89. Capullos integrales

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El corazón me bombea con demasiada fuerza. Me siento en la toalla y miro el camino por el que he vuelto con el móvil en la mano. No quiero estar con Héctor y mucho menos con su preciosa novia, pero la hospitalidad de Sara junto a los recuerdos de lo que hizo por mí, me hizo tomar una decisión de la que ya estoy muy arrepentida.
¿Y ahora qué hago?
"Hola Carlos, sé que está enfadado por mi falta de compromiso en la relación, pero he pensado que es buena idea irnos con mi ex, sí, ese al que odias y del que probablemente sigo enamorada".
Mierda. ¿Qué digo? Por supuesto que no sigo enamorada.
Agarro mi estómago con fuerza y mis piernas empiezan a temblar sin poder remediarlo. De repente, tengo mucho frío.
Estoy agotada de esta historia en bucle. Marco el número de Bea sin pararme a pensar si está trabajando.
—¿Línea erótica muy caliente?
Su risa hace que sienta un alivio instantáneo y se mezcla con la emoción que llevo dentro. Solo ha pasado algo más de una semana, pero la echo muchísimo de menos.
—Busco los servicios de una pelirroja buenorra —continúo la broma.
—¡Oh! ¡Estupendo! Tengo a la chica perfecta —hace una pausa y noto su voz más lejana—. ¡Aiden! Te dejo cinco minutos... ¡No seas rancio! ¿Te recuerdo el favor de la semana pasada? —más discusiones, pero esta vez no entiendo lo que dicen—. Tu mejor amiga al habla. ¿Qué tal?
—Como una auténtica mierda.
—¿Tiene que ver con un idiota de pelo negro y ojos preciosos que aunque es inaguantable, sientes que no puedes vivir sin él?
—Puede.
—Puto Héctor.
Si cada vez que Bea me hace esa pregunta me diesen un euro, probablemente tendría una mansión a pie de playa.
Le resumo la conversación con Carlos y le explico cómo Héctor tras decirme lo de aquella noche, se cogió vacaciones y decidió ignorarme. Bea suelta varios improperios y masculla para ella misma cosas que no llego a oír bien por el sonido de la gente de mi alrededor.
—Soy la menos indicada para hablar de tu discusión con Carlos. Te recuerdo que dejé a mi novio de hacía cuatro años porque no me apoyaba en mis proyectos —se ríe de forma amarga—. Comprendo que te hayas asustado y yo también creo que Carlos ha cometido una locura.
—¿Ves? ¡No ha sido tan exagerada mi reacción! —suspiro aliviada.
—Pero... —oh, no. No me va a gustar lo que voy a escuchar a continuación—, ¿no crees que quizá te venga bien alejarte de Héctor?
—No, no lo creo —contesto demasiado rápido.
Escucho su suspiro al otro lado de la línea y me muerdo el labio nerviosa mientras paso las uñas por los laterales de mis dedos.
—Hace unos meses no querías saber nada de él.
Aunque en su tono no hay reproche, no puedo evitar tomármelo como un ataque.
—Te recuerdo que te pasaba lo mismo.
Bea se queda en silencio y rápidamente me disculpo con ella. Soy yo la que la he llamado para desahogarme, no debería atacarla de este modo solo porque esté enfadada con el mundo.
—Abril... tienes razón —dice de forma dulce—, pero a mi me dolió perder a un amigo. Tú perdiste a la persona que más habías querido.
Me limpio las dos lágrimas que se han escapado en silencio. No puedo ir en contra de algo en lo que sé que tiene razón.
Por más que intente echarle la culpa por insistirme en que fuésemos amigos, por más que intente odiarle por darme falsas esperanzas de que podríamos estar en la vida del otro sin consecuencias, la culpa es mía, por haber decidido confiar en la persona que más me ha fallado en mi vida.
—¿Crees que tiene razón al alejarse?
—Sí y no. Aggg... creo que el día que superéis las cosas de verdad, seréis increíbles juntos, ya sea como pareja, amigos o lo que sea, pero ahora... Se supone que estáis rehaciendo vuestras vidas. Es vuestra decisión.
Asiento y limpio las últimas lágrimas que me quedan y me despido para no robarle más tiempo del necesario.
—Te quiero muchísimo. Para cualquier otro drama, llama a tu pelirroja de confianza.
—No lo dudes. Gracias.
—No hay que darlas. Ya me lo pagarás en carne —ríe antes de colgar.
Una decisión. Ser todo lo adulta que debería haber sido.
Llamo a Carlos y al no cogerme el móvil, le mando un mensaje explicándole la situación y le digo dónde reunirnos. Ya he aceptado la invitación. Una tarde y fin. Héctor y yo solo seremos compañeros de trabajo.
Cuando llego a la zona de ellos, me sorprendo al ver a Sara sola. Juega a las cartas y mantiene el ceño fruncido.
Se percata de mi llegada y me sonríe antes de apartarse para que me siente con ella.
Busco por todas partes a Héctor antes de que me dé un parco cardíaco debido al nivel de incomodidad que siento en estos momentos. Este no era el plan.
Al cabo de unos segundos no puedo evitar preguntar por él.
—Creo que se ha ido enfadado.
Su sinceridad repentina me sorprende, al igual que en vez de sentir satisfacción, siento una punzada de pena por ella.
—Si te sirve de consuelo, mi novio también se ha enfadado conmigo —sonrío incómoda.
Reparte las cartas y me ofrece media sonrisa. Esta es la primera vez que puedo observarla bien, y no me extraña que le guste a Héctor. Sus ojos azules son muy similares al color del mar, por increíble que parezca, y se nota que trabaja su cuerpo porque no es que esté simplemente delgada, sino que está en forma, con los músculos mínimamente definidos. La última vez que intenté hacer deporte fue cuando corría hacia el útero de mi madre. Arrugo la nariz ante el chiste tan asqueroso e innecesario.
—¿Compartimos penas? —me sonríe.
¿Querer? No quiero, pero es un buen precio a pagar si quiero enterarme de qué le ha pasado con Héctor. Soy de lo peor.
—Mi novio ha rechazado una plaza en Japón por apostar por nuestra relación. Ni él entiende que me parezca una locura, ni yo entiendo por qué hizo eso —cojo mis cartas como quien no quiere la cosa.
—Es una insensatez por su parte —coge sus cartas tranquilamente—, pero al final, es su decisión para bien o para mal. ¿Sabes jugar al chinchón?
Evito poner los ojos en blanco, así que le ofrezco una sonrisa y le digo que sé jugar, por lo que ponemos la partida en marcha.
—Lo sé. ¿Y tú? —cojo cartas y miro los números que me han tocado.
—Nos ha pasado lo mismo. No respeté una decisión de Héctor y aquí estamos —se ríe.
Afino los labios a la espera de que me cuente algo más, pero al no haber más información, continúo la conversación.
—Héctor no lleva demasiado bien que le echen un pulso —bromeo.
—Para no llevarlo bien, solo se fija en chicas difíciles —me devuelve la broma.
—Y nosotras en capullos integrales.
Sorprendentemente, ambas soltamos una carcajada verdadera y continuamos jugando a las cartas. El nivel de tensión se rebaja algo, aunque seguiría prefiriendo que estuviese alguien más aquí.
Sara decide seguir hablando y me centro en la partida como si no me importase en absoluto su historia. ¿En qué momento de mi vida me he convertido en una maruja encubierta?
—Como sabes, Héctor ama la fotografía, pero desde hace un tiempo, se ha alejado bastante para centrarse en el trabajo y la universidad. Le dije que ambas son compatibles y cometí el error de inscribirlo en un concurso de fotografía porque creo que le vendrá bien. Se ha enfadado porque no he respetado sus prioridades.
Vaya, pues parece ser que ha sido una soberana tontería.
—Sí, Héctor tiene tendencia a tomar decisiones estúpidas.
Sara gana la partida y mi sonrisa se vuelve aún más tirante. Odio perder, y si es en manos de la nueva novia de mi ex, aún peor.
Me tomo la revancha y esta vez intento concentrarme más en la partida. La conversación fluye sola y cuando quiero darme cuenta, la incomodidad se ha ido por completo. No intenta nada conmigo, simplemente es natural, o al menos, esa es la impresión que me da. No intenta sorprenderme como yo a ella, con una madurez fingida, sino que su personalidad es esa, y lo envidio.
—¿Te puedo hacer una pregunta un poco extraña?
—Sí, claro —me sonríe.
—¿Puedes lidiar bien con esto? —nos señalo—. Porque si te soy sincera, a mí me cuesta —recojo mis cartas cuando me vuelve a ganar.
Sara se echa hacia atrás y se estira en calma. Acabo de quedar probablemente como una zorra neurótica.
—No te diré que no siento miedo, porque lo siento, pero eso no es motivo para odiarte. Eres una chica estupenda y si algún día Héctor me deja por ti, que así sea. No podemos obligar a nadie a querernos.
Vaya. Parpadeo varias veces sorprendida y siento un remolino de envidia que me invade. Quiero tener esa tranquilidad y esa madurez para afrontar los celos. Por mucho que quiera convencerme de lo contrario, una parte de mí la odia, aunque la parte razonal sepa que es buena persona, jamás podrá caerme bien como Bea. Siempre habrá momentos en los que sea incapaz de soportarla.
—Lo de Héctor y yo está más que terminado. Solo somos compañeros de trabajo —me apresuro a decir.
—Aún así, su corazón es el que manda. Que no vayáis a estar juntos, no significa que me quiera.
Me sonríe una última vez antes de invitarme al chiringuito de arriba.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora