25. Caótico

566 42 2
                                    

Actualidad.

Héctor:

—¿Cómo te sientes?
—De puta madre.
—Héctor, si no quieres hablar lo comprendo, pero... ¿te parece bien gastarte cuarenta y cinco euros por estar en silencio? —intenta bromear.
Tengo un primer instinto de contestar que sí, pero mi parte racional me lo impide, porque la realidad es que me estoy comportando como un capullo con la persona que está a cargo de mis salud mental. Ahora mismo tengo la sensación de que todos son mis enemigos y Sara viene mañana por la tarde, por lo que necesito dejar de ser una bomba de relojería a punto de estallar.
Nos quedamos en silencio mientras me centro en mirar las cosas que me rodean para tratar de calmarme y actuar de la forma adecuada.
Las paredes blancas están llenas de estanterías con libros sobre psicología y alcanzo a ver alguno otro de filosofía, uno de ellos escrito por Megan White Luna que no tengo ni idea de quién es y está al lado de otros filósofos conocidos.
—No conozco a esa filósofa —señalo el libro.
Leticia se vuelve hacia la estantería y saca el libro y me lo tiende. Me maravilla el diseño de la portada, siendo una explosión de color con un dibujo abocetado de una mano dibujando a una chica de ojos verdes con un corazón realista sujeto contra su propio pecho herido. El nombre del libro es El arte de nuestra filosofía. Lo abro y me anoto mentalmente el nombre del dibujante, Lucas Picasso Gonzalez.
Le echo una ojeada mientras Leticia retoma la conversación.
—En sí no es un libro de filosofía pura, sino un poemario desde lo que intuyo que fue las historias de amor de la chica. Tiene mucho sobre filosofía, pero sobre todo de cómo superar situaciones difíciles. Te lo presto si quieres.
Asiento y pongo el libro en una esquina del escritorio caoba y me fijo en lo curioso que es que alguien que te ayuda a organizar tu vida sea tan desordenada, puesto que hay papeles repartidos por toda la mesa, muchos de ellos doblados, bolígrafos en cada esquina y un montón de pequeños adornos aquí y allá, sin contar con la caja de clínex que está en una esquina para los clientes, cosa que nunca he necesitado y espero no necesitar.
—¿Qué piensas? —se coloca las gafas rojas de pasta.
—¿Sinceramente?
—Para eso me pagas —sonríe.
—Me parece que eres un puto desastre —alza las cejas sorprendida—. ¿Ves tu escritorio? Es super caótico —señalo la evidencia de su mesa repleta de cosas.
Leticia suelta una carcajada y comienza a escribir en el folio que saca en cada sesión, lleno de cosas que me dan curiosidad y estoy seguro que debe aparecer en algún lado la palabra "capullo" o "traumado", y para ser sincero estaría muy merecido.
Suelta el bolígrafo y mira a su alrededor, volviendo a recolocar sus gafas.
—¿Crees que mi despacho es caótico?
—Muy caótico. Es imposible que sepas qué es cada cosa —me encojo de hombros.
Leticia se levanta y se pone tras de mí, visualizando la mesa al completo.
—¿No ves nada particular?
—¿Hay algo particular? —digo escéptico.
—Hay patrones. Si te fijas hay papeles que están formando una cruz encima de otros. Eso significa que lo de abajo en vertical es trabajo terminado, lo horizontal trabajo que tengo que terminar. Eso de ahí —señala a un grupo de papeles puestos en V—, son informes que tengo que pasar a limpio, y eso de ahí—señala otro de los montones que están puesto extrañamente en fila donde solo se ve el marco de arriba—, son el orden de los clientes de hoy, con sus correspondientes fichas. Ah y aquí —señala un lapicero de metal negro a rebosar—, guardo la primera pluma que me regaló mi padre al acabar la carrera—la saca y me la enseña.
No puedo evitar preguntarle qué sentido tiene guardar algo tan importante en un espacio donde conviven tantos otros sin ningún apego emocional. Mis cosas importantes siempre están en ese cajón especial. El cajón de las cosas importantes.
—Porque todo es importante a su manera. ¿No es importante el bolígrafo que uso en tus sesiones? Ayudarte a que ya apenas tengas ataques de ansiedad es motivo suficiente para que ese bolígrafo tenga valor, al igual que los otros, que por cierto, la mayoría están sin tinta —se ríe.
—Soy un mero desconocido. Veo un absurdo ponerme al mismo nivel que tu padre.
—No te pongo al mismo nivel, pero no por ello pierdes importancia. Las cosas no son blancas o negras Héctor —vuelve a sentarse en su silla de cuero negra—. No es "o quieres a una persona o no te importa". No es que mi escritorio esté desordenado, es que es mi propio orden, que no tiene por qué coincidir con el tuyo. En mi caso, nunca he sido de guardar las cosas importantes a parte, porque de qué me sirve tener algo impoluto si no le he dado vida. No quiero convertir las cosas en un museo de viajes al pasado, quiero que el pasado forme parte del presente, sin hacerme retroceder. Esta frase curiosamente me la enseñó un compañero de profesión, Sergio. Es más joven que yo, pero eso no lo hace menos sabio.
Puede que tenga razón. Quizá lo que me enfada no es que Bea me llamase basura o que hiciese llorar a Abril, aunque reconozco que verla llorar me jodió lo más grande. Quizá lo que me duele es el simple hecho de ver a Bea y saber que la desplacé de mi vida sin motivos aparentes, porque aunque lo mío con Abril no funcionase, nada me impedía seguir hablando con Bea, porque en el viaje en caravana hablamos constantemente. Al principio pensé que lo hacía por lastima, porque ella y Luis habían roto y la veía frágil, pero finalmente simplemente se convirtió en una amiga más. Amiga a la que le hice daño.
Suspiro con frustración y me paso las manos por el pelo suelto para bajar por mi rostro y masajearlo. Es más difícil huir que afrontar los problemas, pero cuando llevas tantos años huyendo de todo, hay un momento en que los problemas te alcanzan, porque ya no hay sitios donde esconderse. No puedo esconderme del hecho de que me importa Bea y que me jode que dijera que Abril tiene novio. Un escalofrío me recorre al pensar en si es Carlos, porque aunque sé que con él sería feliz me jode, porque yo... No. Paro los pensamientos intrusivos.
—¿Qué tal trabajando con Abril? Le has contado lo de...
—No —la interrumpo—. Creo que ya no es necesario.
—No podrás esconderlo de por vida. Es algo que te hace daño y apenas hablamos.
—Estoy bien. Está superado.
—Bien... Hablaremos cuando estés preparado —anota algo en su hoja.
Noto como las palpitaciones comienzan a volverse erráticas y aprieto los puños para liberar la tensión.
Estoy bien.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora