83. Mariposita de los bosques

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Héctor:

La mejor decisión de la semana, sin duda, ha sido cogerla de vacaciones. Así no tengo que enfrentarme a ella y puedo regocijarme en mi pequeño infierno personal, por dramático que suene. Antes el trabajo era mi forma de evadirme de la soledad, pero desde que Abril está presente, el trabajo se ha vuelto muchos días sinónimo de tortura y en vez de aliviarme la tensión me genera el doble. Es jodidamente agotador.
Por otra parte, las visitas de Sara antes conseguían evadirme de mí mismo, pero desde que dijo aquellas palabras, me siento tenso, aunque ella no parece darle la menor importancia.
Caminamos por el paseo marítimo el uno al lado del otro, pero no parecemos una pareja normal y corriente, ya que ninguno se coge de la mano o da alguna muestra de cariño. Sé que ella es bastante reservada y no le da importancia a esas cosas, pero el hecho de darme cuenta que yo tampoco doy el paso, me hace sentir aún peor de lo que ya me siento.
Cojo su mano en un intento de parecer un buen novio y me muestra su típica sonrisa de que va a decir algo sensato, pero que no me va a gustar.
—No estropees el momento —le aviso.
—Vaya, veo que alguien está un poco susceptible —aprieta mi mano.
—No lo estoy —miro hacia las tiendas para evitar el contacto visual.
Sara se queda en silencio durante unos minutos. Finalmente caigo en la trampa.
—Suéltalo.
—Solo iba a decirte, que si no te apetece ir de la mano, no lo hagas.
Su tono como siempre es calmado y como de costumbre, lo que más  me molesta es que sea tan madura y sensata cuando es necesario. Es una cualidad que admiro de ella.
—Los novios se cogen de la mano.
—Nunca es bueno generalizar.
Pongo los ojos en blanco arrancándole una bonita risa que hace que sonría a mi pesar. Sara se suelta y se pone frente a mí caminando de espaldas con una pequeña sonrisa de suficiencia.
—Cuando no te haces el tío duro estás más guapo.
—Lo siento "desconocida no sexy", eres tú la que se fijó en mi faceta de tío duro —le guiño el ojo.
Vuelve a ponerse a mi lado y se agarra las manos tras la espalda antes de contestarme con otra de sus sonrisas espectaculares.
—Solo vi que tras esa máscara de capullo acosador, hay un ser sensible como una pequeña mariposita de los bosques.
—¿Acabas de llamarte mariposita? —alzo una ceja.
—De los bosques —aclara.
—Acabas de decidir que vas a morir.
—Inténtalo.
Sara salta la parte que separa el paseo marítimo de la playa y comienza a correr mientras se burla de mí utilizando ese ridículo nombre. En poco tiempo la alcanzo y justo cuando voy a cogerla, para en seco. Gira su cuerpo de lateral y mete su antebrazo bajo el mío al tiempo que gira y con una patada leve en el gemelo, me desestabiliza y acabo de rodillas con ambos brazos tras la espalda.
—¿Pero qué cojones?
Intento zafarme, pero aprieta el agarre y una sonrisa provocadora me pone la piel de gallina. ¿Qué acaba de pasar?
—Pobre e inocente Héctor... ¿Cuándo te vas a enterar que no tienes nada que hacer contra mí?
Me suelta y se sube en mi regazo con una sonrisa de satisfacción. Masajeo mis antebrazos mientras la fulmino con la mirada.
—Me has hecho un placaje ninja.
—Es Krav Magá —pasa sus brazos alrededor de mi cuello.
—¿Krav ma qué?
—Es el sistema de lucha y defensa usado por las fuerzas de defensa y seguridad israelíes.
Apoyo los brazos en la arena y me echo levemente hacia atrás con interés renovado.
—¿Y cómo sabes eso?
Es la primera vez que me evita la mirada. Mira hacia el mar y se queda perdida durante unos segundos que parecen durar demasiado. Vuelve a mirarme y enmascara cada una de sus emociones. Es la primera vez que la veo de esta forma.
—Te lo diré, pero no me hagas ninguna clase de preguntas. Prométemelo.
La intensidad de su mirada hace que mis nervios afloren y de pronto me arrepiento por preguntar. Si es algo tan privado no quiero ser quien lo sepa. No después de ocultarle mis mayores miedos.
—No hace falta que lo cuentes si no quieres.
—No, no es eso. Es solo que... digamos que no suelo contarlo. Mi padre fue militar.
No pierdo detalle en que habla en pasado. El cuerpo se me descompone al pensar en lo peor y rápidamente me tranquiliza.
—Tranquilo, sigue vivo —sonríe incómoda.
La abrazo sin previo aviso y noto como se tensa de repente. Acaricio su espalda para aliviar parte del dolor, porque esa mirada la conozco demasiado bien. La vi demasiadas veces en el espejo.
Se deja abrazar unos segundos hasta que se separa con ojos enrojecidos y una pequeña sonrisa.
—Para ya, no te pega el sentimentalismo —se ríe.
—¿No decías que era una mariposita de los bosques?
—Pero una mariposita muy ruda —me guiña el ojo.
No sé quién empieza el arranque de besos, pero si de algo estoy seguro, es que ambos necesitamos evadirnos de algo más grande que nosotros.
Somos meras herramientas.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora