57. Quiero, pero no puedo

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Hace 6 meses...

Pierre viene a nuestra mesa y le frota los brazos a Héctor con cariño. Luego coge mi mano y la estrecha para finalmente dar un beso caballeroso.
—Buenas noches, chicos. Me alegra verte de nuevo tan bien acompañado. Tienes un gusto excelente, al igual que por la comida —bromea y pone sus manos sobre sus hombros.
—Soy bueno en todo —bromea con él.
—Eso es cierto. En cambio, mi gusto es un poco pésimo —sonrío con cariño.
Pierre se ríe y da un pequeño golpecito en mi hombro cariñoso.
—Me gusta. No lo estropees —le advierte de broma y nos deja a solas.
Muerdo mi mejilla por dentro algo nerviosa. Aunque nuestra conversación acabó de forma graciosa, una sensación de malestar sigue en la boca de mi estómago y me da miedo que lo vuelva a estropear.
Héctor apoya una mano sobre la mía y me saca de mis pensamientos. Me mira con sus penetrantes ojos verdes y se echa un poco hacia delante en la mesa para poder tener más intimidad.
—No pienso estropearlo —me asegura.
Asiento y evito su mirada. Finjo mirar con cierto interés la carta. No piensa estropearlo, pero ya lo hizo una vez. No puedo confiar al cien por cien. Quiero creerle más que a nada en este mundo, pero tendrá que ser poco a poco.
Esta vez cada uno pedimos nuestros platos. Ninguno elige por el otro. Eso me gusta. Las luchas de poder en trivialidades han quedado aparcadas y eso demuestra que queremos cambiar las cosas, o al menos, eso espero.
La cena no tarda en llegar y ambos comemos en un silencio cómodo. Compartimos parte de nuestra comida y hablamos sobre el proyecto. Ultimamente me está ayudando con algunos clips para no ir justa de tiempo.
Intento evitar temas escabrosos para no estropear la noche, pero Héctor cómo de costumbre, se da cuenta de mis intenciones.
—Si queremos que esto funcione, tenemos que hablar —acaricia mi mano.
—Es curioso cómo se han invertido los papeles —contesto nerviosa.
Siempre es él el que evitaba cualquier clase de conversación sobre nosotros, y ahora no para de querer hablar sobre ello, pero claro, sin mencionar el incidente que lo jodió todo. Es injusto.
El camarero se acerca y nos rellena las copas de vino. Se lo agradezco y más que se va, bebo un trago.
Héctor me observa en silencio y no puedo evitar sonreír incómoda.
—¿Qué te pasa? —me vuelve a preguntar.
—Que me siento como en una bola de nieve que se puede romper en cualquier momento.
—Entiendo...
—No Héctor, no entiendes. No sabes lo que es que... —consigo controlarme antes de dar la estocada—. Lo siento. Estoy nerviosa —me centro en mi comida.
Me bebo la copa del tirón y me excuso para ir al baño. Necesito respirar.
Entro en los baños y me paro frente al espejo. Tengo el rostro pálido. Lo humedezco para intentar tranquilizarme.
La puerta se cierra tras de mí y veo a Héctor preocupado. Le ofrezco una bonita sonrisa y le digo que salgo en breve.
—No voy a irme.
Me apoyo contra el lavabo y suspiro.
—Estoy perfectamente.
—No Abril. Necesitas hablar y yo quiero que te desahogues, aunque vaya contra mí, porque me lo merezco.
Las lágrimas se comienzan a deslizar por mis mejillas y las borro con frustración. Héctor se acerca a mí y me estrecha entre sus brazos mientras se disculpa una y otra vez.
Sus disculpas me duelen, porque el dolor que destila su voz se asemeja al que siento en lo más profundo de mi pecho.
—Por favor... confía en mí.
—Ese es el problema —digo entre lágrimas—, que quiero, pero no puedo.
Los brazos de Héctor se tensan a mi alrededor y me sorprendo cuando me sigue abrazando acaricia mi pelo. Esta vez no huye, no discute. Solo se queda a mi lado.
—Vale, no confíes... Solo guíate por lo que veas. Si la cago, me mandas a la mierda sin dudarlo, aunque sea por una idiotez —susurra acunando mi rostro.
—Esa es la otra parte del problema, que aunque quiera, no puedo —susurro sobre sus labios.
Nos quedamos unos segundos prendidos sin apenas respirar. Sus labios se posan con duda sobre los míos de una forma tan dulce que una calidez apremiante se apodera de mi corazón, borrando cualquier rastro de dudas.
Cuando se separa de mí, apoya su frente junto a la mía y agarra mis manos con suavidad.
—Entiendo lo de la bola de nieve, por eso mismo te he traído aquí. También tengo la sensación de que todo esto se acabará al volver a la universidad, pero esto tendría que ser la prueba de que podemos.
Nuestras miradas se encuentran y cierro los ojos cuando desliza su mano por mi mejilla, borrando cualquier rastro de dolor.
—Te quiero —besa mis labios con ternura.
—Y... —se me atascan las palabras en la garganta.
—Lo sé —me sonríe—. En el fondo, lo sé.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora