Creo que es la primera vez que me alegro de estar algo ebria. En general, siempre que me paso con las bebidas hay un punto en el que me arrepiento, pero sin alcohol esta situación no se puede llevar, o al menos yo no sé cómo hacerlo.
Estamos sentados en la terraza y el camarero nos trae botellas de agua, que aunque nadie dice nada, todos sabemos que son para que a Sara y a mí se nos baje las cervezas, pero ella parece perfecta.
Jugueteo con el mantel de papel y voy rompiendo los bordes a la espera de que alguien se digne a acabar con este silencio. ¿Por qué hemos decidido que es buena idea comer juntos?
—¿Qué tal el paseo? —pregunta Sara como salvadora.
—Esclarecedor —responde Héctor de forma abrupta.
—¿Y tú? —le pregunto a Carlos.
—Genial. Un crío me ha obligado a construirle una ciudad para luego destrozarla con la decoración.
Vale, eso no entraba dentro de ninguna de las posibles respuestas que me esperaba.
Héctor resopla y me sorprende verlos hablar momentáneamente cok tanta naturalidad. Sara y yo compartimos una breve mirada.
—Era un crío —pone Héctor los ojos en blanco.
—Un crío mandón —afina los labios.
—Un poco explotador sí que era, pero jugado bien sus cartas.
—¿Contexto? —sonríe Sara.
—Sí por favor, estamos perdidas —me uno a la conversación.
De repente, se vuelve a hacer ese silencio incómodo y Héctor me mira de esa forma tan molesta que me enerva. Se lo ha callado.
—Dilo —lo fulmino con la mirada.
—¿El qué? —se hace el inocente.
—¡Que lo digas!
Que por esta nueva dinámica que adquirió, se calle las bromas o se las piense antes de soltarlas, me enfada tanto que podría tirarme el bollo de pan a la cabeza.
Al ver que mi expresión no cambia y con el incentivo de que no voy a parar hasta que lo cuente, acaba cediendo a su pesar.
—Te iba a decir que normal que estéis perdidas. Sois más cerveza que persona —sonríe de medio lado.
—Y tú eres más capullo que persona y no veo a nadie quejándose en esta mesa.
—Yo si me quejo —sonríe Carlos.
—Y yo avalo que Abril tiene razón —le sonríe con burla esta vez a Héctor.
—¿En serio? Se supone que debes ponerte de mi lado —se queja.
—Has asumido que voy borracha cuando estoy perfecta, por lo que eso ha realzado tu faceta de capullo —le guiña el ojo.
Me hace gracia su comentario, pero a la vez, su complicidad hace que mi radar de puntería con el pan quiera cambiar a la cabeza de ella. Entonces, me doy cuenta de que hay cuatro panes, por lo que puedo tirarles uno a mi novio y otro a ellos, pero tengo que pensar qué hacer con el restante, ya que tendría que sopesar quién me cae peor ahora mismo para necesitar el segundo panazo.
—¿Alguien me explica por qué fingimos que nos soportamos?
Todos se giran hacia mí y yo ni tan siquiera disimulo mi comentario. Las cervezas me dan la potestad de decir lo que quiera y la Abril con copas de más tiene tendencia a ser todo lo directa que no es en la vida real.
Os voy a contar una pequeña cosa: si comienzas a hablar de ti mismo en tercera persona, es que necesitas el mismo vasito de agua que yo me estoy bebiendo.
—Estábamos tomando unas cañas, creo que lo estábamos pasando bien —me dice Sara con su tranquilidad enervante.
—Solo porque criticábamos a los dos novios idiotas que tenemos.
Los dos ofendidos se giran hacia mí y yo me encojo de hombros. Vale, puede que me esté escudando en el alcohol y no vaya tan sumamente mal. Lo suficiente para que la vergüenza se haya tomado un descanso.
—Pues lo dicho, nos lo pasábamos bien —sonríe con picardía.
—¿No vas a intentar maquillar sus palabras? —pregunta Héctor indignado.
—No. Es la verdad.
—¿Lo de que nos criticabais o lo de que somos idiotas? —pregunta Carlos, pero me mira a mí.
—Ambas —contesto por las dos.
—Eso es increíble —bufa Héctor.
—Y que lo digas —termina Carlos.
¿Ahora son super amigos? Por favor, si hace unos días casi se sacan sus partes íntimas delante de mis padres para ver quién la tiene más grande. Los hombres son patéticos, pero más patéticas somos las mujeres que aguantamos por amor al arte a semejantes seres. Esa es mi reflexión del día.
—La cosa es, querida Abril y querida novia traicionera, que Carlos y yo, pese a que no somos nuestra persona favorita del planeta, sabemos comportarnos.
Me da un ataque de risa que hace que tosa de forma ruidosa y tenga que golpearme el pecho para conseguir respirar en condiciones. Carlos me ofrece el agua incómodo y la acepto antes de morir de forma estúpida.
—Disculpa, es que la falsedad se me suele atragantar.
Estoy muy enfadada por muchísimas cosas, y que trate de ser un adulto cuando no lo ha sido conmigo, saca lo peor de mí.
—No está siendo falso. Hemos hablado —lo defiende repentinamente Carlos.
—Bueno chicos —Sara atrae nuestra atención—, creo que deberíamos disfrutar del día.
—¡No! Esto es interesante. Me encantaría descubrir cómo han pasado de una guerra fría en mi casa, a ser los mejores amigos.
Sara se queda en silencio y Héctor suspira de forma pesada mientras pasa las manos por su cabello nervioso. La mira de reojo en varias ocasiones, pero Sara se mantiene impasible.
—Digamos que un crío de seis años nos ha abierto los ojos —sonríe Héctor.
—¿Me estás vacilando? —digo de forma brusca.
—No. Se llamaba Jaime —contesta Carlos por él.
—Un grande —asiente Héctor.
Surrealista. Eso es surrealista.
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Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)
Romance2ª parte de "Ex, vecinos y otros desastres naturales". ¿Son jodidas las rupturas? Sí. ¿Es jodido volver a enamorarte? Sí. ¿Pero sabéis qué es lo más jodido? Que el maldito destino no pare de reencontrarte con la persona que te rompió el corazón y q...