132. Tulipanes amarillos

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Me siento agotada emocionalmente y de camino a casa, intento dejar la mente en blanco, aunque sé que tenemos una conversación pendiente para la que no sé si estamos preparados. Esto no puede funcionar si cada vez que me mira se odia por lo sucedido.
El coche disminuye la velocidad conforme entra en mi calle y yo solo sé que no quiero bajarme de él.
Cuando el motor se apaga ambos nos miramos sin decir nada. Nuestras manos se unen y nuestras sonrisas salen sin poder evitarlo.
—Esa es una de las razones por las que me enamoré de ti —acaricia el dorso de mi mano.
—¿Porque tengo dientes?
—Porque eres un libro abierto. No te hacen falta palabras para decir lo que sientes y justo eso, hace que esté loco por ti.
Si en algo nos diferenciamos es que mientras yo trato de ocultar mis emociones y fallo, él es demasiado bueno ocultándolas, por ello, ahora que me mira de forma tan cristalina, siento que no puedo hacer nada más que quererle.
—No puedes decir esas cosas antes de irme.
—¿Por qué? —frunce el ceño.
—Porque probablemente te pida que arranques el coche y nos fuguemos, y no sé si es muy buena idea —le devuelvo una sonrisa, aunque en el fondo siento un nudo en la garganta que me impide respirar.
Nos quedamos en silencio con la vista fija en el cristal. Finalmente, llega la hora. Ya están todas las cartas sobre la mesa. Ya no hay mentiras ni excusas, solo dos personas rotas que se quieren, porque pese a todo, el miedo a ser abandonada persiste.
—Héctor, ¿qué querías cambiar? ¿Qué quieres? —hablo sin mirarle.
—No quiero que tomes ninguna decisión pensando en mí. Lo único que quiero es mantenerte en mi vida.
—¿Cómo qué? —pregunto con un nudo en la garganta.
—Ex, vecina, compañera de trabajo, ex ex novia no novia.. amiga. Novia. No lo sé, pero mi mayor error fue pensar que no podía tenerte a mi lado a no ser que fueses esto último. No puedo ser feliz sin que estés en mi vida, princesa.
Desabrocho mi cinturón y me subo en su regazo sin poder contenerme. Lo beso hasta que mis labios duelen y tengo que separarme de él. Acaricio su rostro mientras él hace lo mismo con mi cuello. Volvemos a besarnos, pero esta vez un sutil roce de labios.
—¿Qué quieres que sea?
—¿Tú sabes lo que quieres que yo sea?
—¿Es una competición de trabalenguas?
—Puede —me sonríe de medio lado.
Me acerca a su pecho y me dejo abrazar por él. Ojalá fuese todo tan sencillo como en un videojuego. Reiniciar la partida, pero la vida rea es más complicada, sobre todo, cuando una parte de ti vuelve a tener miedo de esa pérdida.
—No lo sé. Te quiero, pero necesito pensar.
—¿Problema del Héctor y la Abril del futuro? —bromea.
—¿Ese futuro tiene fecha? —muerdo mi labio nerviosa.
—¿Una semana?
—Sin contacto.
—Trato hecho.
Cerramos el pacto con un apretón de manos y vuelvo a mi asiento. Héctor y yo bajamos del coche y nos quedamos el uno frente al otro.
Abrocho bien su abrigo como una excusa más para tocarle y alargar la despedida.
—Y recuerda. No piense demasiado en mí —intento contener la risa.
—¿Ni cuando me lo monte con mi mano? —me mira con picardía.
—Oh, en ese caso... Sí, justo ahí puedes pensar un poquito en mí.
—Te quiero.
—Bésame —le suplico.
Por última vez, posa sus labios sobre los míos. Me recuerda que tan solo será una semana y no puedo evitar sonreír de vuelta a mi portal.
Saco las llaves y siento como la sangre abandona mi rostro. Carla me mira con ojos enrojecidos y las llaves caen al suelo. Soy incapaz de girar el rostro hacia la figura alta de su derecha. No quiero ver el dolor en ellos. No tenía que enterarse de esta forma ni de ninguna otra. Ni tan siquiera he tomado una decisión.
Esta vez, miro a sus ojos color miel que por primera vez, carecen de emoción.
Las palabras se quedan atascadas en mi garganta cuando se acerca a mí y me tiende un ramo de tulipanes amarillos, mi color favorito.
—Esto era para ti.
Su voz, que suena deforma robótica, hacen que mi estómago me duela como el infierno y sea consciente de lo que hice. He sido infiel a la persona más caritativa que he conocido en mi vida, y su hermana, quien me admira y la consideraba una hermana pequeña, ahora me mira con una decepción que hace que mi pecho duela con una intensidad asfixiante. Sus ojos castaños rezuman todo aquello que deberían hacer los de su hermano, y no sé qué es peor.
—¿Cómo has podido? —aparta su pelo castaño con rabia cuando una ráfaga de viento la despeina.
—Yo...
—Carla, vamos —Carlos tira de ella en dirección a la estación de autobuses, pero se suelta y vuelve hacia mí.
—Dime. Dime cómo le has podido hacer esto a mi hermano. Al tonto y bueno de mi hermano. ¡Dímelo! —sus lágrimas son como puñales que me desgarran.
—Lo-lo siento —es lo único que sale de mí mientras que mi cuerpo entero comienza a temblar.
—¡Eres horrible!
—¡Carla! He dicho que nos vamos. ¡Ahora!
El tono autoritario de Carlos nos sorprende a ambas. Comienzan a andar calle abajo y mi cuerpo reacciona. Toco el brazo de Carlos y cuando lo aparta asqueado, siento ganas de vomitar.
—¿Podemos hablar?
Carla responde por él.
—¡Pues claro que...
Él, con tan solo una mirada la silencia. Jamás lo vi así. Se aparta de su hermana unos metros para que no nos pueda interrumpir.
—No quiero hablar.
—Carlos yo...
—Mira, Abril. En condiciones normales haría lo que tú quieres, como de costumbre, pero hoy no. Me voy a ir y sientes un mínimo de decencia, dejarás que lo haga sin insistir. ¿Ha quedado claro?
La frialdad de su voz me deja sin palabras. Solo puedo asentir.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora