111. Dime que me amas

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Hace 6 meses...

Entramos a mi casa a oscuras mientras un reguero de besos desciende por mi garganta y me corta el aliento.
Mañana es el último día antes de salir de esta bola de nieve y mi respuesta está muy clara. Quiero mucho más de esto, quiero pasar cada segundo de mi vida a su lado y que me mire como solo él sabe, de esa forma que me hace sentir tan viva.
Llegamos a mi cuarto y antes de tocar la cama, nuestra ropa está esparcida por el suelo y sus manos acarician cada centímetro de mi piel como si le perteneciese por completo, y así es. Siempre he sido suya, pese a los años, pese a la distancia, pese al dolor.
Sus besos descienden con vehemencia entre mis pechos mientras sus manos acarician mis piernas y suben hacia mis muslos que tiemblan ante su roce. Cuando llega al elástico de mi ropa interior, baja un pequeño trozo de tela y deposita un pequeño beso húmedo que hace que mis pulsaciones se disparen y el aire abandone mi cuerpo falto de él. Con delicadeza, vuelve a subir la tela para repetir el mismo gesto en el lado contrario y esta vez baja un poco más, pero no se aventura. Quiero que me arranque la ropa interior y que haga conmigo todo lo que quiera. En estos momentos, me encantaría ser su esclava.
Coge mis caderas y las apoya en el filo de la cama y me mira fijamente mientras acaricia aquella parte que tanto ansío. Mis pequeños jadeos parecen reconfortarle.
—Voy a quererte de todas las formas que pueda demostrarte, empezando por esta.
Posa sus manos en la parte delantera de mis píes y sube delicadamente por mis piernas de forma tentadoramente dulce. Mi vientre se contrae al notar su roce y mis pechos reaccionan a su tacto cuando los toma en sus manos con delicadeza y les da una leve caricia antes de subir hacia mis labios y acariciarlos con una lentitud extasiante. Caricias que me provocan escalofríos placenteros.
—Quiero probar cada parte de tu cuerpo hasta ahogarme en ti —susurra en mi oído.
Sus labios atrapan el lóbulo de mi oreja y un pequeño gemido sale de mis labios que es ahogado por los suyos. Su lengua se desliza sobre la mía cálida y suave, sus dientes atrapan mi labio inferior para más tarde succionarlo levemente. Sus besos vuelven a descender y esta vez se deleitan con mis pechos. Un gemido se ahoga en mi garganta y no puede evitar salir cuando mi ropa interior desaparece y su lengua se apodera de partes de mí que me hacen suspirar su nombre y aferrarme a su cabello como si fuese un salvavidas. Su lengua se introduce en mi interior para Segundos después ser sustituida por sus dedos, que hacen que mi espalda se arquee y mis manos abandonen su cabello para agarrar las sábanas en un intento de no llegar al clímax. Intento apartarme, pero sus labios se pegan aún más y es inevitable. Mi orgasmo le impregna a la vez que bebe de mí de una forma que jamás pensé que alguien hiciese conmigo. Me enciendo aún más.
Sus labios se vuelven a posar en los míos haciéndome probar y sus manos sujetan mis muñecas por encima de mi cabeza. Delicado y firme. Noto la reacción de su cuerpo contra mí y deseo que se una conmigo y acabe con este sufrimiento placentero.
—Abril, te quiero. Te quiero con toda la extensión de la palabra.
Mis ojos se humedecen e intento apartarlos, pero él coge mis muñeca con una sola de sus manos y con la otra me obliga a mirarle.
—Te quiero. Puedes irte, pueden pasar otros cinco años, podemos conocer a otras personas, pero te voy a querer cada maldito día de mi vida.
—Héctor, no digas cosas de las que te puedes arrepentir —digo entrecortadamente.
—Princesa, préstame atención. Estoy jodidamente enamorado de ti.
Lo miro atónita y esta vez no puedo controlarlo. Las lágrimas salen de mis ojos mientras me pierdo en el verde más sincero que he visto en mi vida. Esta vez no hay dudas, no hay lugar para ellas. Le creo.
—Repítelo otra vez —suplico.
Su sonrisa hace que el corazón se me acelere y me sienta agradecida por tenerlo en mi vida. Esa sonrisa que me enamoró hace tantos años.
—Estoy loca y perdidamente enamorado de ti.
—Una vez más.
—Te amo, princesa.
Nuestros cuerpos se abrazan y se unen con una calidez que jamás pensé que volvería a sentir.
Somos sudor, lágrimas, placer y algo mucho más profundo que no sabría describir. Amor se quedaría demasiado corto. Demasiado superficial.
—Dime que me amas —gimo en su oído.
—Te amo —gime contra mis labios.
—Dímelo otra vez
—Te amo.
Los miedos y el dolor desaparecen. Esto no es sexo, estamos haciendo el amor y jamás pensé que esa sensación podría ser tan maravillosa. No buscamos el placer personal, sino el placer conjunto y transmitirnos con caricias, todo lo que con palabras no podemos expresar.
Estoy enamorada por mucho que me asuste.
Le amo.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora