124. Feliz Navidad

488 43 8
                                    

La gala ha sido mucho mejor de lo que esperaba. No solo se han limitado a proyectar los anuncios de cada participante, sino que hubo una conferencia sobre la importancia de los pequeños detalles y un par de actuaciones con videoclips de fondo que hicieron antiguos ganadores del concurso.
Estamos en el final, a la espera de que lean los nombres de los tres que pasarán a a ronda final.
Héctor y yo nos agarramos de la mano sin tan siquiera mirarnos, atentos al presentador. Ni me preocupo de que mi profesor esté justo al lado y pueda malinterpretar aquello como algo más.
Anuncian los primeros dos y nuestro agarre se intensifica. Noto sus anillos contra mis dedos y cierro los ojos a la espera del tercer nombre.
—Y el tercero que pasará a la ronda del domingo es... —frunce el ceño y mira al público mientras vuelve a leer el papel—. ¿Agencia de viajes A.H?
—¡Sí!
Héctor y yo nos levantamos entusiasmados ante la sorpresa del público. En la sala se escuchan pequeña risas contenidas mientras nos volvemos a sentar avergonzados. Somos los únicos que hemos participado sin nombre directo, parte del riesgo.
El presentador nos pregunta nuestros nombres y Santiago, mi profesor, responde por nosotros aportando también el nombre de la universidad.
La gala termina y no es hasta que estamos en la calle que Héctor me alza en vuelo para abrazarme. La gente nos mira de reojo, pero nos da igual. Estamos dentro y eso es lo importante.
Me baja y apoya su frente en la mía. El corazón me late desbocado cuando apoya sus manos en mi cintura y susurra a tan solo unos centímetros de mis labios.
—Lo conseguiste, princesa.
Paso mis manos temblorosas sobre su cuello y sonrío. Sin él no hubiese sido posible.
Un carraspeo hace que nos separemos.
—Guardad la efusividad para más tarde. No me hagáis quedar en evidencia —nos sonríe Santiago.
Nos alejamos, pero nuestras manos siguen unidas. Noto sus dedos acariciar mis nudillos y me dejo embriagar por esa calidez y por el tacto de su piel sobre la mía.
—Pero sí —continúa—, lo has conseguido. Por algo la propuse. Hasta mañana, recordad no traer ropa muy ceñida, nos vamos a poner las botas —nos guiña un ojo y se despide vagamente con la mano.
Cuando lo perdemos de vista, Héctor vuelve a abrazarme, pero esta vez, mis pies están en el suelo y mi cabeza enterrada sobre su cuello. Aspiro su aroma mentolado y disfruto de su calor que corta el frío de la calle.
Cuando la parte que quiere recordarme que tengo novio se entromete, la acallo. Solo estamos felices por haber pasado a la siguiente ronda, es lógico que queramos disfrutarlo.
El sonido del móvil nos devuelve a la realidad. El nombre de Carlos sale en pantalla y Héctor me hace una pequeña seña para que lo coja.
—Avisaré a Sara de la noticia.
Así es como en tan solo una milésima de segundo todo acaba y la sensación de haber llegado a la final no es tan placentera como al principio, porque mientras veo como su espalda se aleja unos metros y sus dedos marcan un móvil, yo solo pienso en lo diferente que debería haber sido esto.
Cojo la llamada sin dejar de mirarle. La conversación no es demasiado larga. Me pregunta por el concurso y le digo el resultado.
—Y... ¿todo bien?
—Sí, no te preocupes.
Sueno poco convincente, pero solo puedo tratar de imaginar lo que le estará diciendo, si le dirá que la quiere y sobre todo, si serán verdad aquellas palabras, o si la quiere de la misma forma que me quiso a mí.
—Feliz navidad, Mayo.
—Feliz navidad.
No doy tiempo a que diga nada más. Me aparto y me siento en un banco, junto a una farola adornada con guirnaldas rojas y pequeñas luces que parecen copos de nieve.
Héctor camina en círculos con una sonrisa en los labios que hace que mi pecho duela de una forma indescriptible. Repara en mí y su sonrisa se desvanece por una pequeña mueca. Lo saludo con la mano sin saber muy bien qué hacer. De pronto, cuelga y se acerca hacia mí hasta dejarse caer a mi lado. Miramos como la gente camina por la calle y el tráfico nocturno ilumina la avenida.
—¿En qué piensas? —se gira y apoya su cabeza en mi regazo, ocupando todo el banco.
Mi mano se queda suspendida sobre su melena negra, hasta que decido acariciar los bucles que se forman en su flequillo. Cierra los ojos y su respiración se ralentiza.
—En lo mucho que han cambiado las cosas —sonrío mirando a la carretera.
—¿Cuánto llevas con Carlos?
—Un año el once de enero. ¿Y vosotros?
—De forma oficial medio año.
—¿Y extra oficial? —pregunto con un nudo en la garganta.
—Creo que no llega a los nueve meses.
No sé por qué siento una pizca de satisfacción al saber que no la buscó justo después de mí. No como yo, que volví a la residencia y busqué a Carlos tras cortarme el pelo en el cuarto de baño mientras lloraba como una imbécil. Necesitaba sentir que alguien me quería y sabía que él jamás me ocultaría nada.
—Menuda mierda.
Héctor abre los ojos sorprendido. ¿Lo dije en voz alta?
—¿Mi relación? —sonríe divertido.
—No, claro que no. Me refería a que todo me parece una mierda —me encojo de hombros.
—Pues sí, princesa. Es una jodida mierda.
La sonrisa de Héctor no llega a sus ojos que me miran con un brillo nostálgico. Su mano sube hasta mi mejilla y la acaricia a la par que abandono su pelo para centrarme en su mandíbula.
Cuando quiero darme cuenta, faltan menos de diez minutos para que acabe la Navidad.
Héctor se levanta y mira su reloj. Echo en falta la calidez de su piel.
—Bueno, princesa. Aún no te he felicitado la Navidad como es debido.
Agarro por inercia el pequeño sobrecito de mi bolso y lo oculto en la palma de la mano. Intento calmarme, pero cuando coge mi mano, es imposible.
—El mejor regalo, evidentemente, soy yo, pero como me dejaste, he tenido que buscar un sustituto —sonríe.
No me da tiempo a replicar porque veo como pasa por mi muñeca una pulsera trenzada de hilo rojo con una pequeña esfera plateada adornando el centro.
—Feliz Navidad, princesa.
Acaricio las hebras satinadas y reprimo el nudo que se instala en mi garganta y la bandada de mariposas que vuelan por mi estómago gritando que el destino existe.
Sin poder decir alguna palabra, le tiendo el sobre que guardaba. Saca una pulsera de hilos gruesos rojos y la mira fijamente con la respiración agitada.
—Feliz Navidad —susurro.
Me estrecha entre sus brazos sin previo aviso.
—Gracias, Abril.
Volvemos al hotel con nuestras manos unidas.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora