.
Acaricia mi rostro con su mano y esta vez no puedo reprimir más las lágrimas. Las dejo escapar en silencio mientras disfruto del tacto de su mano encallecida y pienso en todos los desayunos que no voy a poder pasar a su lado.
—¿Y con quién vendrás acompañada? —me mira con media sonrisa
Pongo los ojos en blanco y se me escapa una pequeña risa nerviosa.
—¿No puedo ir sola?
—Oh, vamos. No seas mojigata.
—¿Siempre tiene que haber un tío? —me quejo.
—Con esos dos adonis, no sé cómo no te montas un trío.
—¡Pili!
Por unos segundos, todo vuelve a ser como al principio. Yo acabo de llegar a la residencia y me encuentro a una de las personas más estridentes que he conocido en mi vida sin saber que sería una de mis personas favoritas. Y ahora, se va. Da igual que sean unos meses o unos años. Quiero que se burle de mí y me avergüence delante de la gente todas las veces que quiera.
—Te voy a echar de menos.
De repente, Pili me estrecha entre sus brazos y pasa una de sus manos por mi pelo, para revolverlo levemente. Cuando habla, juraría que le tiembla la voz.
—Rubia, el amor no es algo que se elige. Es algo que se siente. Haz esa llamada.
Una vez más la imagen de Héctor viene a la cabeza y mi móvil tiembla entre mis manos. Una vez más tenemos que reencontrarnos. Una vez más mi corazón parece que vuelve a vivir y morir al mismo tiempo.
Recoge sus cosas y me regala una última sonrisa antes de marcharse.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora