35. ¿Quiere que coja una pulmonía?

501 43 5
                                    

Hace 6 meses...

El sonido de las olas del mar nos embriaga por completo, sumiéndonos en un silencio cómodo y reflexivo.
Quizá no sea demasiado bueno vernos a diario, pero al final solo tenemos una semana de prueba y no quiero volver a la residencia sin saber si esto de verdad funciona. Por lo que he podido hablar con Héctor, parece que opina lo mismo. Tampoco es que estemos las veinticuatro horas juntos, ya que sí o sí tengo que sacar tiempo para estar con mi familia y montar el proyecto para mandarlo dentro de un par de días.
Los rayos del sol se cuelan entre mis dedos y sonrío. Aunque estemos en invierno, ahora mismo se puede estar no demasiado abrigado, al menos hasta que se va el sol, que en ese momento es necesario volver a ponerte el chaquetón. Chaquetón que está doblado sobre la arena haciendo de almohada.
El sonido de los pájaros da el toque final para que me relaje tanto que esté a punto de dormirme.
—Eh, princesa. ¿Tanto te aburre una cita conmigo como para que te duermas? 
La nariz de Héctor hace contacto con mi cuello y tengo que reprimir la risa para meterme en mi papel.
—Héctor, asúmelo. Eres a-bu-rri-do —recalco cada sílaba con aire de suficiencia.
Héctor se queda prendido de mis labios y yo no puedo evitar humedecerlos. Tengo unas ganas irrefrenables de besarlos, pero hemos tenido que llegar a una especie de acuerdo de limitar los besos por día, porque si no, lo único que hacemos es besarnos como dos adolescentes con las hormonas revolucionadas o acabar en sitios estrechos, públicos y con mucho peligro. Tampoco voy a mentir a nadie. No me molestaba la dinámica anterior.
La cosa es que quien pierda y bese al otro, se ve obligado a responder a una pregunta que haga el ganador. He de decir que por primera vez me da igual perder en un juego. La competición se ha ido en el momento que mi premio son sus besos.
—Creo que tus labios están muy equivocados. Voy a tener que hablar con ellos...
Se acerca peligrosamente sin llegar a rozarlos, suspendiéndolos de forma tentadora sobre ellos. Con su mano derecha, acaricia mi garganta con sus anillos y me declaro perdedora.
Atrapo sus labios con los míos y noto que sonríe sobre ellos antes de devolverme el beso y unir su lengua con la mía de una forma que me enloquece por completo. Deslizo mis dedos por su pelo y Héctor acaricia mi garganta y pone su mano sobre ella, a lo que respondo cogiendo su labio inferior entre mis dientes. Perdería una y mil veces.
—Reformulo la pregunta —susurra en mi oído—. ¿Te aburres conmigo?
—Eres un capullo insoportable.
Acto seguido ambos nos reímos y Héctor entierra su rostro en mi cuello, amortiguando su bonita risa. Pasa sus brazos alrededor de mi cintura y me reincorpora de forma que acabo sentada frente a él, muy cerca de nuevo de sus labios que hacen que se me corte momentáneamente la respiración. Creo que nunca podría cansarme de besarle.
Me fijo en su jersey de color burdeos de pico que deja ver bastante de su cuello y clavículas. ¿Por qué todo le tiene que sentar sumamente sexy?
Yo en cambio he venido con una sudadera de Mickey Mouse y reconozco, que aunque Héctor no sepa nada, no llevo nada debajo. ¿Soy una salida empedernida? Probablemente. Doy la charla de "no podemos estar 24 horas besándonos", para venir prácticamente desnuda. Soy lo PEOR. 
Me fijo en sus ojos que tienen un tinte oscuro de diversión que sé perfectamente a qué se debe, porque evidentemente no va a olvidar que he perdido la apuesta.
—Bueno querida Abril... Es hora de que me cobre mi recompensa —me sonríe de medio lado.
Hago un pequeño mohín y el ríe mientras me sujeta la barbilla y me acerca a él sin parar de mirarme. Me siento completamente hipnotizada y por un segundo pienso en cómo alguien puede tener unos ojos de un verde tan vivo.
—¿Querías montártelo conmigo antes de tirarme el cepillo a la cabeza, o después?
Y evidentemente no me equivoqué. Es un capullo en toda regla. Un capullo al que por desgracia quiero demasiado.
Le doy un manotazo en el brazo y pongo los ojos en blanco.
—Confirmamos. Antes del cepillo —se vuelve a burlar de mí.
Hago una de las cosas que probablemente más odie en el mundo mundial. Que le revuelvan el pelo.
Héctor alza la voz frustrado e intenta cogerme las manos, pero sintiéndome como alguien salido de Karate Kid, le doy con un dedo en sus abdominales, cosa que le produce cosquillas y me levanto para salir corriendo, a sabiendas de que me cogerá lo más probable en pocos segundos, como de costumbre.
—¡Ve pensando en tus últimas palabras!
Héctor se levanta y comienza a correr a toda velocidad a por mí, que reconozco que ya estoy cansada, pero aún así lo intento con todas mis fuerzas, sin mirar atrás.
Cuando noto que me está alcanzando hago cuerpo a tierra justo cuando me va a coger y un Héctor sorprendido sale volando y cae sobre la arena de la forma más ridícula que he visto en mi maldita existencia.
Por mi bien sé que debería callarme, pero es imposible. Estallo en una sonora carcajada que hace que me agarre el estómago, lo señale y a ratos tenga que darme palmadas en una de mis piernas. Tengo ganas de mearme encima de la risa, ojalá lo hubiese grabado.
—¡No sabía que te gustaba comer arena!
De nuevo vuelvo a reírme como una desquiciada hasta tal punto que cuando Héctor se levanta completamente lleno de arena no puedo huir. Es demasiado gracioso. Ni cuando me coge como a un saco de patatas y me da una palmada en el culo me resisto. Me sigo riendo en su hombro.
—Como la princesa nos ha salido graciosa, creo que es momento de despejarla. Tanta broma en un día no es bueno, hay que dosificar —me sonríe de medio lado.
—Te tomaría en serio, pero... Tienes arena en la boca.
De nuevo exploto en otra carcajada y veo de reojo como él intenta disimular una sonrisa a la par que se quita la arena de la cara con el dorso de la manga.
Le pido que me suelte a lo que él se burla de mí mientras miro al revés como se acerca conmigo al agua, por lo que entro en pánico. Grito su nombre varias veces y cuando mete los pies en el agua me quedo blanca.
—¡No puedes tirarme!
—¿No? Es que estamos muy llenos de arena. No me gustaría que llegues a tu casa sucia.
Hace como si me tirara y chillo agarrándome a él, suplicándole que me baje. ¿Quiere que coja una pulmonía? ¡Estamos en enero!
—Tendrás que darme una buena razón para no tirarte princesa.
—¿Que se supone que me aprecias no es una buena razón? —suplico con la mirada.
—Mmm... Déjame pensar... ¡No!
Vuelve a fingir que me tira y vuelvo a chillar. Héctor se ríe de mi sin parar y yo noto como el agua me salpica prácticamente en la cara.
—¿Tus últimas palabras?
Vale. Asumo la derrota y solo me toca suplicar compasión.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora