47. No voy a tocarte las tetas

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Aunque estamos en verano, me baño con agua caliente y ni aún así paro de tiritar.
Héctor me ha dado un cepillo de dientes, una esponja de ducha y demás cosas para que tenga de todo, cosa que le agradezco.
Es la quinta vez que me enjabono el cuerpo y ni aún así se me quita esta sensación tan desagradable de la piel. Mi cuello está rojo de tantas pasadas y tengo la piel arrugada por todo el tiempo que llevo aquí.
Bea pega en la puerta y le digo que pase. Está muy preocupada y mi actitud solo hace que mi amiga se sienta peor, y para qué engañarnos, estar aquí sola hace que mi cerebro trate de recrear escenas que no recuerdo bien.
Bea tiene el pelo recogido en un moño y se acerca a la bañera llena de espuma, arrodillándose junto a mí.
—He descubierto que cuando recalientas algo en el microondas, sabe a culo —suelta una pequeña risita.
Le sonrío de vuelta y escucho toda una disertación sobre cómo el hervidor de agua es mucho mejor, ya que no cambia el gusto de la bebida, e incluso me dice que se niega a darme tila recalentada, que le ha exigido a Héctor que le de un cazo y se ha prometido por su próximo cumpleaños regalarle un hervidor como el suyo.
Bea consigue que deje de pensar en todo y me sorprendo entrando con ella en el sinsentido del mundo de los hervidores de agua.
—Me das envidia. ¿Me haces un hueco? Yo también quiero morir de calor—me guiña el ojo.
Acepto y me echo hacia adelante cuando ella se desnuda y se mete conmigo en la bañera. Me siento un poco avergonzada porque nunca me duché con una amiga, pero la necesito ahora mismo, y esto es tan íntimo que me aporta una extraña felicidad.
—¿Este es el momento en el que descubro que rubia de bote, chocho morenote? —se ríe en mi oído.
—¡Bea! ¿Te acaba de poseer Pili? —no puedo evitar soltar una carcajada.
—Tenemos el mismo color de pelo.
—Me sirve.
Pasamos diez minutos más en la bañera, hablando de tonterías que me hacen reír bastante y desembocando en el tamaño de mis pechos que los compara con los suyos.
—¿Perdona? ¡Las mías son dos pequeñas peritas en comparación! Tócame las tetas.
—No voy a tocarte las tetas —me río.
—¡Abril! Las mejores amigas se tocan las tetas.
—¿Quieres tocarme las tetas? —frunzo el ceño con diversión.
—¿Eso es una pregunta? Debería ser una afirmación —sentencia.
No sé cómo, pero se acaba saliendo con la suya y acabamos en un ataque de risa descomunal. Estamos frente a frente con las piernas encogidas. Acabamos de sobrepasar la siguiente línea de mejores amigas. Es una idiotez, pero me hace sentir bien tocarle una teta a una amiga. Debo de ser idiota perdida, pero me alegro tanto que esté haciendo tanto por mí, que no puedo evitar abrazarme a ella.
—Gracias.
—¿Por tocarte una teta? —me devuelve el abrazo.
—Por ser tú y quererme a pesar de que he sido un maldito desastre como amiga.
—Abril... Te quiero muchísimo. No has sido un desastre, ambas lo hemos sido y eso está bien. La amistad no es perfecta. No somos perfectas y eso es lo que nos hace únicas.
Ambas lloriqueamos como dos niñas pequeñas antes de salir de la ducha.
Mientras yo me seco, Bea le grita a Héctor que le traiga ropa también a ella y una toalla. En sí añade "no piensos secarme con la toalla de tus huevos".
Una vez secas y vestidas con una de las enormes camisetas de Héctor y uno de sus calzoncillos, que ha perjurado que están si estrenar, estoy de vuelta en su habitación mientras Bea ha ido a prepararme una tila sin microondas y él le ha acompañado para enseñarle dónde están las cosas.
Tengo que evitar que me dé un ataque de risa nervioso, porque Héctor tiene a tres chicas en casa vestidas con sus camisetas y sus calzoncillos. Esto es sumamente surrealista.
Sara es esta vez la que rompe el hielo riendo.
—Si piensas en lo ridículo que es que Héctor tenga en casa a su ex, su novia y su ex amiga que ha vuelto a ser amiga, y todas vestidas con su ropa, quiero decirte, que lo sé. Es ridículo.
Me uno en risas con ella y al final nos da tal ataque de risa que Héctor viene corriendo a la habitación a comprobar que todo esté bien y que no se me haya ido la pinza.
—Tranquilo, no pasa nada malo, solo que tu ex y tu novia se están haciendo amigas —me mira Sara con un brillito malicioso, así que le sigo el juego.
—No tienes nada de que temer —le sonrío a Héctor.
—La única manera de que tu ex y tu novia se hagan amigas, es que tu vida sea un vídeo porno y dudo mucho que lo sea. A no ser que Bea me llame y me diga que se ha quedado atrapada en la lavadora, que entonces sí que pienso huir de esta casa —se apoya en el marco de la puerta y nos mira divertido.
Pongo los ojos en blanco y voy a reírme hasta que me doy cuenta de algo. En como Sara mira a Héctor y como él le devuelve la mirada.
Siento como algo se rompe dentro de mí. Así que decido ir con Bea a la cocina. Merecen unos minutos a solas.
Héctor me coge la muñeca y me pregunta si me pasa algo, a lo que trato de no ser una egoísta y ser buena persona por una vez en la vida.
—Estoy bien —le tranquilizo—. Tu novia también te necesita —le sonrío.
Me mira serio unos segundos y parece que va a decir algo, pero finalmente me suelta y con una pequeña sonrisa incómoda me deja ir.
Sonrío de camino a la cocina, porque si dejo de hacerlo, siento que me voy a quebrar por completo.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora