44. Deberíais reforzar las pruebas psicológicas, se os cuelan ineptos.

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Actualidad.

Héctor:

Me ahogo. Hace mucho tiempo que no lo hacía de esta forma. La adrenalina sube por mis venas y yo no puedo hacer otra cosa que dar vueltas de un lado a otro, abriendo y cerrando las manos para tratar de contener la furia que me corroe.
Me paro y me siento en el banquillo que hay, frotando mis muñecas que siguen con la marca roja. Los cabrones se han cebado conmigo.
Me quedo en silencio unos segundos y la imagen de Abril casi desnuda y medio inconsciente no para de repetirse en mi cabeza. Si hubiese llegado tan solo unos minutos más tarde... No. No puedo imaginarlo.
Vuelvo a levantarme y comienzo a dar vueltas en el pequeño espacio de un lado a otro. Paso los dedos por los nudillos y echo en falta los anillos que me han quitado. Al menos podrían haberme dejado lavarme las manos para quitar los rastros de sangre de ese hijo de puta.
Escucho varias pisadas que se acercan y me apoyo en las rejas a la espera de que me saquen de este jodido sitio.
Entra un policía de unos cincuenta años y otro con pinta de novato que anda como si fuese el maldito Stallone.
—Chico —comienza a hablar el mayor—, ¿tienes algún familiar al que llamar?
Casi me echo a reír, pero me contengo.
—No. ¿Vais a sacarme de aquí? —señalo de forma brusca las rejas.
—Le has partido la ceja, un diente y demás lesiones a otra persona. ¿Crees que tienes derecho a exigir?
Confirmo que el novato es un gilipollas de narices. Me encantaría decirle que se saque la polla del culo un rato o que me hubiese gustado echarle todos los dientes abajo al otro, pero no quiero empeorar mi situación más de lo que está, por lo que decido ignorarlo y dirigirme a su superior, ya que eso probablemente le enfade más.
—No sabía que tenía más delito impartir justicia que drogar a una chica para violarla.
La amargura de mi voz no le pasa desapercibida al más mayor, mientras que el otro frunce las cejas enfadado. Que le jodan.
Solo de pensar en que Abril ha estado a punto de ser violada, hace que apriete con mucha más fuerza los barrotes y me ponga rojo de ira.
—El problema es que tú no eres la justicia.
—¿Lo eres tú? —sonrío de medio lado y vuelvo a ignorarlo.
El chico se viene para mí y su superior lo echa hacia atrás y le susurra algo que no logro comprender, pero consigue calmarlo.
Podría decir muchas más cosas, pero si sigo retando a la policía, lo más probable es que no salga de aquí y necesito saber cómo está Abril. Llevo dos horas en este sitio de mierda sin ninguna clase de comunicación.
—No encontramos nada en sus bolsillos —asegura.
—Normal, se lo puso todo en la jodida copa —intento contener mi rabia.
—O tu amiga no sabe beber —vuelve a meterse el otro.
Aprieto la mandíbula todo lo posible para no decirle lo hijo de la gran puta que es y que voy a partirle la cara. Vuelven a reprenderle, pero esta vez no me callo, aunque consigo contenerme lo suficiente.
—Venga campeón, ahora di que no hay tantos casos de violaciones, que la culpa es de las mujeres por ir "provocando" o el puto discurso misógino de los cojones que tengas preparado.
Sí, esto ha sido mucho mejor que la otra variante que contenía dos insultos cada tres palabras.
Exactamente quedaría algo como "Venga (gilipollas), ahora di (puto tonto de los cojones) que no hay tantos casos de violaciones (hijo de puta), que la culpa es de las mujeres por ir "provocando" (porque no vas a perder la virginidad ni pagando) o el puto discurso misógino de los cojones que tengas preparado (subnormal de mierda)". Desearía gritar eso a los cuatro vientos.
El susodicho se viene para mi y el otro le da una orden de que abandone la estancia y lo hace a regañadientes mientras le sonrío triunfal. Que le jodan.
—Deberíais reforzar las pruebas psicológicas, se os cuelan ineptos.
Me arrepiento conforme lo digo. No me va sacar de aquí ni el papa.
Para mi sorpresa, el hombre comienza a reírse y yo lo miro con el ceño fruncido, a la espera de que diga que me que voy a pasar aquí por lo menos tres noches, pero me sorprende cuando me habla de forma amable.
—Chico, lo que me sorprende es que estés ahí metido y bromees.
—Oh vamos, sabes que tengo un poquito de razón —le sonrío.
—Es mi hijo.
Mierda. Definitivamente no salgo de aquí. Afino los labios incómodo pensando en alguna excusa que me haga salir de esta metedura de pata cuando él retoma la conversación.
—Es broma.
Suspiro aliviado y no puedo evitar reír a causa de los nervios.
—Vaya, si también sabes bromear. Poli 1, Héctor 0.
Esta vez es él quien se ríe. Bien, si seguimos por este camino todavía puedo salir de aquí, solo tengo que ser el muchacho encantador que finjo ser. Se me da bien, o eso creo.
—Soy Gonzalo. ¿Te funciona mucho eso para salir de líos? —señala mi cambio de actitud.
—Te sorprenderías.
Consigo que vuela a reírse.
Me vuelve a pedir que relate lo sucedido. Vuelvo a contar todo con pelos y señales, desde que las molestaron en la pista hasta cuando Sara se la encontró en el baño. Recalco que cinco minutos antes estaba con ella y Abril estaba perfectamente, que es imposible encontrarla en ese estado en tan poco tiempo, por lo que asiente y apunta notas.
Vuelve a explicarme que le han revisado entero y está limpio, que quizá haya sido otra persona y vuelvo a insistir exasperado que cómo Abril se iba a acercar a los tíos con los que había discutido minutos antes.
¿Cuál es el problema? ¿Que había bebido y llevaba una puta minifalda? Eso no es excusa para poner en duda los acontecimientos.
—El problema es, que deberías haber llamado a la policía. Le has hecho heridas serias. Tiene puntos.
Me gustaría decir que me importa una mierda, pero me quedo callado. Si no vas a decir nada bueno, mejor no hablar.
Gonzalo vuelve a insistir para que llame a mis padres.
—¿Quieres que les diga que estoy en el calabozo por defender a mi novia de un violador? Les encantará saberlo.
Una pequeña mentira no hace daño a nadie.
Esta vez es él quién suspira y yo me alejo para sentarme en el banco, porque va para largo y lo tengo asumido.
—¿Al menos un abogado? —me insiste.
—Tengo 22 años. Puedo cuidar de mí mismo.
—Sigues teniendo una llamada.
—¿Puedo llamar a mi novia?
Asiente y me pasa mi móvil. Busco con desesperación el número de Abril deseando escuchar su voz y que me diga que está bien, pero es Bea quien contesta, con voz temblorosa. Le pregunto de forma directa cómo está Abril, sin dar ninguna clase de rodeos. Gonzalo me avisa que tengo dos minutos.
—Abril está dormida... Le hicieron analíticas de sangre y orina. Creen que puede ser burundanga —se le rompe la voz.
Mascullo entre dientes y le digo un "te lo dije" a Gonzalo, quien está atento a la conversación.
Escucho ruidos al otro lado y de pronto está Sara al habla.
—¿Te han llevado a comisaría? —su voz suena más tranquila de lo que debería.
—No te asustes, pero estoy en el calabozo.
—Lo suponía. ¿Qué hacemos con Abril? No quiere llamar a sus padres.
—Llévala a mi casa y estad con ella en todo momento.
Gonzalo me indica que el tiempo se acaba y le pido a Sara que compruebe que mis llaves están en su bolso y cuando me lo verifica, puedo colgar la llamada tranquilo. Le paso el móvil a Gonzalo.
Sé que Sara se hará cargo de la situación. Probablemente sea la más responsable de todos y siempre sabe qué hacer y decir en cualquier situación. Confío en ella.
—Comprobaremos las cámaras e intentaré que no pases la noche aquí —me sonríe.
—Gracias.
Me vuelve a dejar solo y apoyo la cabeza contra la pared. Necesito verla.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora