29. Justicia poética

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Esta situación es completamente surrealista. ¿Quién demonios acaba casi a las tres de la mañana lleno de basura y semidesnudo? Esta situaciones solo nos puede pasar a nosotros y lo peor es que accedo a ello, puesto que lo que dijo Héctor tenía razón. No puedo curarme una herida estando llena de basura y los uniformes tenemos que lavarlos para mañana y por como estamos, no es meterlo a la lavadora y ya está, sino que hay que lavarlos a mano. Menudo desastre he liado, pero como de costumbre, Héctor es la única persona capaz de sacar lo peor de mí hasta casi hacerme enloquecer.
Me empiezo a quitar la ropa junto a su mirada atenta, que parece memorizar cada uno de mis movimientos, como si no fuese capaz de hacer alguna otra cosa.
Cuando es el turno de mi camisa, comienzo a desabrochar los botones de forma lenta, intentando controlar el temblor de mis manos y mi respiración. Mi sujetador liso de color negro asoma y Héctor se da la vuelta en el instante que la camisa se desliza por mis brazos y cae al suelo junto a unas gotas de sangre. En este momento casi no siento dolor, porque me concentro en los músculos de su espalda, tensos y en su cabello recogido en una coleta que se quita y así veo por primera vez su cabello suelto, cosa que me acelera el corazón.
Termino de desvestirme y se da la vuelta y aunque nos hemos visto de esta forma demasiadas veces, siempre parece la primera vez y siempre mi mente retrocede. La historia cíclica de nuestra vida.
Su cabello cae sobre los lados de su rostro dándole un toque oscuro y provocativo que no puedo ignorar. Pienso en cómo sería su imagen con sus botas militares negras a juego con sus jerséis de cuello alto y en cómo le quedarían los anillos que se acostumbraba a llevar siempre. Anillos que han recorrido mi cuerpo hasta hacerme llegar al éxtasis.
Odio que todo mi cuerpo reaccione de esta forma ante su presencia, humedeciendo partes de mí que no deberían hacerlo.
Por un segundo odio que se haya puesto esa estúpida camiseta, porque aunque sus brazos están desnudos, me da rabia no ver más. Igualdad de condiciones o nada. Dios... efectivamente no estoy bien, demasiado cansancio acumulado.
—Bueno princesa... Déjame ver ese dedo.
Vuelve a decirme ese mote y siento vértigo. De nuevo esta sensación de cercanía y lejanía al mismo tiempo. La sensación de estar a punto de perderme de nuevo.
Héctor acorta las distancias y retengo unos segundos la respiración hasta que noto el tacto de sus dedos sobre mi muñeca y tengo que apretar los dientes con una fuerza abrumadora. Me dejo llevar por la estancia hasta que se para frente al pequeño plato de ducha. Encima del lavabo que está justo a su derecha tiene preparado agua oxigenada, tiritas y algodones.
Sujeta mi dedo con cuidado y lo enjuaga, deslizando por los bordes de mi dedo los suyos de forma suave, haciendo que escalofríos suban por mi columna vertebral. Su altura me sigue impresionando y miro sus facciones serias y cuidadosas, con la impresión de que es un sueño del que pronto voy a despertar.
—No es profunda. No te preocupes.
No respondo porque tengo miedo a que mi voz tiemble. Dejo que me cure el pequeño corte y que me ponga una tirita junto a una gasa para evitar que se caiga.
Vuelvo a mirarlo y esta vez tengo que aguantar la risa, porque tiene un trozo de jamón enganchado en el pelo. Héctor me pregunta qué me pasa y le señalo la comida. Se la quita con gesto de asco.
—Es lo que tiene que una puta loca te ataque con comida —me sonríe con sarcasmo—. Tú tampoco has acabado muy bien —dice con orgullo mientras me señala la cabeza.
Un trozo de lechuga cuelga de mi pelo, pero en ese momento soy incapaz de prestarle atención, porque la imagen de nuestro reflejo me inquieta. Héctor está tras de mí con las manos sobre mis hombros y no puedo evitar pensar en lo que podríamos haber sido juntos si no hubiese pasado de esa forma, si nos hubiésemos comprometido de verdad. Las manos de Héctor aprietan ligeramente mis hombros y nuestros ojos se encuentran en el reflejo, haciendo que sus dedos hagan más presión, cosa que hace que se me erice cada vello de la piel. Sus ojos bajan hacia la zona de mi escote y trago saliva con dificultad. Esto no está bien.
—Yo solo ataco a capullos. Se llama justicia poética —imito su sarcasmo como forma de protección.
—Se llama...—se acerca a mi oído y cojo mis manos para controlarlas— ser insoportable.
Con un giro de pronto me encuentro metida en la ducha y el agua impacta repentinamente con nuestra piel y no puedo evitar soltar un grito de la impresión.
—¡¿Qué coño haces?!
—Evitar la tercera guerra mundial. Estamos asquerosos por tu culpa, y me niego a que tú te duches antes que yo y tú te negarás a lo contrario, por lo que soy resolutivo —me guiña el ojo.
Mi enfado y frustración crecen por momentos. Es un idiota irremediable. Coge el trozo de lechuga de mi pelo y lo tira fuera de la ducha con una sonrisa.
Su camiseta se pega contra su torso, intuyendo cada trozo de su piel de forma dolorosa, atrayéndome como si nos tratásemos de dos imanes.
Subo a través de su torso y me paro en la zona de su corazón, donde se dislumbra algo negro tras la camiseta. ¿Un nuevo tatuaje? Sin pensarlo alargo una de mis manos y Héctor agarra la muñeca alejándola de su pecho.
Nuestros ojos se encuentran en el pequeño espacio. Ninguno aparta la mirada.
—¿Otro secretito de los tuyos? —sonrío con desgana.
—En efecto.
Su sonrisa de medio lado me hubiese sacado de quicio, pero no merece la pena. Ambos sabemos que esto nos condenó al fracaso y lo tenemos asumido. Ya no merece la pena ni sentir curiosidad. Aún así la siento.
Yo en acto reflejo giro mi tobillo para que no se vea mi tatuaje. Lo bueno de la zona es que la gente apenas se da cuenta de que lo tengo.
Héctor coge un bote de champú que hay en la balda y se echa en la mano y me sorprende cuando lo pone en mi cabello y desliza sus dedos haciendo que pierda todo el aire que contenía mis pulmones. Me pego a la pared, notando las baldosas frías contra mi espalda, preguntándole qué hace.
—Tienes el dedo jodido.
—Tengo tendencia a cortarme estando contigo —evito su mirada.
Sus dedos se deslizan masajeando mi cuero cabelludo y cierro los ojos dejándome llevar. Es relajante aunque todo mi cuerpo se active en señal de peligro. Está claro que soy IDIOTA.
—Te rectifico. Tienes tendencia a pegar puñetazos a cristales —se ríe por lo bajo.
Abro los ojos como platos. Y no puedo evitar preguntárselo. ¿Lo sabía todo este tiempo? Quizá por eso fue él quien repuso el mueble.
—Princesa no hay que ser Sherlock, aunque no sabía que eras tan celosa. Un peligro público —se burla.
—Te estabas tirando a otra —digo tajante.
—Como de costumbre soy el malo. Que yo recuerde tu te follaste a Carlos mientras yo era incapaz de hacerlo con otra persona.
Quiero replicar, pero me quedo en silencio. Es cierto. Estuve con Carlos a la vez que sentía cosas por Héctor y me lo montaba con él en la maldita caravana.
Héctor me avisa de que deje los ojos cerrados y vuelvo a notar el agua sobre mi cabeza mientras me enjuaga el pelo.
Al cabo de unos segundos, sus manos se deslizan por mis mejillas y me quedo congelada, notando como bajan a lo largo de mi cuello, acariciándolo, y se para a la altura de mi garganta. Noto que tiembla levemente y abro los ojos cuando apoya su cabeza al lado de la mía, con la frente en el azulejo y me habla en un tono apenas audible.
—Por favor... Sal ya.
Su tono de súplica hace que me estremezca. Antes de que ocurra cualquier locura de la que no quiero ni pensar, me deslizo por su lado y salgo rápidamente mojando todo el suelo a mi paso.
Necesito alejarme de esta sala. Necesito alejarme de él.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora